En el despacho de honor del Diputado General de Bizkaia hay expuesto un gran jarrón de Sevres con el retrato de Napoleón III que fue regalado a la Diputación de Bizkaia por el emperador y su esposa Eugenia de Montijo con motivo del nombramiento del hijo de ambos como «Bizkaino Originario». Este dato quizás lo podía haber recordado Alain Juppé cuando le hizo entrega de la Legión de Honor a Azkuna. El jarrón hubiera decorado tan protocolario acto. A fin de cuentas los presidentes franceses son reyes mientras duran sus mandatos. Y a Sarkozy le gustan estas historias más que comer con los dedos y, si además, está de por medio Polonia, la patria de sus ancestros, mejor que mejor.
Comento ésto porque revisando una vieja revista de principios del XX, veo la historia del jarrón que siempre me llamó la atención. Y es que este mes de marzo se cumplen 155 años del nacimiento de aquel chaval que reivindicó para sí el imperio perdido de su padre. Es una historia de emperadores y de príncipes pero como tiene relación con Bizkaia, ahí va. Pocos la saben. Era el día 16 de Marzo de 1856, cuando se colmó la felicidad de la bella heredera del castillo de Arteaga y de Napoleón III, dándoles, un hijo a quien se impusieron los nombres de Napoleón, Eugenio, Luis, Juan, José; príncipe que fue saludado por su padre como la esperanza del porvenir, destinado a perpetuar su sistema imperial francés. Quizás por ahí los vascos vieron una rendija, pero el jacobinismo en aquel país es de hierro.
Bizkaia no permaneció indiferente ante este hecho, y con el propósito, sin duda, de que, cuando el príncipe llegara a ocupar la dignidad imperial, repusiera a su patria en posesión de su nacionalidad, fue declarado en Junta General de julio y en medio de entusiastas aplausos, “Bizkaino Originario”.
El acta de la declaración la entregaron a los emperadores en la Villa Eugenia de Biarritz, los dos comisionados nombrados al efecto, que fueron invitados por aquellos a un banquete, terminado el cual confirióseles la cruz de la Legión de Honor; y no solo la etiqueta, fue la que así agasajaba a los bizkainos, sino que en privado Napoleón y su esposa les manifestaron el afecto que por la bizkainía de su hijo sentían.
Crecía el príncipe al lado de sus padres, que habían llegado al pináculo del poder; pero en su ruidosa y rápida caída, arrastraron las esperanzas de Bizkaia y Polonia.
Sedán no estaba lejano, y allí el 1º de Septiembre de 1870, el emperador, después de haber buscado la muerte en medio de los suyos, entregó su espada a Guillermo I de Prusia.
Partió Napoleón III como prisionero de guerra al castillo de Wihelmshohe, y su esposa Eugenia, apenas se tuvo noticia en París del descalabro, se vio precisada a huir, pues fue proclamada la república; su hijo, aún adolescente, le había precedido en la huida. Al cabo de treinta y seis horas de viaje, pasando por Evreux. En el preciso momento de proclamarse la república en la plaza, llegaron a Deauville, en cuyo puerto sólo encontraron dos barcos; embarcando en uno de ellos enderezaron la proa a Ryde, y después de una travesía de veinticuatro horas lograron pisar tierra.
Madre e hijo fijaron su residencia en el palacio de Chirslehurst, donde más tarde se les unió Napoleón III. Desde allí protestaron contra la votación de la asamblea que destituyó a éste de la dinastía y le declaró responsable de la ruina de Francia.
Apenas cumplidos dos años de destierro, minado por los padecimientos físicos, el vencedor de Solferino fallecía, dejando por representante y jefe del partido bonapartista al joven ex-príncipe Napoleón IV, como le llamaban sus partidarios. El de la bizkainía originaria.
Dedicose éste con empeño a la carrera de artillería, que cursó en Wolwich, obteniendo, las mejores calificaciones en aplicación y conducta; cosas ambas, que producían la mayor satisfacción en su madre, que desde la muerte de su esposo, había depositado en él toda la atención.
No descuidaban, ayudados por Eugenio Rouler (que había sido ministro del segundo imperio), los trabajos para el logro de sus aspiraciones políticas y en 1878 todo auguraba un triunfo al ilustre descendiente de los Ezkerras y Arteagas, cuando, habiendo tomado serias proporciones la contienda que por las armas se ventilaba entre Inglaterra y Cetuvayo, rey de Zululand, y anhelando el ex-príncipe prestigio militar, después de recibir la aprobación de su madre, formó parte del cuerpo expedicionario que comandado por Wood marchaba a las africanas tierras.
¿Quién al verle partir, se podía figurar que su fin estaba tan próximo?. El 1° de Junio de 1879, el teniente Carey, que custodiaba el valle de Etoytoysi, quiso hacer un reconocimiento y llevando junto a sí al ex-príncipe se internaron en un país áspero, cuando al poco rato recibieron una descarga a quemarropa que tendía a éste en tierra y bañado en sangre, mientras sus compañeros volvían grupas.
Cuando a Europa llegó la fatídica noticia, comentarios desfavorables se susurraban de boca en boca y Eugenia de Montijo caía en tierra, transida de dolor.
Así terminó su corta vida de 23 años, aquel “Bizkaino Originario”, que tan humilde fue y que tanto amor profesó, durante toda ella, a su familia y a su patria.
Esa es la historia de reyes, emperadores y reinas de otros tiempos que la cuento por la curiosidad del aniversario y porque en la Gran Vía tenemos un jarrón precioso de Napoleón III. Si alguien sabe más de esta historia, que nos la cuente. Puede ser un buen guión para el Festival de Cortos de Bilbao. Es por lo menos curioso.