Ser joven puede ser un don

Uno de los grandes problemas de los/as jóvenes es la imposibilidad de emanciparse.

O no. Si aceptamos que “lo que recuerdas es lo que te salva”, como escribía en sus reflexiones el poeta americano William S. Merwin, quizá ser joven tenga como don ser un período donde acumular experiencias y aprender luego a recordarlas para salvarse.
La semana pasada, cientos de submarinistas de la Red de Vigilantes Marinos en Euskadi retiraron más de 800 kilos de basuras de los fondos marinos de Bizkaia en Bermeo, Zierbena y Lekeitio, dentro de la VII Gran Limpieza Internacional de Fondos Marinos. Bien por quienes luchan contra la contaminación marina y el cambio climático. Baterías, neumáticos, redes, nasas en desuso, vallas, latas, mascarillas, botellas, envases de plástico, sillas y hasta un carrito de hipermercado, quizá arrojado al mar esperando que saliera repleto de latas de sardinas en aceite de oliva. Miramos atónitos tan extrañas basuras en un vertedero tan impropio, seguramente maldiciendo ecológicamente por lo bajo a quienes osaron arrojarlos al mar. Si pudiéramos los señalaríamos con el índice inquisitorial empujándolos hasta la hoguera social.
Seguramente, ver el parque Doña Casilda convertido en un estercolero y la ingente masa de basura recogida en otros lugares al día siguiente de botellones masivos, nos impela a los mayores al mismo señalamiento inquisitorial hacia un acusado mancomunado: los jóvenes ávidos de juerga. No me gustan los parques llenos de basura, ni las meadas en la calle, ni padecer noches toledanas por ruidos y gritos estridentes de la calle vocinglera, pero de ahí a señalar a quienes todavía no tienen edad de recuerdos acumulados hay un buen trecho.
Sin aceptar que sus necesidades de compañía y socialización sean excusa para molestar impunemente a otros ajenos a sus quedadas, si yo fuera una veinteañera después de 14 meses de pandemia restrictiva también buscaría recuperar las relaciones perdidas. Y de ser quella estudiante que fui, me gustaría disfrutar al máximo de esos años de exploración de lo nuevo desconocido que nunca volverá. Y si tuviera ya mi primera independencia económica, buscaría quemar gabelas más que vivir el aburrimiento del ahorro que ya me tocará de mayor. Y si tuviera entre 16 y 24 años y fuera una joven de esos 1,6millones (1 de cada5 jóvenes) de “ninis” que pululan por el Estado, muchísimos de ellos no por vagancia ni por decisión propia, sino porque terminados unos estudios no ven estímulo para estudiar más o deseando trabajar solo les ofrecen trabajos precarios, horarios de explotación, temporalidad como norma y sueldo de miseria, ¿acaso no estaría deseando participar en una quedada con mi grupo de amigos para resarcirme de meses de distanciamiento social y restricciones? Buscando en mi entorno, me sorprende que no haya más movida, porque no veo que se ofrezcan a los jóvenes para su solaz y diversión muchas alternativas al botellón de kalimotxo de garrafón. Es posible que haya grupitos (hasta bien organizados) que estén por enfrentarse a la policía, incordiar a otros o incluso apoderarse de bienes ajenos, pero como estoy segura de que son una ínfima minoría pienso en el drástico cambio de estilo de vida que han soportado en este año y medio, no en la etapa vital del recuerdo sosegado, sino en una edad y en momento de vida que todos los adultos añoramos, o yo al menos así lo siento, y que a los jóvenes de hoy se les está hurtando, pasando sobre él de puntillas, con mucho distanciamiento social y pocos recuerdos. Y si les quitamos la posibilidad de generar emociones en sus gaupasa juveniles, de adultos ¿a qué recuerdos recurrirán para salvarse?
nlauzirika@deia.com@nekanelauzirika

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