Sin besos ni abrazos

CONFINADOS en casa y conminados a vivir sin besos ni abrazos, por si acaso el virus felón desobedeciendo la orden de alarma y alejamiento gubernamental se cuela de rondón haciendo de las suyas. El caso es que tenemos por delante al menos un par de semanitas, ¡vaya semanitas! para disfrutar al amor del brasero, camilla y en familia de estas vacaciones primaverales anticipo de las semanasanteras. Aprovechemos, porque después con el calorcito y la humedad de la primavera tardía el coronavirus se largará al invierno austral para prolongar allí su pernicioso estrellato publicitario. Así que es buen momento para ponernos en situación de «leyendo» (o releyendo, no se me ofendan culturalmente) por ejemplo el Decamerón, donde sonreiremos con su erótica, con el ingenio de sus bromas y gozaremos con el amor que destilan sus cuentos, pero sobre todo aprenderemos del saber vital humano básico para cuando se vive en confinamiento forzado. Y como el tiempo se nos hará largo, tampoco es mala idea dejarse arrullar en el sofá por «la peste» de Camus, con el que tal vez asumamos el poco control que seguimos teniendo sobre las cosas y que estamos funcionando más de lo que creíamos y quisiéramos con irracionalidad inevitable, muy cercana al absurdo; quizá en él sí encontremos que el apoyo mutuo y la libertad personal responsable son un buen enganche para amarrarnos a la vida.

No sabría decir si las ideas de Yubal Harari sobre el Homo sapiens evolucionando socialmente de mono con pretensiones a Homo Deus con capacidad de autodeterminación se cumplirán pronto o no, pero en lo inmediato tenemos un simple ente asociativo supramacromolecular, que se mide en nanómetros y es incapaz de reproducirse por sí mismo, poniéndonos en nuestro sitio, mucho más cerca de la animalidad que de la divinidad. Lo sorprendente es que cuaja la impresión que nos ha cogido con la guardia bajada y cambiada, probablemente porque la sensación de seguridad total autocomplaciente nos esté infligiendo una severa corrección social sobre la realidad de la vida.

En esta tesitura, vemos que el andamiaje que creíamos tan sólido se desmonta cual castillo de naipes y que avanza sin nuestro control como una cascada de fichas de dominó. Hoy 135 países con centenares de miles de afectados, fronteras cerradas, la producción y la economía en caída libre, estado de emergencia, de alarma y hasta tal vez de sitio€ si lo combinamos con el miedo que se propaga más rápido que el virus tenemos la plaga en tormenta perfecta. Además, hace algunas décadas tal vez habríamos rezado y procesionado, pero en esta ocasión han cerrado el Vaticano, la Meca y seguramente muchas sinagogas y pagodas.

De nuevo, ahora como en tiempos de Boccaccio, la esperanza humana pasa por el redimensionamiento de nuestras expectativas de monos con pretensiones, por relanzar nuestro apoyo mutuo, aunque aún debamos esperar un par de semanas para abrazarnos y darnos besitos en los peteiros. Aunque con cuidado, no vaya a ser que tras el confinamiento familiar se disparen al unísono embarazos y divorcios.

nlauzirika@deia.com@nekanelauzirika

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