Derecho al olvido

Resulta curioso que con lo poco o casi nada que se respetan los de toda la vida (léase anteayer), en los paritorios jurídicos no dejen de venir al mundo —al trocito escogido, se entiende— nuevos derechos. El último alumbramiento, bendecido por ese Deus ex machina que llamamos Tribunal de Justicia Europeo, es el del derecho al olvido. No me digan, para empezar, que no suena poético; hecho a propósito para una letra de Joaquín Sabina, que rimaría con envido, pido o mido. Y pasado a prosa, aún mantiene el toque lírico, porque lo que acaban de reconocer sus señorías con asiento en Luxemburgo es que se pueden capturar unicornios azules. Poco más o menos de eso se trata cuando nos dicen a los humanos corrientes y molientes que la ley nos amparará si le vamos al todopoderoso Google con la exigencia de que borre cualquier rastro de nuestros patinazos pasados si entendemos que su permanencia a la vista pública nos perjudica.

Más allá de las dificultades técnicas y la escasa disposición del buscador de buscadores para llevar a cabo la exigencia, mi reflexión me lleva a la no sé si candidez o soberbia que hay tras la formulación general. Queremos decretar que nuestro pasado es legalmente moldeable a voluntad, que podemos quedarnos con los trozos vividos de los que estemos satisfechos y descartar el resto. Mantendríamos así biografías eternamente inmaculadas, amén del camino expedito para seguir errando, pues cada nuevo lamparón que nos echáramos sería inmediatamente eliminado sin dejar huella. Por suerte o por desgracia —elija cada cual— tan grande imposible escapa a las atribuciones de un tribunal.

Otra de tantas (2)

Vaya, al final aparecieron las dichosas palabras del presidente de Sortu tal y como habían salido de su boca. Día y tres cuartos después del primer ciclo informativo, anótese eso también, porque aquí no hay nada inocente. Es muy viejo lo de darle hilo a la cometa, que en este caso es dejar que crezca el ruido cuando tienes con qué detenerlo. Pero bueno, al grano: ¿Da para ilegalización al amanecer lo que dijo Hasier Arraiz? Hombre, fíate y no corras de cómo las gastan las fiscalías por estos pagos, pero por mucho que les pese a urquijos, covites, auvetés, maneiros (Sémper, tu quoque?) y demás postulantes de la tarjeta roja directa, no parece que los cuatro minutos de rajada contengan la excusa buscada. Desde luego, ni por el forro llegó a decir algo remotamente parecido a la barbaridad que entrecomilló el diario de Pedrojota. Se podría hacer una tesis de Periodismo o de Psiquiatría sobre cómo alguien que escuchó lo que escuchó acabó titulando lo que tituló.

Así que no fue para tanto lo de Arraiz. Ahora que me lo he repasado dos veces, puedo decir que fue simplemente un discurso político endeble y, de acuerdo con mi (hiper) sensibilidad, decepcionante. Comprendo a quién estaba dirigido y sé que si en los cartelones de atrás en lugar del logotipo de Sortu, hubieran estado la galleta del PNV, la rosa del PSE y no digamos la gaviota del PP, el portavoz de turno habría arrimado igualmente el ascua a su sardina. No espero que ninguna formación vaya a hacer la famosa revisión crítica del pasado en abstracto, y menos ante la militancia. Sin embargo, a cualquiera de las siglas mencionadas y a las ausentes sí les pido que, por lo menos, los equilibrismos sean de fuste.

Un ejemplo, que no tengo espacio para más. Dijo Arraiz que los demás están emperrados en la política de retrovisor. O sea, la misma tesis de Alfonso Alonso para darle carpetazo al franquismo. ¿Queremos memoria o no? (Continuará)

Verstrynge el rojo

No era suficiente con Garzón, el gran ego pisoteador conspicuo y no arrepentido de derechos humanos que funge de lo contrario. Ahora en primera línea de pancarta y de cámara en los programas del rentable género protestil se ha situado Jorge Verstrynge. Entre que unos son demasiado jóvenes y otros, demasiado desmemoriados —o voluntariamente olvidadizos, que tiene más delito—, un jolgorio propio de colegio de monjas el día que se explica lo de la semillita acompaña sus parraplas y sus bravatas. No me joroben que nos va enseñar lo que es la izquierda un tipo que tiene en su currículum algún costillar de rojo quebrado a cadenazos. ¿Que no está probado que los arreó? Venga, va. Pongamos que no tuvo la presencia de ánimo o la ocasión de atizar los físicos. Los intelectuales están en las hemerotecas en publicaciones tan revolucionarias como la revista de Fuerza Nueva y/o en opúsculos varios a mayor gloria de José Antonio y toda la quincalla azul mahón.

“Feerstrynnnge”, pronunciaba de modo inimitable su apellido Manuel Fraga Iribarne, que fue su ídolo, su mentor y el que veinte años después de haberlo amamantado, lo largó de una patada en el tafanario justo a tiempo de evitar una dolorosa traición. Eso también está documentado. El pupilo rebasaba por la derecha al maestro. Se le había quedado demasiado blandita, amén de pequeña para sus aspiraciones, aquella Alianza Popular que no acababa de cobrar la herencia del bajito de Ferrol ni siquiera cuando se vino abajo la tramoya de UCD.

No me hablen del derecho a la evolución, por favor, que eso es algo sagrado y respetable. No procede en este caso, más explicable por el resentimiento —¡Os vais a joder, menudo soy yo!— y un narcisismo que se escapa de los manuales. Así se escribe la historia, es decir, la historieta. No es anécdota sino categoría que el gran defensor de los desahuciados sea un menda con un porrón de inmuebles en propiedad.

Fantasmas del pasado

Es lo que tiene el pasado, que está lleno de fantasmas. Todos los pasados. Los colectivos y los individuales. Las cosas que nos ocurrieron, tanto en nuestra pequeñez de seres humanos como en nuestra medianía como parte de un grupo, van perdiendo brillo, nitidez, contraste… pero jamás acaban desintegrándose del todo. Aunque seamos capaces de estar días, meses, años enteros, sin dedicarles un pensamiento. Incluso en lo más profundo de la amnesia o del cruel Alzheimer, lo que hicimos y lo que nos hicieron permanece adherido a nosotros. El beso que dimos o dejamos de dar, el camino a la izquierda o a la derecha que tomamos un día, aquello a lo que renunciamos y aquello que aceptamos hace una tonelada de lunas forma parte indeleble de lo que hemos llegado a ser. Somos lo que somos, y en esa primera persona del plural está incluído sin remedio lo que fuimos. El presente de indicativo arrastra inevitablemente un montón de pasados imperfectos.

Lo que pasó aún existe

Se lo traduzco, señor López, que ya imagino que un lehendakari no está para filosofías una mañana de domingo. Sólo quiero decir que sí, que como usted alegó con todos los aspavientos recomendados en el manual de despejes a córner, el GAL es un fantasma del anteayer. Un pueblo como el nuestro, del no recuerdo quién dijo que produce bastante más historia de la que es capaz de consumir, había ido cubriendo de polvo ese episodio, mientras trataba de seguir su camino hacia todavía no sabemos dónde. No confunda eso, por favor, con la voluntad de olvidarlo. Primero, porque sería una indignidad, y segundo, porque como acabo de tratar de explicar, es metafísicamente imposible desprenderse de lo que hemos vivido. Y todo aquello -la cal viva, los secuestros de ciudadanos que pasaban por allí, los tiros descerrajados con el cañón apoyado en el occipital, el olor infecto a cañería del Estado- lo vivimos. ¡Vaya si lo vivimos!

Como, diga lo que diga su subordinada Ibáñez de Meztu, soy humano y, por tanto, dueño de muchos recuerdos incómodos, comprendo que no le haga la menor gracia que los cines de reposición vuelvan a proyectar esa película protagonizada por un plantel que le es muy cercano. Algunos, qué cosas, siguen teniendo papeles de relumbrón en las producciones actuales. Pero quédese tranquilo. Nadie le señala a usted, que ya sabemos que por entonces sería un estudiante (perdón por sacarle el asunto) y, como mucho, le tocaría hacer de extra silencioso. Asuma, sin miedo, ese trozo de su historia. Domestique el fantasma. No lo tape.