Del interminable catálogo de polémicas recurrentes, una de las más cansinas es la de los supuestos privilegios que conllevan el Concierto de los tres territorios autonómicos y (citado con menos frecuencia) el Convenio de Navarra. Harta una hueva ver al figurín figurón Rivera, le petit Macron, haciendo la gracieta del cuponazo para denominar a lo que no tiene ni puta idea de cómo va. Y qué decir del entrañable Baldoví o de su compañera de tiñas Mónica Oltra, autitulados nacionalistas valencianos, enfadándose y sin respirar como si los malvados vascones tuvieran algo que ver con la rapiña sistemática a orillas del Mediterráneo. Pueden dar gracias en aquel terruño por no haber tenido un sistema fiscal parecido al que envenena sus sueños, porque el pufo actual iba a ser broma en comparación con el que habrían adquirido con una herramienta que en manos de ladrones compulsivos conduce a la ruina en un par de años.
Que se apliquen el cuento, de paso, la sultana socialista de Andalucía y su conmilitón extremeño Fernández Vara, émulo menor del cacique Rodríguez Ibarra, motejado el bellotari en sus días de mandato. Dadas las costumbres manirrotas acreditadas por los gobernantes de sus respectivas ínsulas, habría sido hasta gracioso ver cómo se las ingeniaban sin poder gastar ni un euro más de lo que se ingresa. Por no hablar de cómo se habrían recaudado los impopulares impuestos, ya tú sabes, cuando cultivas el voto en cautividad.
Y fuera de concurso, los locales del sí pero no o no pero sí, venga va, me abstengo, exhibiendo los inveterados complejos que explican que la hegemonía cada vez quede más lejos.