Melancolía olímpica

En la foto, la gimnasia Simone Biles

MEMENTO mori/recuerda que eres mortal» le susurraba el esclavo mientras sostenía la corona de laurel del general victorioso que avanzaba entre palmas y vítores por Vía Sacra camino del Foro hacia la Colina Capitolina para presentar su ofrenda a Júpiter. Los romanos sabían bien lo de «más dura será la caída» y, por si acaso, le prevenían al prócer antes de la caída, no fuera que las palmas fuera el inicio del Gólgota.

Entre carrera y carrera, entre medalla y medalla olímpica se nos ha colado la noticia del abandono de la gimnasta Simone Biles por problemas de salud mental, quizá emocional de ansiedad, de depresión, por no poder soportar el peso de ser favorita y estar al nivel que se le supone o «por los demonios en la cabeza», como si a los galtzagorri no les gustaran las buenas marcas deportivas y sí mucho jugar con las neuronas ajenas.

Los medios sensacionalistas presentan este abandono casi como primicia en la élite deportiva, cuando un recorrido por los medios reporta innumerables casos de deportistas de alto nivel que tuvieron que abandonar o suspender temporalmente su actividad por situaciones más o menos agudas de enfermedad psíquica, normalmente ansiedad, depresión y sus derivas de insomnio, alteraciones alimentarias, cambios de humor, falta de concentración. Repasando someramente las hemerotecas nos topamos con muchos deportistas de élite que han tenido que lidiar su miura mental con la vida después del éxito en la cancha: la tenista Naomi Osaka, el nadador Michael Phelps máximo medallista olímpico, la lanzadora Rave Saunders, el futbolista Iniesta, la himalayista Edurne Pasaban... Estos son algunos de los que lo han contado o de quienes se conoce, aunque seguramente en este malpasar del deporte de élite al abismo del olvido hayan sido y sean muchos más quienes lo padezcan. Y de estos podemos alegrarnos, porque lo han superado, pues en el camino también se han quedado quienes no pudiéndolo superar embarcaron con Caronte por propia voluntad.

Pero no es la parte que a ellos les corresponde lo que me produce melancolía olímpica, sino el despropósito que se hace desde ciertos media con estos auténticos ídolos deportivos: se les ensalza hasta el divismo dejándolos caer después sin red. Se les pregunta de todo, se les eleva al altar de héroes no solo sobre su disciplina sino de cualquier otro ámbito, social, económico, de opinión y se les jalea como si no hubiera un mañana, y cuando ese mañana llega sin palmas, vítores ni laureles, a muchos les resulta imposible mantener primero el nivel que se les suponía y después, al no conseguirlo, el ostracismo que les circunda, porque la edad pasa y el físico declina. Y en estos momentos los aduladores mediáticos ya están jaleando, adulando y divinizando a otros.

Sucede en otros ámbitos sociales. Conocí y traté durante un cierto tiempo a un famoso cantante, compositor de letras y música excelentes, pero nada que ver con su personalidad de perdonavidas despreciativo, prepotente, putero, fumata, drogadicto y borracho cuasiprofesional; también los medios le jaleaban como persona en otros ámbitos sociales, en lugar de ensalzar exclusivamente sus méritos artísticos, que los tiene, no personales, de los que carece.

Pues sí, me produce melancolía y tristeza el jabón y vaselina untosos que se da a los deportistas de élite en ámbitos que no son los deportivos en su momento del éxito. Los medios les cavan así parte de la fosa de su postergación cuando los espectadores ya no les reconozcan, aplaudan ni jaleen. «Memento mori».

nlauzirika@deia.com @nekanelauzirika

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