Al final va a ser verdad que todo es ETA… empezando por los ideadores, alimentadores y difusores de tal martingala. Desde hace mucho tiempo teníamos identificados a los bomberos pirómanos que vivían amorrados a la ubre de la serpiente y pedían al cielo que nunca les faltara un tantito de sangre con que regar su siniestra hacienda. Era muy fácil esconder su miseria moral disfrazada de dignidad bajo la repugnancia que provocaban los crímenes de sus antagonistas y paradójicos colaboradores necesarios. Pero el chollo se les está acabando. ETA ha entrado en ERE, ojalá que de extinción, y ha cundido la histeria en la manada de carroñeros que deben todo lo que son y lo que tienen -pero todo, todo- a la actividad de la banda.
Por eso cada vez disimulan menos y no se cortan en aparecer como hooligans irredentos que piden penalti ante un piscinazo que, para colmo, se produce en el centro del campo. El grotesco pisfostio que han montado por una pancarta de asignatura de manualidades ha sido el penúltimo episodio de la tragicomedia. En su desesperación, pretenden los gachós que una puñetera cartulina prueba sin discusión que prevaricaron los seis jueces del TC que se les escaparon del ronzal. No lo dicen por si cuela, no. Malacostumbrados a que su palabra sea la ley, están firmemente convencidos de que esa chorrada de foto va a hacer que se salgan con la suya. Y lo peor es que, después de la carretada de arbitrariedades que hemos visto, a muchos nos asalte el temor a que acaben dándoles el capricho.
Esperemos que no y que de verdad el 22-M sea ese primer día del resto de nuestras vidas que llevamos soñando desde hace tantos decenios. No quiero pillarme los dedos en el cuento de la lechera, pero con dos gotas de suerte y cuatro de cordura, en los siguientes capítulos vendría el fin de ETA. Utilizando su famoso mantra, a ver entonces quién les va agitar el árbol para que recojan sus nueces podridas.