¿A quién le importa?

Planazo para la noche de un viernes que, de propina, unía un megapuente con el fin de semana: hablar de la cumbre que dejó al continente nuevamente aislado de Gran Bretaña. Lo hicimos en Gabon de Onda Vasca durante casi una hora. Los cuatro contertulios y el simulacro de moderador nos habíamos empollado la materia aplicadamente, subrayando con fosforitos multicolores nombres, países y propuestas y haciendo esquemas nemotécnicos sobre lo que podría ocurrir o dejar de ocurrir en el futuro, que es ya mismo. El resultado fue un animado debate… que seguramente se perdió en el espectro radioeléctrico sin llegar a su pretendido destino. Estoy convencido de que hasta para nuestros oyentes más militantes resultamos algo parecido a un zumbido de fondo.

Mal de muchos, epidemia, sospecho que no fuimos los únicos que hicimos nuestros ejercicios en el alambre para la nada. Sumando todas las tertulias de radio y televisión y las decenas de páginas de periódicos digitales o de papel dedicadas al asunto, es probable que no rozásemos siquiera el interés que despierta la transmisión de un Ponferradina-Alcoyano de treintaydosavos de final de la Copa. No nos engañemos: sólo un puñado de samurais muy pero que muy cafeteros presta ojos u oídos a este tipo de huesos informativos.

Al primer bote y por aquello de los dos mil años de judeocristianismo mamados, uno tiende a echarse la culpa de la prédica en el desierto. Claro, cuando la gente tiene tantas cosas estimulantes en las que ocupar su tiempo, a quién se le ocurre venir a joder la marrana con Merkel, Sarkozy, Cameron, la armonización fiscal de la eurozona, o la exigencia de topes de déficit. Eso es para cuatro listos que saben de qué va la mandanga. Saco la bandera blanca y lo acepto. Ahora, sería más maduro no escuchar quejas cuando nos suban el IVA al 21 por ciento, nos quiten media paga de julio o reduzcan un tercio la cobertura del desempleo.

Barcina, ¿por qué?

Aunque cada cual cuenta la anécdota cambiando el nombre de los protagonistas, los lugares y las épocas, en el periodismo se ha hecho célebre una supuesta crítica teatral que sólo constaba de dos frases. Decía algo así como: “Ayer tal director estrenó tal obra. ¿Por qué?”. El resto del espacio que habitualmente ocupaba la columna estaba en blanco. Todos los que frecuentamos con mayor o menor fortuna el género de opinión en la prensa hemos sentido alguna vez el impulso de plagiar al desconocido autor de esa tarascada inmisericorde. De hecho, conozco a un par de tipos que llegaron a hacerlo, y el resultado fue que las centralitas de sus respectivas redacciones se bloquearon ante la marea de llamadas de lectores que advertían de lo que creían a pies juntillas que era un error de impresión. Con la ironía siempre ha habido problemas de comprensión.

No me animaré, pues, a repetir la experiencia, pero en pocas ocasiones como hoy he sentido que para decir lo que quiero decir —y que la mayoría de ustedes lo entienda— me bastaría y me sobraría con un puñado de caracteres. Exactamente 74, incluyendo espacios, que son los que, si el chivato del procesador de textos no miente, suma este enunciado: Yolanda Barcina sigue siendo presidenta del Gobierno de Navarra. ¿Por qué?

Nada de lo que he escrito antes de esa especie de twit escuálido y nada de lo que teclee hasta el punto final aportará gran cosa al mensaje. Sobra cualquier apostilla, cualquier intento por reforzar la idea con esta o aquella filigrana. Ustedes conocen tan bien como servidor al personaje y sus circunstancias. 19 días cobrados de matute en la UPNA, dietas mayores que el sueldo luego convertidas en dos salarios, la dureza del merengue francés como argumento para vestir de atentado terrorista una protesta, la petición de omertá a la dirección de Volkswagen sobre 700 despidos. Eso y bastante más cabe en un simple ¿Por qué?

Lo que «nos» interesa

Grecia ardiendo, los mercados voraces que suben y bajan según les dé el aire, el FMI diciendo arre y so a la vez, la segunda recesión global y la madre que la parió, los test de estrés tan fiables como el método Ogino, una tal agencia Fitch poniendo notas a una economía que no conoce ni de oídas. No hay forma de entender nada, aparte de que todo se resuelve con una tijera y mandando unas toneladas de carne humana al paro cada rato, ¿verdad? Pues a lo mejor es más sencillo de lo que parece. Y no, no es cuestión de hincar codos sobre tochos de economía, paraciencia que ya ha demostrado que vale para hacer autopsias pero no para prevenir constipados. Se aprende mucho más en las revistas del colorín y en los programas de bilis rosa.

Bueno, ahí, y en todos esos periódicos que dicen ser tan serios y que, como han demostrado en masa estos días, tienen alma de Hola, Pronto y Diez Minutos. Qué tremenda declaración de principios, qué autorretrato más certero, el del diario de mayor difusión de este trozo del país, ese al que le filtran los informes trileros de duplicidades, al dedicar ocho décimas partes de su primera de ayer al bailoteo de una señora que si fuera nuestra abuela no sabríamos dónde meternos. “Tal vez es porque, aunque nos duela, es lo que le interesa a la gente”, me contestó alguien en Twitter, donde corrí a llorar mis penas tras el retortijón provocado por la visión de esa portada. Bingo.

Que “eso” sea lo que “le interesa” a “la gente” (y aquí excluyo a los que aún conservan medio tris de visión crítica y otro tanto de sentido del pudor) explica todo lo que enumeraba en el primer párrafo. Si tragamos como cuento de hadas el himeneo de una cacatúa podrida de pasta y títulos con un Espartaco Santoni de quinta, si reímos un descoyunte esquelético en lugar de sentir pena y asco, es que estamos preparados para lo que nos echen. ¿Otro recortito social, Don Camilo? ¡Venga!

Inquisidores en Lakua (II)

Sigo donde lo dejé ayer. No fue un perrenque momentáneo por la pérdida de una entrevista ya cerrada lo que me hizo acordarme de las muelas de los que hacen luz de gas informativa a Onda Vasca . Mis penas por las negativas, tanto cuando voy de paisano como cuando llevo uniforme de piar, me las zampo con patatas. El quebranto causado por un invitado que se cae o no sale es un gaje ínfimo de un oficio en el que vestirse de lagarterana es un aprendizaje elemental. Por lo demás, echar un ping-pong en antena con este o aquel interlocutor gubernamental no figura entre mis placeres inconfesables. Puro curro, no hay más misterio.

Bueno, en realidad, ese es el misterio. Estamos hablando de trabajo, de uno —como casi todos, por otra parte— en que las apetencias personales de quien lo desempeña no tienen cabida. Lo importante es poder hacer un producto que satisfaga al cliente, es decir, al oyente. Y ahí es donde la cerrazón de los porteros de discoteca de López deja de ser una afrenta a un medio o a unos profesionales concretos para derivar en un insulto a decenas de miles de personas. Estamos rondando la prevaricación o, como escribí ayer, el delito contra la libertad de información.

Un estudiante que no acabó ingeniería o un lavacoches tienen todo el derecho del mundo a mandarnos a esparragar si les pedimos una entrevista. Un lehendakari, un consejero (y de ahí para abajo en el organigrama) no lo pueden hacer tan alegremente. ¿Por nuestra cara bonita, porque nosotros lo valemos? Qué va. Simplemente porque les va en el cargo y en el sueldo. ¿y tiene que ser cuando nosotros queramos? No. Somos comprensivos con las agendas.

Antes del punto final, un dato para la reflexión: el PP, que tendría tantos motivos o más que el PSE para enfurruñarse y no respirar, jamás nos ha dado con la puerta en las narices. Aun en cuestiones que invitaban a esconder la cabeza bajo el ala, no nos ha faltado su voz.

Inquisidores en Lakua

Después de una búsqueda de días por tierra, mar y aire, a las diez y media de la mañana del lunes cerramos una entrevista con quien acaba de ser designada para un cargo de nueva creación en el Gobierno vasco. Ella misma se puso en contacto con una de las tres personas que la habíamos tenido en caza y captura y confirmó, toda amabilidad, su presencia. Lo celebramos como la ocasión requería: con un cruce de sms entre triunfales y desconfiados. Apenas dos horas después, quedó demostrado que teníamos razones para recelar. Una vez más en carne mortal, la interfecta llamó para desconvocarse. Le había salido —¡ja!— un compromiso ineludible. ¿Y a otra hora? No. ¿Otro día? Tampoco. ¿Y…? Que no, que ya os llamaré yo.

No hace falta ser adivino para saber qué ocurrió en el lapso entre el OK y las calabazas. Seguramente sin sospechar que estaba a punto de cometer un pecado mortal según el catecismo de Nueva Lakua, nuestra fallida invitada comunicó la cita al cancerbero de turno. Ahí a alguien se le pararon los pulsos y comenzó a echar espumarajos. ¿Una entrevista, y encima, la de estreno, en esa casa donde habita el mal? ¡Vade retro! Antes pasará una manada de rinocerontes por el ojo de una aguja que dejará escuchar su voz en Onda Vasca el más insignificante de los centuriones de López.

Me gustaría haber contado una anécdota, pero por desgracia, es una categoría. Si en los primeros meses de vida de la emisora caía de Pascuas a Ramos un consejero o consejera, desde hace mucho no tenemos un mal subalterno que echarnos a la boca. Inasequibles al desaliento, seguimos llamando y llamando. Cuando hay suerte, recibimos una excusa atrabiliaria o la avergonzada confesión en confianza de que cualquiera que rompa la fatwa lo pagará muy caro. Y ya cansa, estomaga, aburre y revienta algo que va más allá del boicot de unos alevines enfurruñados. Es un delito contra la libertad de información. Así de claro.

¡No nos lo llamen!

Adagio atribuido a Alfonso Guerra: “¡Coño, es que hay cosas que se hacen… pero no se dicen!”. Maquiavelo habría corrido a collejas a los petimetres miembros del Consejo de Administración de RTVE —4 del PP, 1 de CiU y los vergonzosos abstencionistas de PSOE, ERC y CC OO— que se pusieron pilongos imaginando que podrían espiar por un agujerito cómo se visten y se desvisten las noticias en el ente público. Hay que ser cenutrio para dejar en el libro de actas la reinstauración de la censura previa. Eso canta tanto que hasta los borregos más dóciles protestan y, claro, hay que dar marcha atrás explicando que se te fue el dedo, que no sabes dónde tenías la cabeza o que pensabas que se estaba votando la designación de la morcilla de Burgos como patrimonio inmaterial de la humanidad.

Empecemos explicando a los ajenos a este oficio de tinieblas que en los tiempos actuales (Viloria aparte) no procede lo de irle al supertacañón a que te marque con el lápiz rojo lo que sí y lo que no. Ni siquiera se estilan los dictados. ¿Porque finalmente ha triunfado la libertad de expresión? Más quisiéramos. Es pura optimización de recursos y algo de mejora genética de la especie plumífera, que ya viene programada de fábrica para regurgitar las noticias (u opiniones si es el caso) al punto de sal exacto que le priva al pagador de la nómina. Podría presentarles a varios capaces de pasar del Pravda auténtico a El Alcázar sin que nadie notara nada. ¿Y qué les voy a decir de aquellos que en el baserri electrónico de ayer ibarretxeaban con idéntico timbre al que hoy lopezbasagoitean? Nada, que mañana otegiarán si sale el sol por ahí.

Dejen, pues, los politicos avispadillos de sacarnos los colores en público y de dar tres cuartos al pregonero para que todavía nos señalen más con el dedo cuando vamos por la calle con nuestra cruz. Bastante jodido es saber lo que somos. Así que, carallo, ¡no nos lo llamen!

Periodismo comprometido

Caen —caemos— como moscas. Ayer hincó la rodilla la revista Don Balón, en otro tiempo cartilla Palau de los que tuvieron que cambiar muy pronto el pupitre por el andamio o el torno. Los de mi generación no me dejarán por mentiroso: llegaba a los kioscos en paquetes de a cincuenta y como te hubieras entretenido diez minutos en la cola del pan, te quedabas esa semana sin la dosis de Cruyff, Santillana o el breve de Dani o Satrustegi. Con suerte, un amigo te la mercaba en la capital o conseguías hojear un ejemplar con chorretones de grasa y aroma a Farias en el tasco de la esquina. Pero del pasado esplendoroso no se vive. Andando los años, los ciento y pico plumillas que llegó a tener mermaron hasta los doce que acaban de ver la persiana cayendo como una guillotina.

Son los últimos (o tal vez a esta hora los penúltimos) de la interminable lista de curritos de la comunicación que de la noche a la mañana se han encontrado a la intemperie. Faltan dedos para hacer inventario de todas las cabeceras que se han ido al guano en un par de vueltas al calendario. Sólo en lo que va de este mes puñetero y cabrón, además de despedirnos de la biblia futbolera y del Xornal de Galicia, hemos visto caer la sigla maldita —ERE— sobre Público, El Economista, los diferentes diarios Sur y hasta la recién creada 10 Televisión (¡Vocento!), que traza el mismo camino de la efímera Veo de Pedro Jota Ramírez. Son un suma y sigue tremebundo de las situaciones en Prisa (2.000 despidos, que se dice pronto), Cope, La Razón o las incontables pequeñas emisoras y minipublicaciones borradas del mapa aquí o allá.

La Asociación de la Prensa, que tampoco se ha caracterizado nunca por una defensa berroqueña del gremio, calcula que entre pitos y flautas la sangría se puede poner pronto en 10.000 patadas en el culo. Y me parece precio de amigo. Habrá alguien aún que pida un periodismo comprometido y valiente. Ya.