El 18 de julio se cumplen 75 años de la sublevación del ejército español en África y por tanto del inicio de la guerra civil. Se cumplen pues 75 años de una tragedia que aun hoy en día sigue estando presente en nuestro diario avatar. Es por lo que hoy, con todos los elementos de juicio a nuestra disposición, podemos analizar lo que la radio anunció aquella infausta jornada. Para unos, para la legalidad, una sublevación. Para los alzados, un Movimiento, un Alzamiento Liberador.
El EBB del PNV publicaba en Bilbao el 19 de julio de 1936 el siguiente comunicado:
«Ante los acontecimientos que se desarrollan en el estado español y que tan directa y dolorosa repercusión pudieran alcanzar sobre Euzkadi y sus destinos, el Partido Nacionalista Vasco declara, salvando todo aquello a que le obliga su ideología, que hoy ratifica solemnemente, que planteada la lucha entre la ciudadanía y el fascismo, entre la República y la Monarquía, sus principios le llevan indeclinablemente a caer del lado de la ciudadanía y de la República, en consonancia con el régimen democrático y republicano que fue privativo de nuestro pueblo en sus siglos de libertad».
José María de Areilza narraba así aquel comunicado tras oír misa en la Iglesia de San Vicente:
“Leí y releí el texto, parado ante las escaleras del templo, sintiendo un escalofrío de emoción al comprender que algo se desgarraba en aquellos momentos en las entrañas de nuestro pueblo.
En esto observé que muy cerca, en un grupo, los directivos del nacionalismo también leían la prensa con ansiedad y comentaban entre ellos las últimas noticias. José Antonio Agirre me vio y comprendió sin duda mi pesadumbre al ver que la suerte estaba definitivamente echada. Me saludó de lejos sin que hiciéramos nada por conversar ni el uno ni el otro. Las palabras habían dejado paso a las armas. Y las razones a la violencia. La guerra como una riada de incontenible dolor y de muerte -y también como un torrente dialéctico de odio y de rencores- iba a separar nuestras existencias”.
Aquel 18 de julio trastocó el país de arriba abajo. A nadie le fue indiferente. Guerra, cárcel, muertos, heridos, fusilamientos, juicios sumarísimos sin garantías, campos de trabajo, incautación de bienes, batzokis, prensa, bombardeos de ciudades y poblaciones abiertas e indefensas, entierros en cunetas, hambre, frío, persecución, Carta Colectiva del Episcopado, eliminación del euskera, de la democracia, de la autonomía, del Concierto, pensamiento único, discursos asesinos, exilio, división de las familias… En definitiva, una dictadura de cuarenta años vulgar, ramplona, obsesiva que impidió una vida normal, un encaje con Europa y como gran hazaña algo que conviene recordar cómo esta dictadura fue la partera de una organización de respuesta violenta que se llamó ETA y que, ahí sigue, como diciendo que todavía el franquismo sigue vivo en ellos. No fue pues, aquel 18 de julio una fecha más. Todavía hay bastante gente que puede contarla o contar lo que supuso aquella sublevación militar.
Sin embargo, esta efemérides redonda y simbólica pasará desapercibida para las nuevas generaciones. Franco seguirá en el Valle de los Caídos, como toda una apología a aquella siniestra dictadura y se hablará más de fútbol y de la situación de Grecia que de algo que fue tan determinante en nuestro inmediato pasado. Y no lo digo en un intento de recreación de una tragedia, sino tratando de recordar un hecho histórico para tratar de evitar los muchos errores que en aquellos años se cometieron como gran lección a unas generaciones que necesitan estos puntos de referencia históricos y de los que apenas saben nada.
El jueves pasado, en el Congreso se votó una vez más, una ley que establece dos tipos de víctimas: las de ETA y las de la guerra civil. Unas existen, las otras son invisibles. Y mientras se dedica cada año, el 27 de junio, en una sesión de las Cortes Generales a recordar y solidarizarse con las víctimas de ETA, hoy es el día que, desde la muerte de Franco, ni el ejecutivo, ni el legislativo, han protagonizado un acto institucional en repudio de aquella sublevación y en solidaridad con las víctimas del franquismo. Es más. El jefe del estado, jamás ha hecho la menor alusión a lo que supuso aquel océano de sangre y mucho menos, ha realizado la menor condena mientras en sus viajes oficiales a Israel se recoge ante el Monumento de las Víctimas del Holocausto. Fuera si, dentro no.
Cuando se habla y escribe de la modélica transición española de la dictadura a la democracia no se puede desconocer que desde el 20 de noviembre de 1975 hasta el 20 de noviembre de 2002, nada se había dicho y hecho en el Congreso, salvo ese día en el que en la Comisión Constitucional condenara por primera vez aquella sublevación militar. En aquella proposición no de ley, se instaba a las instituciones a que cualquier iniciativa promovida por las familias de los afectados que se llevara a cabo recibiera el apoyo institucional. Hasta hoy.
La consecuencia de todo esto no ha sido más que una “modélica transición” al no apostarse por la ruptura con el régimen anterior. La transición no fue una ruptura, fue una reforma con una ley de amnistía que supuso una ley de punto final. Solo así puede entenderse que una fecha tan redonda y tan simbólica como la del 18 de julio de 1936 haya pasado por debajo de la mesa y en silencio, no fuera a ser que interrumpiera la digestión de alguien. Y así nos va.