Fíjense que con todo lo crítico que me he mostrado con Podemos, siempre había opinado que la identificación de la formación morada con el estalinismo era una caricatura grosera. Para mi sorpresa —solo relativa, tampoco exageremos—, es el propio mandarín en jefe de la cosa quien parece empeñado en retratarse como la versión vallecana del padrecito. Miren si no, cómo siguiendo la macabra broma clásica, le ha hecho la autocrítica a su número tres, Sergio Pascual. Con alevosía, nocturnidad y, cómo no, el sambenito de rigor, es decir, la acusación de haber perpetrado una gestión deficiente que ha resultado perjudicial para la (santa) causa. Abundando en el paralelismo con los usos y costumbres del bigotón, como recordó ayer Oskar Matute en Euskadi Hoy de Onda Vasca, el ahora laminado fue enviado como comisario a la campaña electoral andaluza para marcar a Teresa Rodríguez, sospechosa de desviada de la ortodoxia pablista. Igual que en lo más crudo del invierno soviético de don José, los mayores evangelizadores acabaron fusilados por traición, prácticamente sin excepciones, Pascual ha sido el purgador purgado.
En el inventario de parecidos razonables, se puede citar la alucinógena carta de Iglesias en la que proclama que cuando se trata de “defender la belleza” —les juro que esa es la expresión— no caben “corrientes o facciones que compitan por el control de los aparatos”, telita. Con todo, la mayor de las semejanzas con el infausto régimen es el atronador silencio de los corderos. Y aun peor —ya lo verán en las respuestas a esta misma columna—, el bilioso ataque a quien ponga en solfa tal proceder.