El Partido Popular en el Congreso ha elegido erosionar al vicepresidente y ministro del interior Alfredo Pérez Rubalcaba con el caso Faisán y, en el senado al vicepresidente tercero Manuel Chávez, con el asunto de los Eres y las mediaciones de sus hijos con la administración como los ejes principales de desgaste de la acción de gobierno del Partido Socialista. Eso algunos lo interpretan como iniciativas propias de un guión establecido en buscar la crispación y los aludidos en decir que obedece tan solo a la acción parlamentaria atribuida a las Cámaras Legislativas que además de aprobar leyes tienen como misión controlar al ejecutivo y representar la elección popular.
Todo esto no tendría mayor trascendencia si estas sesiones fueran de guante blanco y de palabras medidas. Lo que ocurre es que el tono de la polémica sube cuando las alusiones son a conductas personales o relacionan con delitos a familiares de los interpelados. Y eso fue lo que ocurrió el pasado martes 26 de abril cuando el presidente del Senado Javier Rojo, en evidente actitud crispada dijo aquello de “¿qué van a decir los ciudadanos cuando vean este espectáculo por televisión?”, como si la televisión fuera la culpable de que se estuviera dando aquel espectáculo.
Parto de la base de que a mí no me asusta en nada un Parlamento bronco. Si en la calle hay cinco millones de parados, si la economía sigue sin los brotes verdes anunciados, si se cierran comercios un día si y otro también, el parlamento debe ser la caja de resonancia de ese malestar y para eso también debe estar organizado. No concibo la vida parlamentaria como la que viví en aquel naciente Parlamento Vasco de los años ochenta donde acudir a un pleno parecía como ir a misa mayor y donde no se podía aplaudir, ni mostrar la menor contradicción ante lo expuesto. Concebir así un Parlamento es absurdo y contrario a la propia esencia del parlamentarismo que es otra cosa y si no que los defensores de esta manera artificial de proceder se den una vuelta por Westminster o por la Asamblea francesa o el Bundestag, sin hablar de Montecittorio.
Otra cosa distinta es el insulto personal. Y eso es tan inadmisible aquí como en Corea, tan propensos ellos a morderse en la oreja o a echarse los escaños en la cabeza. Y de eso hablamos en la Junta de Portavoces del Senado previa a la última sesión borrascosa. Bronca si, insultos no. Lo malo fue que el presidente teniendo en sus manos pedir al intervinientes se atuviera a la cuestión y no se saliera del motivo de la pregunta, permitió que el interpelante popular le metiera al ministro Chávez el dedo en el ojo con asuntos familiares. Y ahí ardió Troya. Chávez, a la defensiva, sacó contra el PP el caso Gurtel cuando lo único que tenía que haberle solicitado al presidente era que le pidiera al senador popular que se atuviera a la pregunta genérica que le había hecho y al senador, decirle que si tenía dudas relacionadas con su familia acudiera al primer juzgado de guardia que encontrase. Y nada más.
Confundir estas lógicas trifulcas parlamentarias, siempre cercanas a fechas electorales con las crisis del parlamentarismo, es pasarse cinco pueblos aunque no se deba desconocer que alguien con no muy buena intención en el CIS ha logrado introducir una preguntita de forma inducida para que quede claro que la política y los políticos aparezcan como el segundo motivo de preocupación de la ciudadanía, porque la respuesta a tan aviesa intención sería la siguiente: “¿Cuál es la alternativa?. ¿Un Parlamento débil condicionado por los poderes económicos, financieros o mediáticos?. ¿Populismo en vena?. ¿Cierre del Parlamento?”.¿Por que usted no critica conductas personales y no se las atribuye a todo el sistema?”.
Porque aquí si somos demócratas hay que partir de una verdad inamovible. No hay Democracia sin Parlamento. Y nada más.
Acabo de asistir en Panamá a una reunión de la Unión Interparlamentaria Mundial que desde 1889 reúne a todos los Parlamentos del mundo una vez al año. En esta ciudad se han analizado diversos temas de actualidad, y uno de ellos fue la rendición de cuentas parlamentarias. En este punto, hubo varias intervenciones. Una de ellas la de un diputado danés del Folketing llamado Jans Christian Lund , vicepresidente de su delegación que subió a la tribuna y terminando su disertación nos dijo: “Miren ustedes. Soy un viejo parlamentario que está haciendo por última vez su intervención en este foro. Ya no volveré más. Me retira la edad. Y quiero transmitirles a ustedes dos experiencias de mi vida. Antes de ser diputado fui un soldado que llegó a coronel y en el ejército de mi país como soldado nunca tuve, ni tuvimos, la mínima tentación de condicionar al poder civil. No lo hagan aquellos de ustedes que en mi mismo caso son militares o están vinculados con militares. La sociedad democrática no es un cuartel y el ejército en un país serio está para protegerlo del peligro exterior y no para condicionar políticamente a la sociedad a la que sirve. Primera experiencia. Y la segunda, ya como diputado, es decirles a ustedes que un diputado, por modesto que sea, tiene más poder que un ministro aunque no ejerza su poder. Porque el poder siempre hay que controlarlo pues tiende a ser expansivo y le incomoda siempre que le interpelen. Pero para eso estamos nosotros. Y lo repito, un diputado es más que un ministro porque debemos controlarles para que no hagan tonterías”. Dicho esto, el viejo soldado se despidió con estos dos mensajes y así se fue aquel gigantón de la cabeza rapada y los hombros cargados.
Finalmente hay que decir que el parlamentarismo moderno vive sus momentos de más baja valoración inmerso en una sociedad sometida a profundos cambios. Cambios en los objetivos de los ciudadanos. Se difumina la ideología que anteriormente se vivía con dramatismo y en la actualidad prima lo que le pasa a cada ciudadano. Porque la sociedad reclama la solución de los problemas de las personas. No el problema, sino su problema.
Y hay que tener en cuenta que del megáfono y la pancarta se ha pasado a la radio, a la televisión, al móvil, a internet, al facebook y al twitter. Vivimos en una sociedad globalizada y mediática de toma de decisiones rápidas y ante eso hay que innovar las formas de hacer política. Hay que explicar en cada momento no que se hagan las cosas, sino porqué se hacen las cosas.
Todo esto es lo que hay que poner al día pero siempre con una idea clara y democrática: No hay Democracia sin Parlamento.
Pareciera como si usted hubiese leido ultimamente a Brzezinski…
Estoy de acuerdo con usted: sin parlamento no hay democracia. Ahora bien, el que haya parlamento no asegura que exista democracia. Vaya problema.
Cuentan que cierta vez uno de los grandes banqueros de la familia Rockefeller pronuncio la siguiente frase: «Déjenme controlar e imprimir el dinero de un país, y no me importa quien gobierne». Sea o no cierto que fue Rockefeller quien la pronuncio, personalmente estoy de acuerdo con dicha afirmacion.
En Estados Unidos es la FED (un cartel de bancos privados) quien crea de la nada «dinero deuda» para el gobierno, cobrandole además un interese por dicho dinero. La creación de dinero provoca inflación como es evidente, pero ya no como un efecto del libre mercado, sino como un impuesto sobre los ciudadanos.
El propio Brzezinski se refiere al comunismo como una mera institucionalización del marxismo. Es decir, pueden existir otras formas de institucionalizar el marxismo. O dicho de otra forma: pueden existir otras formas de hacer dirigismo de la economia, de los medios de produccion y sobre todo de los mercados donde la produccion se convierte en «objeto de cambio», todo ello sobre la base del «dinero deuda» creado por un cartel de bancos privados.
Me gustaría preguntarle sobre los mecanismos existentes en Europa para crear dinero y por el sistema fraccionario. ¿Que control ejerce el parlamento sobre dichos mecanismos? Otra pregunta igual de importante: ¿Como es posible que ni en la ikastola ni en el instituto me hablasen de todo este sistema?
No se imagina lo agradecido que le quedaría este humilde ciudadano si usted pudiese contestarme a dichas preguntas u orientarme a algunas lecturas que pudiesen darme respuesta a las mismas.