Se les acaba ETA

Al final va a ser verdad que todo es ETA… empezando por los ideadores, alimentadores y difusores de tal martingala. Desde hace mucho tiempo teníamos identificados a los bomberos pirómanos que vivían amorrados a la ubre de la serpiente y pedían al cielo que nunca les faltara un tantito de sangre con que regar su siniestra hacienda. Era muy fácil esconder su miseria moral disfrazada de dignidad bajo la repugnancia que provocaban los crímenes de sus antagonistas y paradójicos colaboradores necesarios. Pero el chollo se les está acabando. ETA ha entrado en ERE, ojalá que de extinción, y ha cundido la histeria en la manada de carroñeros que deben todo lo que son y lo que tienen -pero todo, todo- a la actividad de la banda.

Por eso cada vez disimulan menos y no se cortan en aparecer como hooligans irredentos que piden penalti ante un piscinazo que, para colmo, se produce en el centro del campo. El grotesco pisfostio que han montado por una pancarta de asignatura de manualidades ha sido el penúltimo episodio de la tragicomedia. En su desesperación, pretenden los gachós que una puñetera cartulina prueba sin discusión que prevaricaron los seis jueces del TC que se les escaparon del ronzal. No lo dicen por si cuela, no. Malacostumbrados a que su palabra sea la ley, están firmemente convencidos de que esa chorrada de foto va a hacer que se salgan con la suya. Y lo peor es que, después de la carretada de arbitrariedades que hemos visto, a muchos nos asalte el temor a que acaben dándoles el capricho.

Esperemos que no y que de verdad el 22-M sea ese primer día del resto de nuestras vidas que llevamos soñando desde hace tantos decenios. No quiero pillarme los dedos en el cuento de la lechera, pero con dos gotas de suerte y cuatro de cordura, en los siguientes capítulos vendría el fin de ETA. Utilizando su famoso mantra, a ver entonces quién les va agitar el árbol para que recojan sus nueces podridas.

Sin preguntas

Sigo con curiosidad y simpatía una iniciativa de un puñado de colegas del gremio que ha cristalizado en Twitter -últimamente, todo empieza y acaba ahí- bajo la etiqueta #sinpreguntasnocobertura. Se trata de un llamamiento a dejar sin reflejo en los medios aquellas convocatorias de prensa que se reduzcan a la lectura de un comunicado o declaración sin posibilidad de que los curiosos plumillas hagan preguntas. Ese formato con corsé y bozal ha existido desde que Randolph Hearst llevaba pantalón corto, pero de un tiempo a esta parte se ha convertido en el standard de la comunicación política.

Casi todas las memeces, frases ingeniosas o palabras de aluvión que ustedes leen o escuchan diariamente han sido precocinadas de ese modo. Los que se las trasladamos nos limitamos a meterlas en el microondas y servírselas en nuestra vajilla. Como mucho, podemos hacer los filetes más gruesos o más finos, o sazonar al gusto de la línea editorial o las entendederas propias, pero la materia básica es la que han querido mercarnos los proveedores. Es bueno que lo sepan para que pongan en cuarentena los mensajes y, de paso, para que entiendan que la pequeña rebelión de esos periodistas que reclaman el derecho a levantar la mano también les incumbe a ustedes.

¿Qué pueden hacer? Basta con unas migajas de comprensión. Más no les podemos pedir porque acabar con esta vergonzosa mandanga de la información empaquetada al vacío es un asunto que compete a los propietarios de los medios que la consienten y, al final de la cuerda, a los políticos que la han inventado y la cultivan para su comodidad. Y ahí tocamos en hueso, porque aunque es cierto (seamos justos) que hay decenas de representantes públicos que comprenden que una parte fundamental de su labor es responder preguntas, siguen siendo mayoría los que salen a la tribuna sólo con viento a favor y todo atado y bien atado. No quieren comunicar, sólo vender peines. Sépanlo.

Hacérselo mirar

Soy uno de los que, según el Nobel de la Paz y cada vez más claro bluff progresoide, Obama, me lo tengo que hacer mirar. Minoría absoluta, me temo, porque la exposición continuada y aparentemente inocente a pelis, series y telediarios de buenos y malos ha logrado que creamos a pies juntillas en el efecto purificador de la sangre derramada. Y si es con extrema violencia regada de sadismo, mejor. Que tire la primera piedra quien no haya experimentado un sentimiento vecino del placer al ver en la pantalla cómo, un minuto antes de el “The End”, el villano es despanzurrado por una apisonadora o cae al vacío desde el piso 94 con tres kilos de plomo en el cuerpo. La Humanidad lleva una porrada de siglos haciendo que se barniza de civilización, pero casi siempre acaba derrotando por lo más primario, el instinto aniquilador.

Lo tremendo de esa pulsión es que carece de fronteras y de reglas del juego. Por eso debe intervenir la racionalidad que se nos supone para ponerlas. Nadie en su sano juicio ha derramado una lágrima ni ha sentido la menor incomodidad por la muerte de quien todos sabemos que era uno de los peores asesinos sobre la faz de la tierra. Los que se atreven a levantar la voz en medio del ardor justiciero no lo hacen por la anécdota -la desaparición física de Bin Laden- sino por la categoría, es decir, por lo que tiene de anuncio de que en lo sucesivo vale todo y para lo que sea.

Maquiavelo y, más que él, Lynch, el reinventor de las ejecuciones sin proceso a quien se debe la palabra linchamiento, vuelven a tener vigencia plena. Y no sólo en la patria de Rambo. También en la de Torrente. No hay más que ver a Felipe González poniendo de mingafrías para arriba a quienes lo criticaron por ufanarse de haber podido volar la cúpula de ETA y ahora celebran la liquidación ritual del líder de Al Qaeda. Lo hace porque siente que el tiempo y el líder del llamado mundo libre le han dado la razón.

El pacto que es y será

Las migajas del gran eructo cavernario por la decisión del Constitucional respecto a Bildu han caído sobre el Partido Popular del País Vasco. Junto a las demasías más jocosamente vistosas -”ETA gana, España pierde” y chorradas del pelo-, la carcundia patriotera ha soltado cuatro soplamocos con muy mala gaita a la formación que sostiene a López, quien, con tan sólo hacer el Tancredo, ha perdido el favor de las fuerzas vivas. Y ojo, que no son únicamente los que escriben o berrean en las cochiqueras del fascio mediático los que piden que se de boleto a la santa alianza. También conspicuos posesores del carné con la gaviota como Mayor Oreja o su ahijado postizo Iturgaiz reclaman que se haga cruz y raya.

Esos son los que, sabiéndose amortizados en el retiro de marajás de Bruselas y Estrasburgo, no temen dar cuartos al pregonero. Sin embargo, Burgos abajo empiezan a ser legión los egregios populares que echan las muelas en privado por el conchabeo del norte con el enemigo total socialista. Basagoiti tal vez piense que los engañufa con sus declaraciones atrabiliarias llenas de chistes, tacos y bravuconadas. Pero eso es alimentar con alpiste a una bestia que quiere carnaza de verdad. Que cuente Don Antonio con qué tembleque de piernas volvieron él y Arantza Quiroga de la última mani de la AVT en Madrid.

Titulaba ayer Deia que la sentencia sobre Bildu “resquebraja las bases del pacto PSE-PP”. Parece la lectura más lógica después de lo que ha pasado y lo que se ha dicho. De hecho, la ruptura se tenía que haber producido ya. Ocurre, sin embargo, que contra todo lo voceado engoladamente, el tal acuerdo no se basa en líricos principios sino en intereses corrientes y molientes. Esto para tí, esto para mi, y a la ideología que le den.

Eso reza para la entente sociopopular en el Gobierno vasco y, al loro, para las que sean aritméticamente posibles a partir del 22 de mayo. “El que suma, gana”, dijo López.

Libertad de prensa

Seguramente, la mitad de ustedes ni se enteraron, pero el martes pasado la dócil clase plumífera celebró el Día Mundial de la Libertad de Prensa. Se ve que la ONU tenía un hueco en su almanaque de pomposidades inanes y no encontró mejor aguaplast para rellenarlo que dedicárselo a otra causa de hermosa sonoridad e imposible puesta en práctica. A la hora de la verdad, la jornada sólo sirve para hacer inventario de las decenas de periodistas a los que han dado matarile en los últimos doce meses en todo el mundo. No sería poca cosa esa toma de conciencia de cómo todavía hay quienes se juegan el pellejo para contar las tres o cuatro cosas que han llegado a saber, si no fuera porque los que hablan en su nombre son tipos que en el desempeño de su tarea no corren otro riesgo que cruzar el paso de cebra que separa la redacción del bar.

En esta profesión, héroes, los justos. Por cada reportero o fotógrafo a los que descerrajan dos tiros, hay diez mil jornaleros de la comunicación que viven siempre de perfil tratando de confundirse con el paisaje y cuidándose de no poner una coma que les pueda traer problemas. Si alguna vez los ves enfurruñados frente a la pantalla o junto a la máquina de café, será porque el viernes tendrán que salir una hora más tarde o el sábado entrar una antes y se les jorobará la naja nocturna. Sin embargo, cuando les viene el capataz a ordenarles que dejen de utilizar tal palabra o que ni se les ocurra mencionar a cual personaje, sonríen beatíficamente y agachan la testuz… cuando no aplauden con fervor. Lo cuento porque lo he visto, no porque lo haya soñado.

No hace falta que oscuros poderes o malvados propietarios de medios nos pongan el bozal. Vamos por nuestra propia patita al cómodo redil donde la ineptitud, que es el auténtico pecado original del gremio, se disimula con la ayuda de la Wikipedia. Si tuviéramos libertad de prensa, simplemente no sabríamos cómo utilizarla.

Clavo ardiendo

A pesar de la cosecha de calabazas antidemocráticas que llevamos en el zurrón, aún confío en poder comenzar esta noche Gabon en Onda Vasca anunciando a los oyentes que Bildu estará en las elecciones del día 22. No tengo ni un solo argumento mínimamente sólido para apoyar lo que, a todas luces, no es más que una intuición tozuda. A eso hemos llegado. Han dejado de servir los análisis basados en datos o en la pura legalidad hecha a medida en estos años que quedarán en la Historia (ojalá, por lo menos, ocurra eso) como un tiempo oprobioso. Lo único que nos queda es el clavo ardiendo, la fe a prueba de toda lógica y experiencia que lleva al ludópata a creer que la suerte que se le ha negado con inmisericorde reiteración se va a presentar en la última mano de la timba. Los publicistas de la Lotería Nacional lo supieron sintetizar en aquel eslogan que desafiaba el cálculo de probabilidades: “¿Y si te toca a ti?”

Con ese espíritu, que es más bien un sucedáneo, aguardo la decisión del Tribunal Constitucional. Abandonada la esperanza de un dictamen justo fundamentado en hechos contantes y sonantes, lo fío todo al azar o al rebote. Es altamente verosímil que las reyertas internas entre los guardianes de la pureza legaloide resulten más determinantes para un fallo favorable que el mero debate jurídico sobre el material chuscamente probatorio apañado por las distintas policías.

Favorece este pálpito -insisto en que no puedo aportar premisas racionales- el sofoco que les ha entrado a los amanuenses cavernarios ante la eventualidad de que la cuestión se dilucide en el Pleno en lugar de en la Sala Segunda. No es mal augurio que se pongan las vendas antes de tener la herida y que vayan en plan Mourinho llorando por las esquinas que habrá tongo. Ojalá sus editoriales y columnas de mañana destilen bilis confirmatoria. Se habrá hecho justicia, aunque sea poética y de chamba. Nos vale igual.

Villanos liquidables

Lo llamativo no es que lo hayan hecho, sino que nos lo hayan contado. Por las novelas de John Le Carré y las películas de salvadores del mundo sabíamos que liquidar villanos es algo rutinario, pero siempre discreto o, un peldaño más arriba, absolutamente secreto. En el contrato de los ejecutores quedaba claro que nunca podrían reclamar la gloria por sus acciones y que en caso de fiasco, se iban a quedar más solos que los Tudela, pues un gobierno respetable no podía reconocer que usaba el Derecho Internacional como papel higiénico. Ahora, qué cosas, se tira de la doctrina de aquel torero que sostenía que acostarse con Ava Gardner y no pregonarlo era tontería. Pues con cepillarse (en otro sentido, claro) a Bin Laden pasa lo mismo. Hay que vocearlo a los cuatro vientos un cuarto de hora después de haberlo hecho. Se pierde ese halo de misterio de la literatura de espías y, a cambio, se gana popularidad en las encuestas.

Ahí quería llegar: no había motivo para andarse con disimulos ni con prejuicios de pitiminí. A la peña le va el ojo por ojo y no es casual que en la calle la primera acepción de “justicia” no sea la de los diccionarios, sino que se emplee directamente como sinónimo de “venganza”. La prueba está en el jolgorio al que se entregaron miles de probos ciudadanos del imperio, distinguibles de los fanáticos que festejaron los atentados del 11-S únicamente en que no llevaban turbante. No hay mejor argamasa para el populacho que los enemigos comunes, ya sean interiores (algo sabemos aquí de eso) o exteriores.

Cito todo esto sin escándalo, sólo como pura constatación. Es el mundo en que vivimos, sin más. Las reglas del juego se han clarificado. Ya es oficial que cualquiera que crea que tiene una cuenta pendiente puede ir a cobrársela y tirar al mar lo que le sobre sin miedo a que se le eche encima la ONU o el Tribunal Penal Internacional. ¿Asumimos las consecuencias?