En mi opinión, no es la raza la cuestión clave en la decisión de adquirir un perro.
Todos nos creamos unas expectativas, en general ,basadas en ideas preconcebidas, en cuanto a la tenencia de perros o gatos. Estas, me atrevo a concretarlas, suelen estar en la línea de convertirlo en nuestro compañero «inseparable». Pero además buscamos algunos valores añadidos, que sea bonito, bello más bien, es decir un complemento estético, en el mejor sentido de la palabra. No nos debe escandalizar esto último si pensamos, que esta misma función la realiza en muchas ocasiones nuestra pareja (socialmente reconocido) No es preciso que ponga ejemplos al respecto.
No obstante, este compañero, o mejor, esta relación, es desde el principio algo más complicada de lo que parece. Y ,en contra de lo que suele creerse, no son las obligaciones que implica ( sacarlo a pasear, cepillarlo, llevarlo al veterinario, dedicarle su tiempo ) las que generan el desencanto.
El desencanto comienza cuando no somos capaces de modelar su comportamiento. Cuando los paseos se hacen eternos, pues no para de rivalizar con otros perros, o ladrar a otras personas, perseguir a los ciclistas o corredores. Cuando no atiende a nuestra llamada, o se pierde voluntariamente. Cuando tira de la correa hasta que se nos duerme la mano, o se come todo lo que encuentra. Después , comienza la frustración de no entender a ese «compañero» que no puede quedarse solo en casa, que nos mea en la alfombra o incluso defeca en el sofá. Nos frustra, no poder llevarlo de vacaciones, ni dejarle con alguien, porque no sabemos como reaccionará. Nuestro sueño de «amigo inseparable» se ha quebrado definitivamente…….se ha convertido en un peso del cual no podemos desprendernos.
Creo que el problema real está en que no es «él», el responsable de todo esto, sino nosotros, que hemos decidido permitirle, de forma caprichosa, ocasional, saltarse las normas de convivencia. Alentando, la rivalidad, el ladrido, la prioridad en el paso, o el acceso al sofá ,a la cama, o a nuestro regazo en la mesa. En su código, no hay cabida para la excepcionalidad. Por tanto, tampoco lo debe haber para la permisividad por nuestra parte.
Eliminemos la excepcionalidad en su educación, y nos alejaremos del desencanto y la frustración.
IAS