Inquisidores en Lakua

Después de una búsqueda de días por tierra, mar y aire, a las diez y media de la mañana del lunes cerramos una entrevista con quien acaba de ser designada para un cargo de nueva creación en el Gobierno vasco. Ella misma se puso en contacto con una de las tres personas que la habíamos tenido en caza y captura y confirmó, toda amabilidad, su presencia. Lo celebramos como la ocasión requería: con un cruce de sms entre triunfales y desconfiados. Apenas dos horas después, quedó demostrado que teníamos razones para recelar. Una vez más en carne mortal, la interfecta llamó para desconvocarse. Le había salido —¡ja!— un compromiso ineludible. ¿Y a otra hora? No. ¿Otro día? Tampoco. ¿Y…? Que no, que ya os llamaré yo.

No hace falta ser adivino para saber qué ocurrió en el lapso entre el OK y las calabazas. Seguramente sin sospechar que estaba a punto de cometer un pecado mortal según el catecismo de Nueva Lakua, nuestra fallida invitada comunicó la cita al cancerbero de turno. Ahí a alguien se le pararon los pulsos y comenzó a echar espumarajos. ¿Una entrevista, y encima, la de estreno, en esa casa donde habita el mal? ¡Vade retro! Antes pasará una manada de rinocerontes por el ojo de una aguja que dejará escuchar su voz en Onda Vasca el más insignificante de los centuriones de López.

Me gustaría haber contado una anécdota, pero por desgracia, es una categoría. Si en los primeros meses de vida de la emisora caía de Pascuas a Ramos un consejero o consejera, desde hace mucho no tenemos un mal subalterno que echarnos a la boca. Inasequibles al desaliento, seguimos llamando y llamando. Cuando hay suerte, recibimos una excusa atrabiliaria o la avergonzada confesión en confianza de que cualquiera que rompa la fatwa lo pagará muy caro. Y ya cansa, estomaga, aburre y revienta algo que va más allá del boicot de unos alevines enfurruñados. Es un delito contra la libertad de información. Así de claro.

La parte que nos toca

Que arreglen y paguen la crisis quienes la han creado. Parecería lo justo, ¿verdad? Ocurre que a la hora de repartir culpas tendemos a conformarnos con lo evidente: los insaciables mercados, los bancos que actúan sin piedad y toda la patulea de cargos y carguetes de los diferentes organismos político-económicos. Ahí se suele acabar la lista de los villanos del cuento y es más que probable que lo más sangrante de la catástrofe sea, en efecto, responsabilidad suya. Sin embargo, a poco ecuánimes que seamos, deberemos reconocer que perpetraron la fechoría ante la pasividad general o, incluso, con la ayuda de muchos de los que ahora se echan (o nos echamos) las manos a la cabeza.

Y en ese punto es donde cada quien debe mirarse el ombligo y poner la moviola a funcionar. No nos quejábamos demasiado cuando nos caían las generosas migajas de los pelotazos que pegaban en el piso de arriba. Nuestros domicilios, donde apenas ayer la tele en color era un lujo que equivalía a tres o cuatro mensualidades completas, se llenaron de plasmas, ordenadores, consolas y cualquier aparato con conexión a la red eléctrica. Y la banda ancha, que no falte. Sin necesidad de planes renove, se cambiaba de coche como de camisa, simplemente porque el vecino lo había hecho. Los que antes iban que chutaban con Peñíscola o Salou marchaban en peregrinación a Cancún y Punta Cana. Dos de cada tres fines de semana, a la casita de Las Landas o a esquiar en Panticosa.

No fueron pocos los que soplaron con ganas para agigantar la burbuja del ladrillo. Una inmobiliaria en cada esquina y en ocasiones, dos. El cuchitril más inmundo se vendía por cuatro o cinco veces su valor. Luego, aquello que parecía un pastón —y lo era— servía de entrada para ese adosadito tan mono… en el que ahora tantos y tantos tienen los dedos pillados.

Si algún día salimos de esta, deberíamos tener presente la lección. Lástima que no será así.

Tiempo y espacio

Desde el estante perdido en que dejé aparcado el libro de notas del bachillerato llegan las risas sardónicas de mis aprobados raspados en Física (de Química mejor no hablamos). Igual que los humanos, siempre dispuestos a interpretar cada hecho a beneficio de obra, mis calificaciones peladas dan por sentado que el probable desmentido involuntario de los científicos del CERN a Einstein son la tardía demostración de la injusticia que padecieron. Si el grande entre los grandes de la ciencia podía estar equivocado, tanto más aquel penene al que apodábamos con nula originalidad Bacterio o el gris cátedro que nos asaba a fórmulas que parecía inventarse según las escribía en el encerado.

Ni idea sobre dónde acabará el asunto este de los neutrinos, la velocidad de la luz y los viajes al pasado. Tal vez en nada, en una corrección a la corrección que vuelva a dejar las cosas en su sitio. Incluso aunque sea así, nos quedan un par de momentos Nescafé que nadie podrá robarnos. No tengo palabras para expresar el gustirrinín que me dio ver la noticia compitiendo en las portadas digitales con el paso adelante de Palestina en la ONU, la adhesión de los presos de ETA al Acuerdo de Gernika, o la asamblea de Kutxa en que salió por goleada sumarse a la fusión.

Llámenme místico si quieren, pero veo en todas esas informaciones algo parecido a una conjunción planetaria. El mensaje de cada una de ellas es que las verdades inmutables lo son hasta que dejan de serlo. Quizá con la excepción del caso palestino, el resto habrían resultado impensables —como poco, impredecibles— hace apenas unos meses. No digamos hace un par de años. Pero resulta que en uno de esos recovecos en que se besan con lengua el tiempo y el espacio se obra el prodigio. La cerril resistencia cede y parece lo más natural del mundo estar donde se dijo que jamás se estaría. Una lección: las certidumbres más firmes son provisionales.

¡No nos lo llamen!

Adagio atribuido a Alfonso Guerra: “¡Coño, es que hay cosas que se hacen… pero no se dicen!”. Maquiavelo habría corrido a collejas a los petimetres miembros del Consejo de Administración de RTVE —4 del PP, 1 de CiU y los vergonzosos abstencionistas de PSOE, ERC y CC OO— que se pusieron pilongos imaginando que podrían espiar por un agujerito cómo se visten y se desvisten las noticias en el ente público. Hay que ser cenutrio para dejar en el libro de actas la reinstauración de la censura previa. Eso canta tanto que hasta los borregos más dóciles protestan y, claro, hay que dar marcha atrás explicando que se te fue el dedo, que no sabes dónde tenías la cabeza o que pensabas que se estaba votando la designación de la morcilla de Burgos como patrimonio inmaterial de la humanidad.

Empecemos explicando a los ajenos a este oficio de tinieblas que en los tiempos actuales (Viloria aparte) no procede lo de irle al supertacañón a que te marque con el lápiz rojo lo que sí y lo que no. Ni siquiera se estilan los dictados. ¿Porque finalmente ha triunfado la libertad de expresión? Más quisiéramos. Es pura optimización de recursos y algo de mejora genética de la especie plumífera, que ya viene programada de fábrica para regurgitar las noticias (u opiniones si es el caso) al punto de sal exacto que le priva al pagador de la nómina. Podría presentarles a varios capaces de pasar del Pravda auténtico a El Alcázar sin que nadie notara nada. ¿Y qué les voy a decir de aquellos que en el baserri electrónico de ayer ibarretxeaban con idéntico timbre al que hoy lopezbasagoitean? Nada, que mañana otegiarán si sale el sol por ahí.

Dejen, pues, los politicos avispadillos de sacarnos los colores en público y de dar tres cuartos al pregonero para que todavía nos señalen más con el dedo cuando vamos por la calle con nuestra cruz. Bastante jodido es saber lo que somos. Así que, carallo, ¡no nos lo llamen!

Periodismo comprometido

Caen —caemos— como moscas. Ayer hincó la rodilla la revista Don Balón, en otro tiempo cartilla Palau de los que tuvieron que cambiar muy pronto el pupitre por el andamio o el torno. Los de mi generación no me dejarán por mentiroso: llegaba a los kioscos en paquetes de a cincuenta y como te hubieras entretenido diez minutos en la cola del pan, te quedabas esa semana sin la dosis de Cruyff, Santillana o el breve de Dani o Satrustegi. Con suerte, un amigo te la mercaba en la capital o conseguías hojear un ejemplar con chorretones de grasa y aroma a Farias en el tasco de la esquina. Pero del pasado esplendoroso no se vive. Andando los años, los ciento y pico plumillas que llegó a tener mermaron hasta los doce que acaban de ver la persiana cayendo como una guillotina.

Son los últimos (o tal vez a esta hora los penúltimos) de la interminable lista de curritos de la comunicación que de la noche a la mañana se han encontrado a la intemperie. Faltan dedos para hacer inventario de todas las cabeceras que se han ido al guano en un par de vueltas al calendario. Sólo en lo que va de este mes puñetero y cabrón, además de despedirnos de la biblia futbolera y del Xornal de Galicia, hemos visto caer la sigla maldita —ERE— sobre Público, El Economista, los diferentes diarios Sur y hasta la recién creada 10 Televisión (¡Vocento!), que traza el mismo camino de la efímera Veo de Pedro Jota Ramírez. Son un suma y sigue tremebundo de las situaciones en Prisa (2.000 despidos, que se dice pronto), Cope, La Razón o las incontables pequeñas emisoras y minipublicaciones borradas del mapa aquí o allá.

La Asociación de la Prensa, que tampoco se ha caracterizado nunca por una defensa berroqueña del gremio, calcula que entre pitos y flautas la sangría se puede poner pronto en 10.000 patadas en el culo. Y me parece precio de amigo. Habrá alguien aún que pida un periodismo comprometido y valiente. Ya.

Causas y azares

El 13 de mayo de 2001, que es anteayer o el pleistoceno según se mire, la coalición PNV-EA ganó unas elecciones que se habían puesto en chino y dejó a los amantes del Kursaal con la nevera llena de champán. Imposible olvidar el rostro de funeral de Isabel San Sebastián, a la que la malvada María Antonia Iglesias se dio el gustazo de martirizar un poco más. “Oye, con unos arreglitos, igual me valía a mi ese vestido de lentejuelas que ya no te vas a poner esta noche”, le soltó a la rubia oxigenada desde cuarenta o cincuenta centímetros más abajo. A estas alturas, nadie duda que ese triunfo contra pronóstico se debió, en buena medida, al efecto boomerang de las bofetadas atizadas por los rivales. No hay mejor argamasa para los cuerpos electorales que la brea ardiendo lanzada desde la trinchera enemiga.

Para no meternos en honduras interpretatorias sobre cuánto tuvieron que ver las mentiras de Aznar y Acebes en la victoria del PSOE tres días después de los atentados de Madrid, saltamos esa convocatoria y nos situamos en la siguiente, en las generales del 9 de marzo de 2008. Nueve de cada diez encuestas vaticinaban el fin de Zapatero, pero el que tuvo que salir traspuesto al balcón a reconocer que había palmado fue Rajoy. La clave aritmética estuvo en Catalunya, Andalucía y la CAV, donde los socialistas cosecharon unos números históricos. El último día de la campaña, ETA había asesinado vilmente al exconcejal del PSE Isaías Carrasco.

Obviamente, ni Ibarretxe en 2001 pidió por favor que le hostiasen a discreción, ni muchísimo menos, el PSOE hizo una rogativa en 2008 para que mataran a uno de los suyos. Simplemente ocurrió así y el resultado fue el que fue. Punto. Del mismo modo, sólo a un malnacido se le ocurre pensar que la Izquierda Abertzale pega saltos de alegría calculando los votos que le dará la condena a Otegi y Díez. Simplemente ha ocurrido así y el resultado será el que será.

Yolanda y Roberto

A López y Basagoiti les ha salido una dura competencia como dueto cómico-patético. Perdida casi toda la gracia de las artificiosas grescas en público que no han aflojado ni media micra el pacto de hierro que mantienen, los aficionados al vodevil político empezamos a pasarnos en masa a la pareja emergente en el género. Será por la novedad, pero el tándem formado por Yolanda Barcina y Roberto Jiménez (o al revés, que tanto monta) se ha ganado en apenas dos meses el favor de los espectadores que, a falta de profundidad ideológica, no hacemos ascos a los astracanes casposos.

Hay diferencias entre el par autonómico y el foral. Si, como escribí un día, Antonio y Patxi son un remedo del abofeteador Lussón y el abofeteado Codeso, Barcina y Jiménez siguen más bien el patrón de los guiones de Escenas de matrimonio, explotando el tópico de la parienta con rulos y rodillo y el calzonazos alfeñique con sangre de horchata. Vamos, la Doña Concha y el Mariano que no se cansa de dibujar el gran Forges desde los años setenta.

¿Aguantarán mucho en cartel? Pronosticaba el agorero Joseba Santamaría en Diario de Noticias de Navarra el pasado domingo que les quedan muy pocas funciones. Una lectura lógica del contradiós que están protagonizando parecería abundar en esa tesis del inminente finiquito. Que además de cubrirte de desplantes y desprecios a la vista de todo el mundo, tu partenaire se vaya al tálamo con tu rival y lo pregone urbi et orbi se antojan motivos más que sobrados para devolver las arras.

Ocurre que eso se hace cuando se tiene la dignidad suficiente y/o un techo donde refugiarse. Un somero inventario de bienes del actual PSN nos mostrará que perdió lo uno y lo otro el mismo día de su casorio de penalti con UPN. A Jiménez no le queda más opción, pues, que aguantar en el domicilio conyugal hasta que Barcina le ponga la maleta en la puerta. Entretanto, continuará el sainete chusco.