Hago notar que el título de esta columna con prórroga no es mío. La expresión salió de los labios de la líder de la Plataforma Anti Hipoteca, Ada Colau, que acusó a la presidenta andaluza, Susana Díaz, de estar enfrentando a “pobres contra pobres”. El soplamocos tuvo un inmediato y estentóreo aplauso en las redes progresís, donde las frases de cinco duros cosechan el éxito que no alcanzan los argumentos. Como hace mucho que retiré de mi dieta las ruedas de molino, comprendí al primer bote que lo que estaban diciendo Colau y sus jaleadores es que entre los desgraciados también hay clases: está el puñado susceptible de redención, tan resultón para fotos y consignas, y luego, la legión de apestados completos a los que les toca morirse del asco sin rechistar. Literalmente sin rechistar, pues en cuanto empezaron a quejarse por el agravio respecto a los (semi) realojados de la corrala Utopía, les fueron cayendo las consabidas teóricas: “No se dan cuenta de que sus verdaderos enemigos son los bancos”, “Se dejan manipular por los medios de la derecha”, “¡Qué insolidaria y egoísta es la incultura!” y otras tantas soflamillas podridas de superioridad moral… lanzadas, como suelo apostillar a mala baba, desde aparatejos que cuestan lo que no ingresan en un año los insultados.
Ni de lejos soy fan de la trepadora Díaz. Me consta que este cirio lo montó el indecente alcalde pepero de Sevilla en comandita con una entidad bancaria. No se me escapa la obscenidad que supone ver a ABC o TVE dando voz a quienes desprecian. Pero tampoco que cierta izquierda tiene una idea muy asimétrica de la justicia social.