El precio de la conciencia

Socialistas díscolos. Lo veo una y otra vez en los titulares y sigue sonándome a grupo de música indie, como Love of Lesbian o Supersubmarina.

Perdonen que me lo tome a guasa. Ya sé que debería ser algo serio, incluso grave. ¡Joder, que estamos hablando de la conciencia, la sagrada facultad del ser humano de permanecer fiel a sí mismo! Buen intento, y quizá hasta colaría si no fuera porque el precio de la cosa no alcanza ni al de un Iphone 7. Cotiza —y eso, por la banda alta— a 600 euros, que es la cantidad máxima que el Grupo Parlamentario Socialista, supongo que a falta de autoridad mayor en el desvencijado partido, podría imponer a los quince jabatos que el otro día gritaron ‘No’ donde la partitura decía Abstención. Si lo comparan con los emolumentos de sus revoltosuelas señorías, estamos hablando de una ganga. Eso, sin mencionar los baños de ego que se han pegado a cuenta de su gesta. El o la que menos, tres docenas de entrevistas y su careto a todo trapo en esas composiciones fotográficas para señalar, según cada medio, a los héroes o los felones del día. Ofende que algunos vayan mentón en alto diciendo que volverían hacerlo. Si fueran dependientas de una tienda de Amancio y cobrasen al mes la cuantía de la multa, ya veríamos.

Todo es muy poco creíble. Por el lado de los castigadores, porque si de verdad la actitud es tan inadmisible, lo menos que cabe es la patada sin más contemplaciones al Grupo Mixto del Congreso. Y por la parte de los castigados, porque si tan zaheridos se sienten, ellos mismos y ellas mismas deberían haber tomado la puerta. Pero claro, fuera hace mucho frío y 600 pavos son un chollo.

Mariano gana todo

Pues ahí lo tienen. Para que luego digan de la estrategia de la estatua. Una vez más, el ganador es… ¡Mariano Rajoy Brey! Y se lo lleva todo todito todo. Como obsequio preliminar, el mordisco al polvo de Pedro Sánchez en forma de renuncia al acta de diputado para no tener que votar lo que no quería; pobre desgraciado, no ha caído en la cuenta de que al irse ha hecho automáticamente que el número de abstenciones necesarias pasara de 11 a 10, lo que ha sido tanto como abstenerse. Luego, y conforme a guión, el Tancredo galaico se ha alzado con el teórico premio principal, la investidura que convalida y deja impunes mil casos de corrupción y otros tantos recortes, golpes de rodillo y, por lo que nos toca más cerca, tantarantanes al autogobierno. Además, con diez meses de gobierno en funciones de regaliz.

Pero no se acaba ahí el lote del triunfo. Incluye haber dejado al PSOE como un bebedero de patos, bien es cierto que con la colaboración imprescindible de las direcciones anterior y actual, ejemplo en lo sucesivo en materia de autolesiones. A ver qué hacen, por cierto, los mandarines interinos con los quince culiparlantes que, más cerca de lo patético que de lo épico, se mantuvieron en el inútil ‘No’. Si acaban en el grupo mixto, se materializará lo que en cualquier caso ya iba a ocurrir a efectos prácticos: que los galones de formación principal de la oposición recaerán en Podemos. Eso también forma parte del botín de Rajoy. Le viene de perlas tener enfrente a Pablo Iglesias, un tipo que fuera de sus fieles transmite una nada seductora mezcla de histrionismo e histerismo. Ha hecho pleno. Y sin moverse.

De votos y conciencia

Tiene su gracia el ansia de los derrotados en el Comité Federal del PSOE por salvar la honrilla echando mano del comodín del voto en conciencia. Es verdad que es humanamente comprensible su vergüenza por tener que someterse al digodiego público y, desde luego, su rabia por el modo en que han sido chuleados por los susánidos. Pero parafraseándoles a ellos mismos en su días de farruquería irresponsable, cabe preguntarles qué parte de la abstención no entienden.

Sí, también me consta que, visto con ojos de espectador, son los buenos y las buenas de la película. Su postura —el empecinamiento en la negativa a Rajoy— es la más simpática. Sin embargo, salvo que queramos hacernos trampas al solitario, no podemos dar por aceptable su conducta de pésimos perdedores. Mal que nos (y les) pese, participaron voluntariamente en una votación y la palmaron por una diferencia (139-96) que en basket es una señora paliza. La única traducción de la derrota es acatar lo que ha salido y actuar de acuerdo al mandato de la mayoría vencedora. Jode, claro que jode, pero no queda otra. ¿O es que, en caso de que el resultado hubiera sido al revés, sería de recibo que los perdedores anunciaran su intención de abstenerse? Y tampoco es una gran excusa aludir a las mañas trileras de los que se han llevado el gato al agua. Desde el momento en que no se rompe la baraja, no hay más tutía que apechugar.

Por lo demás, tal y como se hacen las listas electorales, y por mucho que la Constitución prohíba el mandato imperativo, el voto en conciencia es pura filfa… salvo que se entregue el acta de diputado inmediatamente después de ejercerlo.

Después de la abstención

Lo más triste —o lo más divertido, según se mire— del sofoco emitido en tiempo real que unos cuantos malvados conocemos ya como el octubrazo del PSOE es que la abstención no va a ser suficiente. Es decir, sirve para salir del paso y evitar ir a las urnas en los días de los villancicos y los polvorones. También para que el BOE reconozca oficialmente la reválida presidencial de Rajoy, o para que el mentado nombre un gabinete. Pero no para que gobierne. Ahí los números van a seguir sin darle a Don Tancredo.

Llegará, sin ir muy lejos, el momento de sacar adelante unos presupuestos recortados en un porrón de millones de euros, al gusto de Bruselas. ¿Qué hacer? “¡Se los cambiarán en Sabin Etxea por alguna transferencia de chicha y nabo!”, vocearán los mismos Nostradamus de todo a cien que la pifiaron al vaticinar en cuatro ocasiones sucesivas que el PNV acabaría apoyando, qué te apuestas, a  Mariano. A la (vana) espera del reconocimiento de su cantada, cabe explicar a tan desahogada parroquia que los cinco escaños jeltzales no alcanzan por sí solos.

¿Y entonces? Pues tampoco es que servidor sea la releche haciendo quinielas, pero tiene toda la pinta de que volverán a reponer la entretenida serie Comité Federal. Vamos, que los mismos capos locales que acabamos de ver en acción con la inestimable ayuda de los dinosaurios de costumbre blandirán de nuevo la cantinela de la estabilidad, la responsabilidad, el bien común y letanías del pelo. Atendiendo a los hechos recientes, lo más probable es que asistamos a la enésima humillación. Pero quién sabe. Hasta los más mansos pueden acabar hartándose.

De absternerse y apoyar

“Abstenerse no es apoyar”, dice, emulando a Perogrullo, el presidente accidental de los restos del PSOE, Javier Fernández. Apenas suena a excusatio non petita, anuncio de ciaboga inminente, humillado reconocimiento de claudicación, o aun más gráficamente, pan hecho con unas hostias. A buenas horas mangas verdes, después de la reyerta pública que ha dejado al partido a un cuarto de hora de la irrelevancia, se viene a descubrir la fórmula de la gaseosa. Cuánta sangre, cuánta dignidad pisoteada, cuánta vergüenza ajena, cuántos daños a propios y extraños se habrían evitado de haber caído en esa obviedad en el momento en que hasta los pedruscos veían que ni torturándolos daban los números para un gobierno alternativo.

Eso fue tal que el 26 de junio a las once de la noche, cuando el marcador de las elecciones repetidas aullaba la victoria sin paliativos del PP. Un reconocimiento a tiempo con la promesa de entregarse desde el primer minuto de la legislatura a una oposición sin concesiones nos habría librado de estos meses de tomadura de pelo y del espectáculo final de canibalismo entre compañeros de carné. Valía exactamente la misma frase que ahora suena a todo lo que les enumeraba, porque resulta que encierra una verdad esférica: abstenerse no es apoyar.

Por supuesto que no lo es. Ni por el forro. Sin embargo, alguien se empeñó en que lo pareciera. Por cortoplacismo ramplón, por sentirse aprendiz de brujo, por el qué dirán, por ver si sonaba la flauta, por rodearse de un halo de heroísmo, porque estar en los titulares da gustito. Ocurre que los plazos acaban venciendo y la cuota se paga con intereses.

(Más) Razones para el no

Viernes, casi a la inusual hora de la segunda edición del Telediario. No habían levantado el culo del escaño sus señorías tras haber participado en la chirigota de la investidura imposible de Tancredo Rajoy, cuando saltó, así como al despiste, la enésima liebre. El Gobierno español —ya ni nos preocupamos de precisar que está en funciones— le ha procurado un puestazo de doscientos y pico mil euros anuales en el Banco Mundial a José Manuel Soria, el ministro que tuvo que hacerse a un lado, entre otras razones, por mentir reiteradamente y por haber colocado un pastizal de sus empresas en paraísos fiscales. La regeneración de verdad de la buena y el firmísimo propósito de enmienda recién prometidos a cambio de otros cuatro años en los bancos azules quedaban perfectamente retratados. Cada uno de los 180 noes que acababa de registrar el previsible tanteador de la cámara, incluyendo esos cinco que han hecho correr ríos de tinta y saliva, se revelaban, si cabe, como más justos y más necesarios que cuando los habían pronunciado las diputadas y los diputados.

A todo esto, en el hemiciclo devenido en retablo de las maravillas, aún resonaban los ecos de la última intervención de Rafa Pichi Hernando, el chulo que castiga del Portillo a la Arganzuela. O, en su caso, de los rojoseparatistas a los serviles naranjitos, sobre los que se orinó largamente el mangarrán, una vez comprobado que sus votos no le alcanzaban para mantenerse en el machito. Si en política hubiera memoria, la promoción morruda de Soria y el navajeo guarro de Hernando deberían convertir en irreversible bajo cualquier circunstancia el no al PP.