Gabarras aparte

[Nota previa para los lectores de las cabeceras no vizcaínas de Grupo Noticias: aunque lo parezca, ni estas líneas ni las de ayer van sobre el Athletic. Rascando el inevitable barniz rojiblanco, aparecen cuestiones que trascienden lo aparentemente obvio. ¿La igualdad? No quisiera ser muy profundo, pero en alguna medida, sí. ¿La impostura y el ventajismo? Sí, creo que va más por ahí, y quizá tenga que anotar, aunque sea a regañadientes, que no estoy libre de pecado.]

Digamos que bien está lo que bien acaba. Imposible no emocionarse con el recibimiento a las campeonas. Cierto que tampoco fueron masas estratosféricas, pero sí una multitud mayor de la que cabía soñar a principio, en mitad y al final de la temporada, cuando casi todos hacíamos nuestras vidas ajenos a eso que tanto nos da que hablar ahora. Faltaron, según se apreció a ojo de buen cubero, un porrón y pico de los y las abajofirmantes en favor de la gabarra. Y de los predicadores de micrófono o teclado, ni les cuento. Debían de tener otras causas por las que campear. Ni la lúbrica tentación del selfi tuiteable y feisbucable les hizo reservar un hueco en la agenda.

Pero no nos aflijamos. Lo mejor está por venir. En lo sucesivo, el fútbol femenino ocupará tanto espacio en los medios como el otro. En la misma estela, las jugadoras del Bera Bera, que han ganado ligas de balonmano para aburrir, recibirán trato de ídolos y a su club le sobrará pasta para disputar competición europea. Por supuesto, Zumaia tendrá remeras suficientes y revertirá su decisión de colgar la Telmo Deun. Y cómo no, haremos porras sobre la Emakumeen bira. Verán cómo… no.

Cervantosis

¡Qué hartura, por favor, con la cervantosis! Quieran los cielos que superada la redondez de la efeméride, dejen en paz al manco en su presunto osario. Y esto escribe, se lo juro, un tipo que ahora mismo va por la segunda lectura de la sin par novela, sin contar las versiones liofilizadas que nos atizaron en lo que aún se llamaba colegio nacional. Admito que hay fragmentos excelsos, otros con mucha enjundia, bastantes que resultan divertidísimos, pero también toneladas de paja y partes que son auténticos pestiños. Respeto y entiendo que esté considerada una obra universal y, por descontado, que su autor ocupe el pedestal más alto de la literatura.

¡Leñe, pero hasta ahí! Están muy de más las soplapolleces supremas que nos ha tocado leer o escuchar en estos días de culto posturero. De acuerdo con esas gachupinadas, Cervantes es el inventor de la ironía, un protofeminista, un pionero de la multiculturalidad, un ecologista avant la lettre y lo que se le ocurra a cada juglar. Incluso, aunaba facetas contradictorias, como la de defensor a ultranza de la unidad española —véase el regalo de Rajoy a Puigdemont— o la de adelantado del derecho a decidir.

Y ya, si lo llevan al Congreso de los Diputados, como fue el infausto caso el otro día, ni les cuento. Aparte de las risas de ver al actual presidente del lugar glosando con prosopopeya prestada lo que se notaba que no distinguiría del As, fue digno de encantamiento de algún malvado gigante que los líderes de cada bandería usaran al escritor alcalaíno o al hidalgo de la Mancha para culpar a los otros del desgobierno. Con los políticos hemos dado, amigo Sancho.

Pablo y el benemérito

La conmemoración del 23-F hace ya tiempo que es la continuación del propio golpe de estado por otros medios. Cada aniversario desde el primero, y con especial ahínco en los redondos, el personal se lanza al desbarre, la hipérbole, la memoria desmemoriada, el concurso de odas y topicazos, la impostura de toda la vida que ahora llaman postureo y, como novedad reciente, esos ejercicios de onanismo sin matices que decimos selfies.

A esta última modalidad pertenece la milonga que más me ha enternecido en esta edición de los juegos florales del tejerazo. Su autor no podría ser otro que quien ha hecho de la gallarda pública una de las bellas artes. Van a apuntar, lo sé, que es fijación, pero como diría aquel que le echó un par de narices en la tarde-noche de autos, puedo prometer y prometo que el tuit de Pablo —rebautizado Pueblo por un pérfido concejal donostiarra a quien no delataré— Iglesias convierte en prescindible todo lo que podamos farfullar los demás en torno a la efeméride de marras.

El prodigio comunicativo consta de dos imágenes y un texto. Las instantáneas muestran al susodicho —cómo no— en compañía de otro individuo. En ambas señalan con espontaneidad manifiestamente mejorable los puntos del Congreso de los Diputados donde se conservan, cual si fueran el brazo incorrupto de Santa Teresa, los impactos de bala que dejó la picoletada insurrecta. Como coralario, la emocionante leyenda que copio y pego para su solaz: “Hace 35 años un guardia civil entró aquí con pistola en mano; ahora otro lo hace de la mano de la gente”. No me lo digan. Se les ha puesto un nudo en la garganta. Y a quién no.