Casos leves, consecuencias graves

Miren a su alrededor. ¿Cuántos positivos o sospechosos de serlo tienen cerca, quizá empezando por ustedes mismos? Hablamos de 10.000 contagios diarios entre la CAV y Navarra, y de 100.000 ya en el conjunto del Estado español. No se libra nadie. Políticos, deportistas, actores y actrices, comunicadores y toda suerte de personajes públicos anuncian su diagnóstico en lo que empezó como un goteo y ahora es un torrente que no para de crecer. Incontables actividades dejan de realizarse no ya por precaución o en cumplimiento de las restricciones, sino directamente por imposibilidad material y, sobe todo, humana: quienes deben llevarlas a cabo están tocados por el virus. Hay sectores que no pueden dar servicio y otros a cinco, cuatro, tres, dos, un minuto del colapso, empezando por el sanitario.

Y ahí era donde quería llegar yo porque la gran cantinela de estos días es que la desmesura de la variante ómicron en cuanto a contagios no tiene su reflejo proporcional en ingresos hospitalarios y ocupación de UCI. Pero eso es una verdad a medias, o sea, el peor tipo de mentira. Puede, efectivamente, que no se llenen las camas ni de planta ni de las unidades de críticos con enfermos de covid. Sin embargo, el mero intento de atender a las miles y miles de personas que requieren una prueba y todo lo que ello conlleva tiene ahora mismo prácticamente bloqueado nuestro sistema sanitario público desde su puerta de entrada, que es la atención primaria. Una vez más, los grandes damnificados son quienes sufren patologías distintas del covid, que vuelven a quedarse en el banquillo porque simple y llanamente no hay manos para ocuparse de ellos.

Que sea lo que el virus quiera

Poco se puede decir de las nuevas medidas para tratar de frenar la explosiva sexta ola. Son prácticamente las esperadas, incluso una gotita más suaves en algunos aspectos. Supongo que no se podía ir mucho más lejos, sobre todo, teniendo en cuenta que esta vez no se pedirá aval judicial. Algo me dice que habrá algún sector que lleve la cuestión a unos tribunales que ya sabemos cómo han venido actuando hasta la fecha. Quizá no hay tiempo material para tumbar los límites de horario de cierre y de aforos antes de Nochevieja, pero sí para anularlos antes del 28 de enero, que es hasta cuando están vigentes estas restricciones.

Voy a escribir, aunque parezca (y sea) derrotista, que casi da igual. Lo fundamental es que vamos muy tarde. El reventón de contagios, con números de escándalo, comenzó hace dos semanas y estaba apuntado desde antes. Pero se juntaron el hambre y las ganas de comer. Ni siquiera han imperado los motivos economicistas. Ha sido más una cuestión de psicología social. La gente del común, o sea usted y yo, habíamos decidido que estas fiestas iban a ser casi como las de antes. Y ahí no hay autoridad sanitaria que hinque el diente, a no ser que pretenda salir malparada. Hasta los más mansos y cumplidores iban a aplicar el pase foral a lo que se les mandase. Ya verán cómo estas medidas moderadas van a ser incumplidas con fruición. Se le ha perdido no ya el miedo sino el respeto al virus. Para colmo, hasta el mismísimo presidente del Gobierno español nos dice que no hay que preocuparse porque hay muchos contagios pero pocas hospitalizaciones. Sigamos jugando a la ruleta rusa.

Triunfalismo con la ómicron

Es humanamente comprensible que necesitemos dar y recibir buenas noticias sobre la pandemia. Pero eso no justifica la difusión a la ligera de informaciones que induzcan a asentar esperanzas que pueden verse frustradas. Para mi pasmo, es lo que viene ocurriendo desde hace aproximadamente una semana, cuando comenzó a lanzarse la especie de que la variante ómicron puede ser una suerte de traca final del covid. Me preocupa más todavía que tales informaciones, que son más bien expresión de deseos en voz alta, lleven la firma de profesionales sanitarios de amplio prestigio. Digo que me preocupa y no que me sorprende porque, desgraciadamente, desde que empezó esta pesadilla he podido comprobar cómo algunas personas de ciencia no han sido capaces de ceder a la tentación de darse un baño de focos. O, sin más, han sido víctimas de los no pocos desaprensivos de mi gremio especialistas en provocar titulares a base de triturar los matices.

Ya no es solo el más elemental sentido de la prudencia el que debería llevarnos a no vender la piel del virus que no ha sido cazado. En estos casi dos años ha quedado probado que el triunfalismo de aluvión nos ha ido estrellando con la realidad. Ni esto fue solo el catarro que se aseguraba al principio, ni por maravillosa que se la vacunación había un porcentaje que nos aseguraba la inmunidad de grupo, ni cada ola de las cinco anteriores fue la última, como se vaticinó alegremente. Se diría que no hemos aprendido nada de la colección de fiascos. Ojalá, de verdad, ómicron sea solo la variante muy ladradora y poco mordedora que algunos nos pintan. Pero hasta que se demuestre, seamos cautelosos, por favor.

Felipe VI y su padre ausente

Es casi una tradición tan asentada como la propia perorata borbónica de nochebuena que yo les venga dos días después con una parrapla al respecto. Les suelo contar, y vuelvo a refrescarles la memoria, que no me he perdido un solo discurso en los últimos 35 años y que siempre los veo en lo que antes llamábamos “la primera cadena” y hoy es “La Uno” de RTVE; el medio también es el mensaje, créanme. La cosa es que este vicio que linda con la perversión me da pie para proclamar con mucho conocimiento de parte que el del viernes por la noche fue la peor homilía que recuerdo. Y miren que las ha habido malas como la carne de pescuezo, pero los trece minutos en el córner del popularmente conocido como El Preparao fueron una acumulación de naderías, topicazos y perogrulladas digna de antología.

Por supuesto, ni media palabra sobre su padre, despachado por él mismo de una patada al asilo dorado de los Emiratos sátrapas del Golfo. Ahora que en los tribunales suizos se libra por el aburrimiento del fiscal y en los españoles por la oportuna muerte de quien llevaba personalmente su investigación, el rey viejo y su larga nómina de cortesanos no van a dejar de dar la barrila para volver. Por supuesto, con los gastos pagados en A, B o C. Se le viene un problemón a Felipe VI y la charleta del otro día habría sido una ocasión pintiparada para decir qué opina de esa Operación Retorno que le están montando al emérito. Aunque casi más interesante resultaba saber la opinión del actual jefe del estado español sobre las trapisondas sin cuento de su progenitor. Todo lo que dijo fue no sé qué de la ejemplaridad de las instituciones. O sea nada de nada.

La reforma de la reforma, ¡por fin!

Hay que restregarse los ojos. Gobierno español, los dos sindicatos mayoritarios del Estado y la CEOE han alcanzado un acuerdo para derogar la reforma laboral de Rajoy y sustituirla por una nueva normativa. ¡Albricias y requetealbricias! Confieso que desconozco la letra pequeña y, por tanto, hablo solo de la música, que suena extraordinariamente bien. Quizá exagere, pero hay que retrotraerse a los llamados Pactos de La Moncloa (octubre de 1977) para encontrar un hito similar. A nadie se le escapa que buena parte de la autoría del milagro hay que atribuírselo a la ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, que ha sido capaz de tejer complicidades hasta ahora imposibles. La vicepresidenta ha vuelto a demostrar a todos, empezando por los de su propia bandería, lo que va de predicar a dar trigo. Puede que últimamente se esté adornando en exceso y que sigamos sin saber de qué va su proyecto político para el futuro, pero Díaz deja acreditado que es una política de luces largas.

Claro que ella sola no lo habría conseguido. Habrá que ponderar el granito que han puesto los líderes de UGT y Comisiones, Pepe Álvarez y Unai Sordo, e incluso por encima, la aportación del jefe de los patronos, Antonio Garamendi. No me cabe la menor duda de que el extremocentro le va a atizar con lo gordo de la minipimer y casi albergo la seguridad de que en su propia organización le segarán la hierba bajo los pies. Pero que le quiten lo bailado a quien nos ha roto (a mí el primero) los esquemas. Por lo demás, a la espera de los detalles, me atrevo a apostar que el nuevo texto no será demasiado diferente al anterior. La política es así.

Evaristo Antivacunas

Me pregunta una querida compañera si creo que lo de Evaristo cediendo el escenario del Buesa Arena a los magufos antivacunas es para tanto. Le contesto que ni para tanto ni para tan poco, e inmediatamente después le confieso que ya me rondaba en la cabeza una columna al respecto. De hecho, el día anterior había tenido bastante repercusión un tuit mío en el que decía que parece ser que también teníamos un Bosé autóctono. Nuestros viñetistas Asier y Javier lo clavaron en su dibujo en el que el líder de La Polla entonaba el “Amante bandido” del antiguo ídolo del pop hispano devenido en anunciador del apocalipsis.

Lo cierto es que, más allá de los estilos musicales diametralmente opuestos, el paralelismo es inevitable. El blandito intérprete de canciones chicle tiene en común con el agreste trovador contestatario el zumbe visionario y conspiranoico. Más allá de la tontuna del Buesa con el logo invertido de la Organización Mundial de la Salud, el de Agurain tiene una amplia bibliografia presentada denunciando el control social y delatando su ignorancia enciclopédica sobre absolutamente todo. Servidor, que de adolescente se gastó unas pesetas en sus discos y en sus conciertos, no puede ni siquiera hacerse el sorprendido. Muy pronto quedó claro que el sistema tenía un cómodo hueco para los antisistema que en lo musical se mueven en los mismos circuitos que las más alienadas de las bandas de los 40 principales. Como él mismo cantaba, “Moda punk en Galerías”. Por lo demás, lo más gracioso del episodio es que solo gracias a que el 90 por ciento de la población se ha vacunado pudo celebrarse ese concierto.

El «CIS de Tezanos»

Desde su creación en 1963, todavía con el bajito de Ferrol vivito y fusilando, el Centro de Investigaciones Sociológicas ha tenido 23 mandamases. Dejando de lado a los del franquismo puro y duro, como el chisgarabís Rafael Ansón, solo habían dado algo de qué hablar la nulidad cósmica que atendía por Rosa Conde (en el felipismo del GAL y tentetieso) y Pilar del Castillo, una antigua trotskista convertida en adoradora y marioneta de Aznar. El resto, vividores del cuento demoscópico pagado por las arcas públicas sin más, se limitaban a cocinar las encuestas al gusto del patrón. O directamente a esconderlas cuando no había modo de tapar el mondongo. Es lo que hizo, por ejemplo, el hoy olvidado Ricardo Montoro (hermano de Cristóbal) ante las elecciones vascas de mayo de 2001. Aunque sus muestras señalaban sin discusión la victoria de Ibarretxe, prefirió no interferir en la mentira prefabricada que anunciaba el vuelco constitucionalista, con Mayor Oreja de lehendakari y Nicolás Redondo hijo de segundo de a bordo. Doy fe de que a Isabel San Sebastián se le quedó sin estrenar su traje de noche.

En todo caso, y a pesar, insisto, de las manipulaciones sin número, había llegado a los niveles de desahogo del actual baranda de la cosa, el turbio José Félix Tezanos Tortajada. Desde que su inicialmente despreciado Pedro Sánchez lo puso al frente del carísimo juguete, cada barómetro ha sido un cachondeo mayor que el anterior, siempre a beneficio descarado del jefe y acreditando fiascos vergonzantes cuando tocaba confrontar sus pronósticos con el verdadero recuento. Pero ahí se las den todas. El CIS no es el CIS a secas, sino el CIS de Tezanos. Categoría.