Los canallas de las Azores

La Historia se escribe con mucho retraso. A veces, de décadas o incluso siglos. En esta ocasión han sido 13 años y unos meses lo que han tardado en poner negro sobre blanco algo que era un secreto a voces. Tal y como supimos desde mucho antes de que cayera la primera bomba, la guerra de Irak respondió al empeño criminal de un par de barandas planetarios —George W. Bush y Tony Blair— y sus respectivos comeingles periféricos. Si tienen en mente la infame foto de las Azores, estos últimos ya saben que son el exmaoísta recién contratado por Goldman Sachs, José Manuel Durao Barroso, y el peor presidente español de todos los tiempos, José María Aznar López.

¿Qué hacemos con este cuarteto de pendejos y los otros centenares de cómplices, ahora que el informe Chilcot ha confirmado que las únicas armas de destrucción masiva eran las del engaño y la propaganda orquestadas desde el eje del bien? Se dice, se cuenta y se rumorea que hay una Corte Penal Internacional que tiene la misión de juzgar y, si procede, condenar a los autores de crímenes de genocidio, de guerra, de agresión y de lesa humanidad. No es que uno sea muy versado en materia jurídica, pero se diría que el incalculable daño que provocaron intencionadamente estas sabandijas trajeadas cabe perfectamente en los cuatro supuestos. Pero eso es para malos oficiales del tercer mundo y territorios asimilados. En el caso que nos ocupa, tendremos que conformarnos con la mierda de pseudodisculpa de Blair, que un segundo después de jurar que lo siente, asegura que volvería a hacerlo. Claro que todavía es peor es el silencio del canalla que ustedes están pensando.

Pujalte, comisionista

Con la fauna política que gastamos, resulta difícil hacer la lista de los culiparlantes más despreciables que nos ha tocado sufrir. No me cabe ninguna duda, sin embargo, de que en los primeros puestos debe estar esa náusea andante —con o sin bigote— que atiende por Vicente Martínez-Pujalte. Uso calificativos de grueso calibre para ir a juego con su única virtud reconocible en los 22 añazos que lleva pastando en las cortes [sí, con minúscula] españolas: su matonismo dialéctico agravado por el tono de voz grillesco y la dicción castellana manifiestamente mejorable que le concedió la naturaleza. Pocos —y vuelve a ser amplia la competencia— han vertido tanto guano verbal desde la tribuna de oradores, el escaño o los pasillos como este hijo de la Valencia más pútrida que encarna a la perfección. Al servicio del Gobierno de su señorito Aznar o como martillo pilón opositor contra Rodríguez Zapatero, Pujalte ha injuriado a las bancadas rivales sin piedad y ha convertido el parlamento [otra vez en minúscula] en una cantina cada vez que veía que con los argumentos no había nada que hacer. No es casualidad que fuera el primer diputado expulsado en treinta años por montar la barrila.

Relegado a la tercera fila por Rajoy, que tiene bocachanclas más efectivos, el chisgarabís pendenciero vuelve a ser noticia al descubrirse accidentalmente (ejem) que durante año y pico cobró 5.000 euros al mes por asesorar (más ejem) a una constructora que contrata obra pública. Sostiene el gachó que fue algo legal puesto que recibió todas las bendiciones del Congreso para arramplar dos sueldos. Y lo jodido es que es verdad.

11-M, no olvidar

Mi primer recuerdo del 11-M es la voz estupefacta de Xabier Lapitz dando paso a la corresponsal de Radio Euskadi en Madrid, Ainara Torre. De conexión en conexión, aumentaba el número de muertos a un ritmo que escapaba a lo humanamente asimilable. Los detalles caían en tromba y sin filtrar. Tantas explosiones en tantos trenes en tantos lugares. De fondo, un aullido incesante de sirenas, que aun a quinientos kilómetros y pese a llegar por vía telefónica, no le dejaban a uno pensar con la mínima claridad. Siento no ser uno de esos sabios retrospectivos que juran —o sea, perjuran— que desde el minuto cero albergaban la certeza de que aquello no había sido obra de ETA. Prefiero no preguntarme sobre el alivio que produjo la constatación de que la autoría apuntaba hacia otro lado.

Claro que es bastante peor la miseria moral de los que se empeñaron en que sí contra toda evidencia y buscando un provecho nausebundo. Y no lo hicieron durante un día, una semana o un mes. Todavía entre el diluvio de material conmemorativo que nos ha caído coincidiendo con el aniversario, buena parte de las versiones se refocilaban, como poco, en la duda. El jefe de los troleros, José María Aznar, sigue alimentándola sin rubor, con la ayuda de su propagandista mayor, Pedrojota, y toda la patulea de canallas que, en su indecencia sin límites, se convirtieron en abogados de los asesinos e insultaron a las víctimas con una saña inaudita.

Bienvenidas las flores, los pebeteros, los minutos de silencio, los montajes de imágenes con músicas emotivas para cerrar el telediario. Nada, sin embargo, como el propósito de no olvidar.

Fundación X

Egos que se expanden más allá del infinito. Felipe González ha creado una fundación para el estudio de su figura que lleva su nombre y, faltaría más, que preside él en su mismidad. Yo, mi, me, conmigo; a ver quién supera ese ejercicio de onanismo autoinspirado. En la próxima edición del diccionario, la RAE tendrá que actualizar el significado de la palabra vanidad.

¿Y por qué no ha esperado, como todos, a palmar para que le montasen el chiringuito laudatorio? Quizá porque no se fiaba de que, una vez certificado el hecho biológico, hubiera entre los suyos media docena de tiralevitas dispuestos a abrillantarle la posteridad. Mal cálculo, si ha sido por eso, pues aunque es verdad que la legión de felipistas ha mermado mucho, todavía quedan por ahí un buen puñado de recalcitrantes que se hubieran entregado a la tarea, eso sí, post-mortem, que es como se hacen estas cosas para que no canten tanto.

Ocurre que a Felipe le urge vindicarse y hasta reivindicarse antes de pasar a la condición de fiambre. Ha perdido mucha comba en la carrera de la popularidad de los expresidentes españoles desde que se puso el contador a cero. Mientras se hacía requetemultimillonario, ha sido rebasado por el espectro del pan sin sal Calvo Sotelo y, desde luego, por el semiespectro de Suárez, campéon indiscutible de la competición. Incluso Zapatero, contando nubes y concediendo bostezantes entrevistas, le pisa ya los talones. Solo la chabacanería contumaz de Aznar lo libra —y por muy poco— de ser considerado el tipejo más despreciable que ha habitado Moncloa en los últimos 35 años.

Es cierto que la memoria es frágil y fácilmente moldeable, pero por mucho que se emplee a fondo en el lavado de su pasado, a González le va a costar dos congos que dejemos de verlo, entre otras cosas, como lo que no escribo porque no es necesario. Por algo en Twitter a su invento lo llaman ya, entre la chanza y la denuncia, Fundación X.

Aznar contra el delfín

Ya quisieran Pérez Rubalcaba, Cayo Lara y Rosa de Sodupe tocarle las narices a Mariano Rajoy la mitad de bien que lo hace José María Aznar. A falta de pan opositor externo en condiciones, buenas son las tortas desde dentro del nido de la gaviota. ¿Tortas? Hostiones del quince a mano abierta, en realidad. La última tunda, el lunes pasado en Donostia, con la excusa de presentar uno de esos libros en los que el dolor auténtico se pervierte en coartada para aventar odio añejo. Como compañía, Ángeles Pedraza [calificativo eliminado para no pasarme de frenada en la ofensa] y María de los Guardias San Gil, cuyo pensamiento político cabe en un cuarto de lenteja. Por ahí andaba también uno que me suele dar capones en Twitter y no muy lejos, el adelantado Don Carlos María de Urquijo y Valdivielso, aplaudiendo con las orejas al abofeteador de quien lo designó para representarlo en la pecaminosa Vasconia. Cría delegados del gobierno y te sacarán los ojos. De los pop, que de alevines fueron todos monaguillos del pucelano natural de Madrid, ni rastro, oigan.

Ante esa distinguida y distinguible camarilla ladró su rencor —la expresión es suya— un Aznar que, aun lejano a su mejor estado de forma, conserva la facultad para regalar titulares. De repertorio y tirando a grisotas, las andanadas contra el malvado nacionalismo; una pena, porque cuanto más gordas las suelta, más hace crecer la conciencia nacional sobre la que se cisca. Sabrosonas, sin embargo, las collejas que atizó al delfín que tantísimo le ha decepcionado. Pobre Mariano, que sin derecho a ser citado por su nombre, fue tildado de cobarde, gallina, capitán de las sardinas y cagueta frente a los rompeespañas. Ello, en siete u ocho versiones con leves matices de inquina, para gozo similar de la prensa cavernaria y de la contracavernaria, cada cual con su motivo para entrecomillar las diatribas. Ciertamente, este hombre debería prodigarse más.

Aznar amenaza

Aunque un día llegara a poner sus zancas sobre la mesa en una timba de los señores planetarios de la guerra, para mi Aznar siempre ha sido el Aznarín de los chistes de Forges de los primeros 90. Pocos fenómenos de sugestión colectiva me maravillan más que la conversión de un mindundi resentido y esquinado en estadista carismático. Que su aura no solo se mantenga sino que vaya creciendo con el paso de los años es algo que definitivamente escapa a mi capacidad de comprensión. Lo único que tengo claro es que las claves que hay que manejar para abordar al personaje no son políticas sino psiquiátricas. Sé que puede sonar a exabrupto o demasía, pero lo anoto tal cual lo percibo, a medio camino entre el asombro y, por qué negarlo, un cierto canguelo. Las enciclopedias y los libros de Historia están hasta arriba de perturbados que las han liado pardas. Literalmente pardas, con camisas de ese color y todo, en alguno de los casos.

Pero este ya nos ha hecho todo el daño que podía hacernos, ¿no? Pues no sé que les diga. En la lisérgica entrevista —o lo que fuera— que le regalaron anteayer en el canal complementario de ese otro que tanto mola al progrerío fetén, el fulano amenazó con volver a poner un poco de orden en este carajal. “Si es que no se os puede dejar solos”, le faltó añadir al Mesías que se anuncia a sí mismo. Habrá quien lo tome como un farol, un marcado de paquete para impresionar a la claque o un amago destinado a acojonar al heredero que le ha salido rana y al que, por cierto, menuda manta de collejas le arreó, pobre Mariano. Tal vez fuera solo para entregarse al onanismo compulsivo al leer y releer los titulares en las horas y los días siguientes.

Ojalá todo se quede en el susto, en el escalofrío rampante por el espinazo al imaginar que lo que ya es negro es capaz de tornarse más oscuro. Como a Sémper, me parece que Zapatero se consolida como el mejor expresidente español, ¡uf!

De cargo a cargo

En el primer bote, suena feo. Alguien que no hace ni tres meses que ha dejado de ser vicepresidenta y ministra de Economía ficha como consejera de Endesa. De una filial chilena de la compañía, para ser más exactos, por aquello de que quien hace las leyes sobre incompatibilidades hace la trampa en el mismo viaje. Más sospechoso todavía. Parece un caso de libro de lo que en Argentina llaman “la puerta giratoria”, es decir, el pasadizo directo del alto cargo político al alto cargo empresarial y, al albur de los vientos electorales, la viceversa: la cuestión es tener siempre cuero noble bajo el culo.

Con ánimo de ser justos, veamos los atenuantes. La remuneración anual que percibirá Elena Salgado por esta sinecura no pasará de 70.000 euros. Es un pastón para el común de los curritos, pero —no nos engañemos— una bagatela para lo que se estila en el Olimpo directivo de emporios como el que ha requerido los servicios de la escudera económica de Zapatero. Por otra parte, basta medio vistazo a su currículum para admitir, por poca simpatía que se tenga al personaje, que algún partido ya ha empatado en su carrera. Méritos profesionales no le faltan. Conclusión incompleta: han fallado las formas, sobre todo por la prisa que se ha dado en la mudanza, pero tampoco parece que nos hallemos ante un escándalo de parar las rotativas.

Creo —y aquí es donde quería llegar— que estos casos hay que mirarlos uno a uno en lugar de hacer una generalización facilona. Si criticamos que la política se haya convertido en una profesión vitalicia, no podemos quejarnos sistemáticamente cuando alguien deja lo público para reincorporarse a lo privado. Otra cosa es, y ahí es donde está el problema, que hablemos de chisgarabises y medianías que encuentren suculento acomodo donde jamás los habrían contratado ni como bedeles antes de tocar pelo gubernamental. Felipe González o José María Aznar, por poner dos ejemplos