Desprecio a la izquierda

Qué barullo, oigan, allá al fondo a la izquierda. O quizá solo al fondo, que últimamente la otra palabra empieza a repeler a los doctores en Ciencias Políticas con calculadora porque han echado cuentas, y la conclusión ha sido, por lo visto, que ya no vende una escoba. “No es la izquierda la que va a traer el cambio; va a ser la gente”, pontificó el otro día el cátedro y caudillo de masas Iglesias Turrión en frase que bien podía haber firmado el remilgado Rivera. Respondía, después de acusarles de chantajistas, a las miles de personas que proponen concurrir a las elecciones generales en una sola lista, siguiendo la estela indiscutiblemente triunfal de las candidaturas plurales que ya gobiernan, por ejemplo, en Madrid y Barcelona. “La izquierda, quedáosla”, remató, a la diestra (ejem) de Dios Padre, el apóstol Iñigo Errejón, como si él mismo y su señorito no tuvieran acreditadas centenares de soflamillas de la más pura ortodoxia dizque zurda. Incluyendo, oh sí, medio loas al padrecito Stalin, que mató lo suyo, pero trajo —palabras de Pablo que, como casi todas las que ha pronunciado, están grabadas— el estado de bienestar.

Daría un rublo por saber qué opinan sobre estos gargajos despectivos de sus líderes los muchísimos fundadores de Podemos que siempre llevaron a gala ser de izquierda. Y no digamos ya los que exhibían el vocablo junto a un apellido aun más contundente: anticapitalista. Desde —lo reconozco— mi cómoda posición de escéptico resabiado al que le va poco en la vaina, aguardo el desenlace del enésimo encontronazo entre el fulanismo y los principios. Sospecho, eso sí, quién ganará.

Los nuevos jacobinos

Noticias frescas: el figurín Albert Rivera está a favor de eliminar el Concierto vasco y el Convenio navarro. Manda pelotas que una obviedad de cajón de madera de alcornoque se destaque en los titulares como si fuera el descubrimiento de un nuevo sistema solar. ¿Tan floja memoria tenemos que no recordamos que la hoy segunda formación emergente fue parida en la disolvente Catalunya para enarbolar la bandera de la indivisibilidad de la patria y que una de sus martingalas de cuna es la denuncia de los supuestos privilegios de los que llaman (insultando) reinos de taifas? Lo sorprendente habría sido que el nuevo niño mimado —ya veremos por cuánto tiempo— del Poniente y el Levante mediático español saliera cantando las bondades de la foralidad y los derechos históricos.

Si somos honestos, no hay nada que reprochar a Ciudadanos en esta cuestión, pues en ningún momento han ocultado sus cartas. Al contrario, quizá debamos agradecer a los pujantes naranjas que su coherencia esté provocando que Podemos, que venía jugando a sí, a no y a ya veremos, se esté retratando como el partido centralista y jacobino que sospechábamos los peor pensados. Ahora que se ha visto claro que los de los círculos compiten por el mismo electorado —oh, sí, así de triste— que los de Rivera, los del politburó sacan a paseo los discursos más rancios. Tras Monedero hablando de sueños irreales, disparates y aventuras comunes de 500 años, Iñigo Errejón acaba de rematar alertando contra la “fragmentación y regionalización extrema” y anunciando una ofensiva para “romper la dinámica cantonalista”. A ver quién les paga la próxima Fanta.

El caso Errejón (2)

Los estajanovistas defensores de Errejón no se dan cuenta del tremendo mensaje que incluye de serie su cerril negativa a aceptar lo poco presentable del comportamiento de su protegido. Nos están diciendo, sin más y sin menos, que cuando se ponen verdes y les salen espumarajos por la boca clamando contra la corrupción, se refieren únicamente a la que perpetran los demás. Peor que eso: al buscar y dar por buenas las excusas más peregrinas, están reivindicando con un par de narices el derecho inalienable al trapicheo que tienen los prójimos ideológicos.

Ya dije, y vuelvo a repetir, que es una barbaridad acusar al número tres de Podemos —qué gracioso, también se ordenan jerárquicamente— de la muerte de Manolete o del hundimiento del Titanic. Pero no lo es menos convertir un chamarileo de pícaro en una especie de malvada conspiración de los poderosos contra el Robin Hood que les hace frente. Se mire por donde se mire, se coja por de donde se coja, el contrato de marras fue el regalo (hoy por ti, mañana por mi) de un colega de cañas y siglas. “¡Eh, oiga usted, que el puesto salió a concurso público!”, protestarán los ciegos voluntarios a la evidencia. Nos ha jodido mayo; a un concurso al que solo se presentó un aspirante. ¿Nadie ve sospechoso eso? ¿Es que entre miles y miles de titulados en paro el único que se siente capacitado para hacer un curro sobre vivienda en Andalucía es el tal Errejón, cuya especialidad académica ni siquiera es esa? Claro que se ve, pero se opta, exactamente igual que hacen los de la casta, por comulgar con la rueda de molino e invertir la carga de la prueba. Qué triste.

El caso Errejón

Al lado de las chorizadas que vemos cada día, el contrato-flete que le agenció a Iñigo Errejón un amiguete y conmilitón podemista de la Universidad de Málaga parece pecata minuta, más chanchullo que corrupción reglamentaria. Es obvio que apañarse un bisnes de mil ochocientos pavos para ir tirando hasta que se tome el palacio de invierno no tiene la misma gravedad que embolsarse chopecientas veces esa cantidad al tiempo que se está hundiendo un banco al que luego habrá que rescatar con una millonada pública. Quiero decir que me parece exagerado pedir que por ese trapicheo se pase por la quilla al tercero de abordo de Iglesias Turrión. Personalmente, me habría bastado con un reconocimiento público de que la cosa estuvo un poco fea, la devolución de la pasta y un propósito de enmienda pronunciado en ese tono tan convincente que el gachó gasta en las tertulias de teleprogre uno y dos.

Lo que no me vale es que ante la indiscutible pillada con el carrito del helado, el tipo se atrinchere tras la colección de disculpas de tres al cuarto que farfullan los que él llama casta cuando los agarran en flagrante renuncio. Me subleva especialmente el “todo es legal”, que es exactamente lo que dijeron, uno detrás de otro, los que cobraron dietas dobles y triples de Caja Navarra o los de las tarjetas milagrosas de Bankia. E igual con lo de “el trabajo está hecho”, que es en lo que se emperran los que reciben un pastizal de la administración por un informe de media docena de folios sobre cualquier chorrada. Claro que lo peor es el victimismo ramplón del “nos atacan porque vamos ganando”. Y la cosa es que cuela.