Siempre he defendido —y me he llevado unos buenos pescozones por ello— que Euskadi necesita un centro-derecha españolista civilizado. Puesto que en la sociedad vasca hay un número nada desdeñable de personas con esa ideología que no comparto en absoluto pero que respeto sin matices, sostengo que deberían tener una formación política que las representara. Pensaba sinceramente que la desaparición (ya sé que estratégica y nada ética) de ETA facilitaría las cosas, pero el paso del tiempo me ha hecho comprobar que no es así. Al contrario: mirando en perspectiva los movimientos en el seno del partido que podría haber asumido esos principios democráticos, se diría que se ha huido de la puesta al día del ideario como de la peste.
Y eso es precio de amigo, a la vista de la elección de Iturgaiz como candidato a lehendakari y, sobre todo, del seguimiento de su campaña que bate récords de esperpento de acto en acto, con Casado como padrino omnipresente, exhibiendo en cada declaración un desconocimiento entre profundo e insultante de la realidad del país. Por si faltara quincallería chusca, en lisérgica coalición con Ciudadanos, cuya visceral antiforalista líder se plantó el domingo en Gernika, símbolo de la foralidad, a pasear su nulo sentido del ridículo y su ilimitada ignorancia atrevida. De lo suyo gastan.