Derecha esperpéntica

Siempre he defendido —y me he llevado unos buenos pescozones por ello— que Euskadi necesita un centro-derecha españolista civilizado. Puesto que en la sociedad vasca hay un número nada desdeñable de personas con esa ideología que no comparto en absoluto pero que respeto sin matices, sostengo que deberían tener una formación política que las representara. Pensaba sinceramente que la desaparición (ya sé que estratégica y nada ética) de ETA facilitaría las cosas, pero el paso del tiempo me ha hecho comprobar que no es así. Al contrario: mirando en perspectiva los movimientos en el seno del partido que podría haber asumido esos principios democráticos, se diría que se ha huido de la puesta al día del ideario como de la peste.

Y eso es precio de amigo, a la vista de la elección de Iturgaiz como candidato a lehendakari y, sobre todo, del seguimiento de su campaña que bate récords de esperpento de acto en acto, con Casado como padrino omnipresente, exhibiendo en cada declaración un desconocimiento entre profundo e insultante de la realidad del país. Por si faltara quincallería chusca, en lisérgica coalición con Ciudadanos, cuya visceral antiforalista líder se plantó el domingo en Gernika, símbolo de la foralidad, a pasear su nulo sentido del ridículo y su ilimitada ignorancia atrevida. De lo suyo gastan.

Viraje a sepia

¡Madre mía! Que paren el DeLorean, que yo me bajo. En un pestañear de ojos nos hemos puesto, oigan, en aquellos infaustos años del cambio de milenio y unos cuantos más que vinieron después. Fíjense que yo nunca he vendido que viviéramos de pronto en tonos pastel, pero nos habíamos ido quitando mugre y caspa. ¿A santo de qué este nuevo viraje a sepia?

Lo digo, sí, por el retorno a primera línea de desbarre politiquero de Carlos Itugaiz, que en sus primeras 24 horas fuera del sarcófago nos ha puesto los niveles de furanos dialécticos en la estratosfera. Pero la cuestión es que el duplicador de votos no llega solo. Junto a él nos ha caído otro revival de ese jurásico que es apenas anteayer.

¿Recuerdan aquel pesebre disfrazado de causa nobilísima que atendía por Basta ya!? Pues vengo a contarles que, como esas bandas de rock requetrasnochadas que se vuelven a juntar al olor de la pasta, los integrantes principales del combo anuncian una nueva gira por toda la pecaminosa piel de toro. Vaya usted a saber si por problemas de Copyright o porque se huelen que lo otro ya no vende una escoba, ahora se hacen llamar Unión 78. Colaría si no fuera porque a la cabeza del invento están (¡tachán!) Rosa de Sodupe y Fernando Savater, el sujeto que tiene confesado ante las cámaras habérselo pasado cañón luchando contra ETA. Su nueva misión, según va pregonando por ahí el filósofo más dicharachero a tanto la pieza es “defender la ciudadanía”, signifique eso lo que signifique, que mayormente consistirá en montar barrilas aquí y allá para mendigar un tantito de atención. Ahora que lo pienso, les acabo de conceder la mía. Mecachis.

Alonsicidio en re menor

No fue casual que en la línea de cierre de mi última columna enviase un recuerdo a Arantza Quiroga. Como gozo de memoria más que regular, tengo bastante fresca su defenestración como presidenta de los populares vascos en octubre de 2015. La mano ejecutora entonces fue, oh sí, Alfonso Alonso, que acaba de probar de su propia medicina, confirmando el adagio que sostiene que quien a hierro mata a hierro muere.

Cautivo, desarmado y, sobre todo, humillado, uno de los políticos más ambiciosos que hayan conocido los tiempos ha tenido que echar la rodilla a tierra y morder el polvo amargo de la derrota. Para que sea más dolorosa, su verdugo ha resultado Pablo Casado, un chisgarabís manejado por el siniestro capo gaviotil Don Aznarone. Ni palabras hay para expresar la afrenta de verse sustituido como candidato a lehendakari por una medianía sideral que tiene como mayor hazaña registrada haber votado con el codo por el ausente Mayor Oreja en el Parlamento. Bueno, eso, y según le escuché ayer a Isabel San Sebastián, cantar “unas trikitixas muy buenas”.

Confieso que como informador y opinatero echaré de menos a Triple A (por Alfonso Alonso Aranegui, no se asusten), pero tampoco le voy a dedicar una elegía desgarrada. Me consta que a diferencia de algunas de sus víctimas, le costará poco encontrar un ganapán, y ya si eso, caviar para poner encima y Dom Perignon para mojar. No descarten que se lo procuren los mismos que le han dado pasaporte porque puede que Roma no pague traidores, pero siempre tiene un remanente para asegurar silencios. Y quién sabe. La vida da muchas vueltas. Fíjense en Iturgaiz.

Iturgaiz tiene razón

Sorpresas te da la vida. Carlos Itugaiz —les dejo a ustedes que escojan los epítetos— afirma que todos los presos gravemente enfermos deberían ser excarcelados. También los de ETA, precisa ante la pregunta más que pertinente de una periodista que hace muy bien su trabajo. El resultado es un titular como la copa de un pino, cargado, por demás, de suculentas propinas. Confieso que en mi caso la primera fue el divertimento de imaginar la cara de Casado y sus guerreros de terracota al escuchar la herejía en boca de quien hasta ahora conocíamos como uno de los más fieros creyentes y practicantes de la doctrina de la venganza. Y en euskera, además, porque la entrevista tuvo lugar en el primer canal de ETB. Me sorprende no saben cuánto que a la hora de garrapatear estas líneas no haya habido desmentido, matización ni llamada al orden.

Y luego, por supuesto, está la melancolía al pensar qué diferentes hubieran sido algunas cosas si algo así se hubiera dicho y aplicado hace unos años. Pero ustedes y yo tenemos en la memoria las toneladas de sulfuro dialéctico que se han vertido hasta anteayer mismo cada vez que se pedía un trato humano para un recluso de ETA con las horas de vida contadas. En todo caso, y aunque seguirá siendo despiadadamente tarde para quienes acabaron consumidos en la enfermería de una prisión y para sus familiares, sería un gran avance que un principio tan simple como el enunciado por Iturgaiz empezara a guiar la política penitenciaria en España. Claro que para que nadie se llame a engaño, a ciertos medidores de doble vara habría que explicarles que también Eduardo Zaplana merece ser excarcelado.