Una sociedad anestesiada e inhumana

Hasta anteayer casi nadie sabía de la existencia de Inés Ibáñez de Maeztu. Ella, sin embargo, conocía a todas y cada una de las personas que integramos ese magma difuso llamado “sociedad vasca”. Y no de vista o de oídas, sino con un grado de intimidad tan profundo como para diagnosticarnos a todos de golpe y sin lugar a dudas, cual si nos hubiera picado la mosca tsé-tsé, la enfermedad del sueño colectivo. Acepto que no es la más brillante de las metáforas, pero desde luego, está menos manida que la que utilizó ella en sede parlamentaria, donde habló, con entonación manifiestamente mejorable, de una “sociedad anestesiada durante tantos años ante los efectos perniciosos del terrorismo de ETA”. La gran parida voceada durante años por los tertuliantes más indocumentados, elevada a dogma de fe del autoproclamado gobierno del cambio, al que pertenece la susodicha en calidad -es un decir- de Directora de Derechos Humanos del Departamento de Justicia -es otro decir.

Ya sería grave que fuera el delegado de parques y jardines quien insultara así a sus administrados. Que lo haga la titular de una materia que en su propio ser conlleva la obligatoriedad de un tacto exquisito, es de destitución al amanecer. Pero no ha habido tal, claro que no. Tristemente, es más esperable el refrendo y la palmadita en la espalda, como ya hemos visto en los casos de Rivera o Idígoras. La licencia para faltar debe de venir de serie en el kit básico de supervivencia de todo el organigrama, mandamases y mandamenos incluidos.

Víctimas y victimismo

Para adornarse un poco más, en la redacción de tercero de la ESO que leyó ante sus ojipláticas señorías, la Directora citó una frase del intelectual judío, premio Nobel de la Paz y superviviente de los campos nazis, Elie Wiesel. “Ser indiferente a este sufrimiento, al sufrimiento de los demás, es en definitiva lo que hace que el ser humano sea inhumano”, leyó a trancas y barrancas Ibáñez de Maeztu. Si no querías ofensa, ofensa y media. Además de estar amodorrados, no tenemos corazón.

Ya está bien con la broma. Llevamos un cuarto de siglo soportando la misma milonga. No soy tan osado como para hablar, igual que hace ella, de toda la sociedad vasca, pero si a muchos se nos puede acusar de callar ante algo, no ha sido precisamente ante los crímenes de ETA. Lo que sí hemos hecho a menudo, para no embarrar más el patio, es mordernos la lengua y dejar sin denunciar la repugnante manipulación del dolor de los que, gracias a que hay víctimas, viven del victimismo.

El imposible pacto de silencio

De niños jugábamos a sellarnos los labios y mantenernos mudos durante todo el tiempo que fuéramos capaces… que no solía ir más allá de un par de minutos. Era plantear el juego y que a todos, incluidos los tímidos que no hablaban casi nunca, nos entraran unas irreprimibles ganas de romper aquel silencio que se nos hacía eterno por la falta de costumbre. Auguro un éxito similar al pacto de discreción que ha pedido Iñigo Urkullu dos veces en la última semana, según sus propias palabras, como “mejor ayuda para lograr la paz”. Soy el primero que, aún percibiendo la sombra de una calculadora, veo encomiable la propuesta y, si fuera el caso, trataría de mantener a distancia el caliz monotemático, así tuviera que escribir columnas o montar tertulias sobre papiroflexia o macramé. Pero me temo que no vamos a tener la oportunidad de ponernos a prueba.

No. Podemos quitarnos cualquier vicio, menos el de largar, generalmente por boca de ganso, sobre nuestro viejo, doloroso y -¡ay!- familiar conflicto. Suena terrible, porque estamos hablando de asesinatos, de amenazas, de torturas, de arbitrariedades, de injusticias… Ocurre que, una vez convertidas en rutina por la fuerza de los años que llevamos desayunando, comiendo y cenando con ellas, resultan inverosímilmente manejables porque conocemos de memoria cada una de sus aristas. Dominamos al dedillo todos los protocolos que hay que seguir tras un atentado, una ilegalización, un comunicado o una denuncia de malos tratos. Da lo mismo a qué lado de la línea estemos: siempre hay un repertorio del que echar mano, a favor, en contra o entrambasaguas.

Lo que “interesa a la gente”

Sé que no pinto un panorama muy halagüeño, pero es el que me ha tocado documentar en años de trasiego con la actualidad. En las no pocas veces que he dejado sobre una mesa de charla -sobre todo, con políticos- esos otros asuntos que, cuando nos ponemos estupendos, decimos que son “los que le interesan a la gente”, he visto cómo languidecían y se agotaban en un par de turnos de palabra plagados de generalidades. Al final, había que tomar el atajo más próximo para volver al cómodo lugar común de las declaraciones y contradeclaraciones en espiral. Ahí siempre hay algo que decir.

Mientras no perdamos el miedo a movernos en terrenos no trillados, el silencio pactado que propone Iñigo Urkullu no será una opción asumible. Hasta entonces, si es que ese día llega, seguiremos abrazados al mullido fetiche de los tópicos manidos sobre nuestro viejo, doloroso y -¡ay!- familiar conflicto.

Mamá, quiero ser juez estrella

Tuvo que sudar mucho Arnaldo Otegi antes de poder colar, in extremis y con calzador, la frase que todo el mundo lleva pidiéndole prácticamente desde que tiene significación pública. Casi en la prórroga de su juicio y más como gol de la honrilla que de la victoria, el preso número 8719600510 pudo decir: “Nosotros rechazamos el uso de la violencia para imponer un proyecto político”. Si las cosas hubieran sido como nos venían guionizando, los teletipos deberían haber empezado a ulular y hasta la CNN lo tendría que haber sobreimpresionado en pantalla bajo el consabido epígrafe Breaking News. Pero no pasó nada. El juez-stopper García Nicolás, que en las dos jornadas de declaraciones se había empleado a fondo para evitar ese momento, se recompuso y pitó el final del partido, o sea, el visto para sentencia. Cada mochuelo a su olivo. Otegi, por supuesto, a Navalcarnero.

En algún sitio leí que en los asientos destinados al público, además de las hinchadas correspondientes (especialmente animoso el fondo sur esta vez), había unas decenas de estudiantes de Derecho de la universidad de Salamanca. A poco que se hayan aplicado, habrán aprendido que estas mediáticas vistas orales no son como se plantean en las pizarras de los abogados -y menos, en las de los periodistas- y que el papel del árbitro es determinante. Si, como fue el caso, el trencilla viene dispuesto, motu propio o convenientemente aleccionado, a convertirse en el protagonista del partido, no hay nada que hacer. El juego irá por donde él decida.

El tamaño del ego

Hay que admitir que el héroe de este derby jurídico-político (tachen el adjetivo que no proceda) ha sido el presidente del Tribunal, Fernando García Nicolás. Con maneras calcadas de House o Mourinho, el dueño del mazo ha conseguido eclipsar al cabeza de cartel, Otegi, que sólo a fuerza de pundonor y tozudez elgoibartarra acertó a colocar su frase en el alegato final. Peor parado aún salió la involuntaria Guest Star, Jesús Eguiguren, a quien su ácida señoría llegó a tratar de mindundi o asimilado a tal. Otro con menos paciencia se habría acordado de los ancestros del juez cuando éste sugirió que le habían dado la presidencia del PSE en una tómbola.

Acostumbrados a supernovas llamadas Garzón, Marlaska, o Bermúdez, o a la inenarrable Ángela Murillo del “por mi, como si pide vino”, ya no nos sorprenden estas salidas de pata de banco con toga. Si en otras profesiones exigen a los aspirantes una estatura mínima, a los jueces y juezas deberían pedirles una talla máxima de ego.

Conjeturas sobre un frenazo

Nos las prometíamos muy felices con los pasos que no serán en balde de Rodríguez Zapatero, la música y la melodía de López Álvarez y las cosas que el Gobierno español no puede dejar de lado de Jáuregui Atondo. Hasta las esfinges de Pérez Rubalcaba y su sosías local Ares Taboada movieron levemente una ceja apuntando al horizonte donde llevamos esperándoles un buen rato. Parecía, como escribió Xabier Lapitz, que había sonado la hora de pisar el acelerador. Pero ahí se ha quedado todo, en un demarraje feroz que ha tardado un suspiro en regresar al familiar trote cochinero. Los que se apresuraron a decir digo se han vuelto a instalar en el Diego de toda la vida. ¿Por qué?

Vayamos con la hipótesis número uno: vértigo. Pasar de cero a doscientos en tres segundos no está al alcance de cualquier estómago, y menos, si falta entrenamiento. Ha llovido mucho desde los días de Loiola, y con lo baqueteado que ha llegado el inquilino de Moncloa a este minuto del partido, su cuerpo leonés no está para esprintar como cuando era un juvenil del poder en la recién estrenada primera legislatura. Si es eso, humana comprensión y paciencia. Dejémosle que vaya a su ritmo. Pero que vaya.

Qué diran

Peor sería que el frenazo respondiera a la conjetura número dos: miedo al qué dirán. De natural impresionable, a Zapatero le han podido temblar las canillas al ver lo mal que se ha tomado la caverna mediática el tímido cambio de lenguaje. Ustedes, que son prudentes, seguramente se guardan mucho de acercar sus ojos o sus oídos a esos pozos sépticos del fondo a la derecha, pero yo, que desayuno y meriendo a su vera, les doy fe de que no se recordaba una ofensiva igual desde el asedio a los Intxortas. En aquellos andurriales, la serpiente es la gran coartada, el fetiche universal que les provee de argumentos y pecunio, y no van a dejar que nadie acabe con ella ni por las malas ni por las regulares. Por ahí podría venir el ataque de prudencia monclovita, pero no lo creo.

Me inclino más por la teoría número tres, que es la que he defendido tantas veces aquí: puro teatro. O culebrón, para ser más preciso con el género. Como en los seriales de la tele, el capítulo que vemos cada día se ha grabado un par de semanas antes. Mientras se emite, se están rodando nuevos episodios, cuyo contenido sólo conocen los guionistas, el reparto y el equipo de producción. Especulamos, en resumen, con el pasado. Lo que de verdad está pasando ahora mismo no lo sabremos hasta dentro de quince días. Sospecharlo relativiza todo. ¿O no?

Hubo reunión, pero no la hubo

Bajé hace un tiempo del pedestal a la gran deidad del periodismo Ryszard Kapuściński y, metido en gastos de sacrílego, últimamente me he atrevido a darle la vuelta a una de sus sentencias universales. Decía el polaco, y así se titula su catecismo más famoso, que los cínicos no sirven para este oficio. Yo pienso exactamente lo contrario. Creo que son las almas blancas y puras las que no tienen bola que rascar en el quehacer este de tratar de enterarse de cosas y contárselas a los demás. Sin un cierto grado de retorcimiento en el colmillo, sin conchas de galápago o resbaladizas plumas de pato, sin la malicia para marcar a la derecha con el intermitente antes de girar a la izquierda, no hay forma de resguardar el estómago de úlceras en el mester de juglaría contemporáneo. A veces, ni aún así, que por algo los plumillas estamos entre los mayores consumidores de antiácidos.

Voy de la teoría a la práctica. Tomar esa distancia aparentemente caradura me está ayudando a no terminar hecho un ocho en el penúltimo enredo de las reuniones entre el PSE y la Izquierda Abertzale ilegalizada, de sus consecuentes repercusiones en el pacto sociopular y, en el mismo rebote, en el actual escenario político. Y ahí les acaba de quedar escrita la palabra clave: escenario. No olviden nunca que esto es una función donde tiene que haber arlequines, polichinelas, pierrots y demás personajes, algunos hasta repetidos.

Antón Pirulero

Basándome en esa premisa, que ya es tramposa de origen, soy capaz de pensar al mismo tiempo y sin contradicción que el famoso encuentro se celebró y que no tuvo lugar jamás. Lo primero me consta porque lo ha publicado este mismo periódico y, de propina, el de la acera de enfrente. Lo segundo es más difícil de explicar, así que dejémoslo en que me lo trago porque me conviene, igual que de niño me resultaba más ventajoso creer en los Reyes Magos que no hacerlo. Lo de “La verdad os hará libres” es un buen eslogan, pero no mejor que “El algodón no engaña” o “Si quieres tener salud, come pipas de la Cruz”.

Dejémonos, pues, de grandilocuencias. Sólo estamos una vez más en otra edición de Antón Pirulero, donde cada cual tiene que atender a su juego para no pagar prenda. El PSE y la Izquierda Abertzale tienen que reunirse y decir que no lo han hecho. Al PP le toca ofenderse muchísimo y amenazar con romper la Santa Alianza, sabiendo que de momento no lo hará porque afuera hace frío. Los periodistas cínicos debemos hacer como que el asunto carece de trascendencia aunque la tenga por arrobas.

Y tanto que oportuno, Txema

Los buenos artículos no terminan en el punto final. Su vida se prolonga más allá del papel o la pantalla del ordenador en la cabeza de los lectores, donde a modo de peculiares bífidus, renuevan la flora neuronal y dan lugar a un animado debate con uno mismo. Me ha ocurrido con el que publicó en estas mismas páginas Txema Montero hace una semana. Sus palabras se han hecho polizones de mis pensamientos y me han acompañado en mis frecuentes viajes al centro de lo que de verdad opino de nuestro interminable conflicto. Sobre estas cuestiones nunca hay un pronunciamiento definitivo, porque cada pequeño hecho -una declaración, un silencio- o incluso el cuerpo con que se levante uno, hacen que cambie el marcador. Si la firma de la izquierda abertzale ilegalizada en el documento de Gernika me hizo creer en el empate, el texto de Montero ha conseguido que me parezca factible la remontada.

Aferrémonos al pronóstico que nos dejaba en su corolario: “La cosa tiene recorrido, pero será largo y difícil aunque indoloro”. Si es así, resultará una ganga. Acostumbrados a hacer interminables excursiones a la nada de las que hemos vuelto de vacío y heridos por el fuego cruzado, si esta vez se trata sólo de andar, andar y andar, habrá muchos voluntarios para embarcarse de nuevo. Y los más escépticos o los más medrosos se irán sumando cuando comprueben que lo que Txema llama “allanar el camino de paz” puede ser cansino, pero no doloroso. Anoto aquí de cosecha propia que, con todo, hay que estar preparado para algún que otro rasguño.

Hechos inéditos

Sí, creo que es el momento oportuno, no porque lo diga el Ecclesiastés -que supongo que el autor utilizaba como recurso estilístico y que, al fin y al cabo, sólo es una letanía consoladora- sino porque están ocurriendo hechos inéditos. De pronto, miles de personas parecen estar dispuestas a dar de golpe el paso que, como recordaba Montero, los demás hemos ido dando de a uno (servidor, a los quince años y gracias a Trotski) o, como mucho, de a poquitos (léase Aralar, por no irse más atrás en el tiempo).

Me resisto a llamar “emancipación” a ese proceso porque es inútilmente ofensivo para quienes lo acometen, como si fueran menores de edad ideológica, y porque abunda en uno de los peores errores de todo este sinsentido: conceder a ETA un poder que no tiene. Cuando veamos con claridad que los tan recurrentes “balones de oxígeno” a la banda han venido con más frecuencia del otro lado de la línea imaginaria que de este, habrá llegado el “momento oportuno”. Ahora mismo.

Mínimos

En nuestro país todos los días parecen el mismo y, sin embargo, si nos tomamos el trabajo -o nos damos el gusto, que a veces lo es- de mirar hacia atrás, encontramos mil diferencias entre la tierra que pisamos y la que hemos pisado. Depende del cuerpo que tengamos al hacer ese ejercicio, nos invade la nostalgia, la desazón por las toneladas de minutos perdidos en la nada o, por qué no, la vivificante sensación de que la esperanza, por cursi y ñoña que la vistan, está hecha a prueba de bombardeos de realidad.

Pesimista irredento con trienios de motivos para serlo acreditados, soy el primer sorprendido en estar escribiendo esta versión desafinada del Himno a la Alegría. Me declaro incapaz de explicar cómo ha pasado, pero el discjockey que pone la banda sonora a mi vida ha dejado de pinchar el “Eta zer ez da berdin?” de Hertzainak y ahora escucho los primeros acordes de “Los tiempos están cambiando” de Dylan. Estaba sólo medio punto por encima del insuficiente de los interesados calificadores oficiales y empiezo a ver que echando unos cuantos codos podemos llegar al aprobado. Justito, pero aprobado. Viniendo de donde venimos, pasar un curso es un éxito apoteósico.

De Anoeta a Gernika

Me apresuro a aclarar que no hablo de ETA ni de sus mensajes urbi et orbi, que he leído con la misma pasión que los prospectos del Omeprazol. Dejo a los profesionales de la mediación la tarea de lidiar con esa densa prosa, que para eso -oh, sí- les pagan. Mantengo que, pese a su poder hipnótico y, desgraciadamente, letal, la banda pinchará y cortará lo que le dejen, o sea, lo que le dejemos. Si hemos de interpretar algún poso de café, que sea el de la izquierda abertzale (tradicional, oficial, ilegalizada; elijan apellido), que es quien tiene la llave. Y también la fuerza, medida en respaldo social, para echar la puerta abajo si la cerradura no responde después de tanto tiempo sin engrasar. Su firma en el documento que se presentó ayer en Gernika es algo más que un indicio de que hay ganas de probar otros caminos.

Se podrá decir -se está diciendo ya- que todavía queda mucho trecho, pero el texto es sincero en su enunciado. Bien claramente señala que es un acuerdo de mínimos. Reconozcamos que, como decía el viejo anuncio del brandy, un poco de Magno es mucho. Tal vez merezca la pena arriesgarse a una nueva decepción. ¿Qué nos importa otra más, si ya sabemos de memoria cómo encajarlas, si hemos aprendido a amortizarlas? Ni siquiera hace falta que nos ilusionemos en esta ocasión. Si sale, sale. Y si no… pues no.