Nada que ofrecer

¿Mayo de 2001 les decía hace una semana? Tachen, tachen. Me había equivocado por dos décadas o más. Hay que irse a los últimos setenta del pasado siglo, con el bajito de Ferrol todavía a medio pudrir bajo la losa de tonelada y media que le pusieron encima, para encontrar con qué comparar el campañón que se están cascando los progenitores -ahora temporalmente separados- del cambiazo. La diferencia es que entonces los periódicos traían tres asesinatos a la semana y trataban de ocultar con poco éxito, porque todo se sabía, las hazañas sin número de incontrolados uniformados o sin uniformar. En esos años, por algo bautizados como los del plomo, tenía su sentido echar gasolina a los discursos, aunque no fuera más que para estar a la altura del tremebundo contexto. Los brazos armados y los brazos hablados tenían que ir a juego. Para nuestra desgracia y nuestra vergüenza, alcanzaron un conjunción que rozó lo perfecto.

Hoy, sin embargo, mientras vamos desprendiéndonos de caspa y telarañas y aun sabiendo que nos queda un trecho largo para dejar de oler a pólvora y sangre, la farfulla incendiaria se sitúa entre el anacronismo y la soplapollez. ¿No han caído en la cuenta los comunicólogos pepepeseros de que hasta los mítines de los que más decibelios gastaban se han vuelto de comunión diaria? Un par de berridos para satisfacer a la parroquia nostálgica y soltar adrenalina, y poco más. El resto, chapa pura y dura, recitado ritual de las chopecientas doce propuestas maravillosas y el cortecito que hay que echarnos de comer a los plumillas.

¿A qué viene, entonces, que los del traje, la corbata y la micción de colonia se pongan como hidras de siete cabezas y vomiten lo más rancio del repertorio? ¿A estas alturas el asustaviejas de los apellidos vascos y castellanos o las caravanas de emigrantes extremeños saliendo por Pancorbo? ¿No tienen nada mejor que ofrecer? Lo triste, sospecho, es que no.

Pensiones (Nivel básico)

A ver, López, Basagoiti y demás bodoques (no es un insulto; vayan al diccionario) del muro de contención contra el secesionismo rampante, pregunta de examen: ¿Cómo funciona el sistema español de pensiones? Calma, que no les pido una explicación al dedillo y con decimales. Basta con lo básico, con lo que sabe hasta el último cotizante… salvo, por lo visto, ustedes. Ya se ve por sus caras y, sobre todo, por las soplagaiteces que van soltando por ahí, que no tienen ni idea. Claro que también puede ser que estén mintiendo como bellacos. No querrán que pensemos eso de ustedes, ¿verdad? Dejémoslo, pues, en ignorancia supina y corrijámosla.

La cosa es más o menos así: Cada mes todos los que tienen la suerte de tener trabajo, ya sea por cuenta ajena o propia, aportan una cantidad equis a la Seguridad Social. Sí, sí, a la española, que de momento no hay otra. Con esa cuota, apoquinada regularmente mientras tengan un contrato en vigor, adquieren el derecho a recibir una paga a partir del momento en que se jubilan. Como sabrán porque leen los periódicos, es el Estado (bueno, ahora atendiendo a los supertacañones de Europa) quien fija la edad mínima —cada vez más tarde— así como el número indispensable de años en el tajo para empezar a cobrar. La cuantía que se percibe depende del periodo cotizado y del tamaño del descuento mensual. Por eso hay quien llega a los 2.500 euros y quien, con suerte, raspa los 500. Anoten que no es la geografía la que marca las desigualdades.

De hecho, y llegamos a lo gordo, la geografía no pinta nada en todo esto. A efectos del sistema de pensiones, España es una y grande. Por algo, su seña de identidad es la caja única. Los pensionistas actuales, vivan en Legorreta o Jaén, pagaron su piquito mensual a España y, en consecuencia, es España quien tiene la obligación de ingresarles su parte mientras vivan. Incluso, fíjense, aunque nos independicemos mañana. ¿Aprendido?

Federalismo tardío

A buenas horas mangas verdes, Alfredo Pérez Rubalcaba descubre el modelo federal como bálsamo de Fierabrás que acabará en un pispás con las irritaciones y los eczemas territoriales que han reverdecido en la sensible piel de toro. Mira tú que entre 1982 y 1996 primero y entre 2004 y 2011 en segunda convocatoria, su partido tuvo tiempo —21 años, que se dice pronto— de llevar por ahí el balón. Pero entonces no hizo ni un amago. Ha esperado a ser una oposición en imparable aguachirlización que compite en descrédito y despiste con el Gobierno para brindar al sol, a ver si se echaba un titular a la boca, que buena falta le hacía.

Cierto, lo consiguió. En esos caracteres de humo que se lleva la brisa informativa sin mayor esfuerzo, pudimos leer la propuesta de reformar la Constitución —ja, ja, ja— para calmar con un azucarillo a los que quieren hacer las maletas. Si es la mitad de lumbrera de lo que dicen, debería ser el primero en comprender lo ridículo, o quizá lo patético, de su tercio a espadas. Puede que hace un par de décadas o incluso menos el tal federalismo hubiera sido un precio razonable. Hoy, sin embargo, la inflación de mala leche y agravios encadenados lo convierte en una broma. Según parece que estamos a punto de ver en el Parlament, la tarifa mínima actual está en derecho a decidir. Un mal paso, otra bofetada gratuita, y nos ponemos en autodeterminación como nada. De ahí a la independencia hay medio Petit Suisse.

Como escribí hace unos días, sigo pensando que no llegaremos a esa pantalla del videojuego tan pronto como algunos celebran por anticipado. Pero no será, precisamente, por el papel que hayan de jugar ni el PSOE ni su sucursal catalana, reducida a convidado de piedra en el momento más decisivo de la historia de su país. Gran ayuda, por cierto, la que envía a sus compañeros el Gunga Din vasco Patxi López presentándose como “dique contra los independentismos”.

Con mano izquierda

Ahora que, previsiblemente, Gemma Zabaleta va a disponer de más tiempo, me permito el atrevimiento de recomendarle un libro. Se titula Con mano izquierda y lo escribió, oh sorpresa, ella misma junto a su compañero de filas e idealismos Denis Itxaso. Palabra que no pretendo ser irónico ni hacer una guasa. A los que vamos por la vida dejando el pensamiento impreso nos ocurre con frecuencia que olvidamos lo que alguna vez salió de nuestra pluma o nuestro teclado. De pronto, un día vuelve a caer en tus manos por cualquier azar o, tal vez siguiendo las leyes del caos ordenado, y te sientes Proust delante de la madalena. Ahí sale, a veces con extrema crueldad, quien fuiste y ya no eres. Puede ser un trago muy duro, pero si vences la tentación de apartar la vista, el premio es recordar de golpe muchos cuándos, varios cómos y, allá al fondo, un porqué. Con cierta probabilidad, tu porqué, ese que se ha ido diluyendo por el paso de los calendarios, las pequeñas claudicaciones que engendran otras cada vez mayores, los sobreentendidos, la obediencia debida, la inercia o el puntito de pereza y apuro que te da ser siempre la nota discordante.

Han pasado diez años desde la publicación de aquellas páginas. Un mundo o un suspiro, según se mire. Eran en su partido los tiempos del post-redondismo más cerril, para colmo, enrabietado por la dolorosa derrota del mayo anterior. Como siempre, Ares era el dueño del botón nuclear. López —mi memoria no falla— también atendía por Patxi-sí-señor. Por sorpresa, una minoría ínfima con Zabaleta a la cabeza dio un paso al frente y presentó su candidatura a la secretaría general con un discurso que entonces sonaba a herejía. Perdió con estrépito ante el aparato, pero no fue en vano del todo. Parte de sus ideas, convenientemente descafeinadas, pasaron a ser bandera de un PSE que empezó a virar el rumbo. De lo que sobrevino después, seguro que se acuerda ella mejor.

Una pensión, no un regalo

Lo dijo hace un mes Patxi López en el Parlamento de Gasteiz y volvió a repetirlo anteayer en una de sus célebres piadas el lenguaraz portavoz del PSE, José Antonio Pastor: las pensiones de los vascos se pagan gracias a la solidaridad española. Se me ocurren pocas formas peores de insultar, además de a la inteligencia en general, a las personas que durante cuarenta o cincuenta años se han hecho migas el espinazo sin dejar de cotizar religiosamente el mordisco mensual a la Seguridad Social. A la española, cuál va a ser si no había ni hay otra.

Se puede comprender que la política, y más cuando huele a urnas inminentes, se deslice un par de grados hacia los andurriales de la demagogia, de las verdades a medias o, apurando, de los exabruptos de fogueo. Sin embargo, hay líneas —no sé si las famosas rojas u otras verdes, azules o amarillas— que jamás se deberían atravesar. Vamos, ni rozar. Mal está una ofensa gratuita al de las siglas rivales que antes o después te acabará atizando también la colleja de rigor. Tampoco es lo más presentable ir por ahí diciendo que has hecho lo que no has hecho o culpando al del cartel de enfrente de todas tus cantadas. No vamos a hacernos los escandalizados por algo que, insisto, estando feo, es moneda común cuando se abre la veda del voto. Lo que no tiene ni un cuarto de pase es cargar el trabuco miserablemente —si les parece fuerte el adverbio, lo silabeo— contra decenas de miles de personas que están percibiendo una parte de lo que se han ganado con su esfuerzo. En no pocos casos, por cierto, una cantidad ridícula en comparación con lo aportado.

Tal vez la futura pensión de López, que no ha cotizado por un trabajo fuera de la política ni un solo día de su vida, y la de Pastor, que sólo lo hizo durante un tiempo muy inferior al mínimo legal, sean una generosa (y suculenta) dádiva. Las del resto son y serán el fruto de mucho sudor. No confundan. No insulten.

Se llama estafa

Gobernar en minoría es una práctica democrática absolutamente legítima. En no pocas ocasiones resulta más higiénica, refrescante y auténtica que el rodillo y tentetieso de la mayoría absoluta o los pactos estables entre repartidores de cromos a los que el programa se la refanfinfla. Si bien es cierto que se puede resentir la gestión pura y dura, la contraparte es que abre la posibilidad a acuerdos a varias bandas y a conjugar el verbo “ceder”, tan poco utilizado por los que suelen olvidar que tienen un mandato representativo y no un cheque blanco para hacer lo que les salga de la entrepierna. No habría, por tanto, nada que oponer a decisión de Felipito Tacatún López de quedarse pegado a la silla con Loctite si no fuera por un detalle decisivo: todo lo anteriormente dicho es válido cuando la minoría que lidera el gobierno es la mayoritaria, es decir, la formación más votada. Es de cajón de madera de pino (de roble, en nuestro caso) y de catón de la política, pero también una norma mínima de juego limpio.

A buen sitio hemos ido a parar con lo último. Ya fue un tocomocho de escándalo marcarse un matrimonio de conveniencia aprovechándose de una ley bananera para cuartear el parlamento. Ha habido que aceptar por pelendengues ese pulpo tramposo como animal de compañía durante un trienio que nos ha llevado de mal en peor. Y cuando por fin hace crack la dupla de demolición, nos tenemos que tragar el birlibirloque definitivo, lo literalmente nunca visto: se queda gobernando en solitario el segundo partido, que para más recochineo, según las cuentas actualizadas, ahora sería el tercero o el cuarto. ¿Una broma de mal gusto? Bastante peor que eso: se llama estafa.

Lo es por cómo se ha producido pero también por su finalidad nada disimulada. Se trata de algo tan pedestre como garantizar mientras se pueda las centenares de (generosas) nóminas de los legionarios del cambiazo. Cada día cuenta.

Tres años de humillación

Es el precio de un plato de lentejas, una makila y un puñado de puestos bien remunerados para la colegada. Quien te lo paga adquiere el derecho de arrastrarte por el barro, soltarte unos fustazos y, si se tercia, escupirte en un ojo, en el otro, o en los dos. Y para que la humillación sea completa, ni te dejan el mínimo alivio de ser tú quien anuncie la ruptura. Un día, mientras tú celebras la victoria de un pariente lejano como si fuera propia, el que te ha chuleado a modo durante tres años vuelve a jugártela regalando la exclusiva. En la víspera del tercer aniversario, qué ingratitud infinita. Podría ser una canción de Chavela Vargas, pero ni eso. Apenas llega a un karaoke de los Chichos: te vas, me dejas y me abandonas, mal fin tenga tu mala persona.

No será porque no se veía venir. Desde el mismo instante en que se firmaron las capitulaciones (para el PSE, en sentido literal) matrimoniales, quedó claro que la gaviota iba a jugar a gavilán en la relación. Fue tan hábil, que ni siquiera quiso mancharse las patas entrando al Gobierno. ¿Para qué, si desde fuera iba a mandar más y mejor? Repásese la magra media docena de decisiones de esta raquítica semilegislatura, y se comprobará que todas derivan del credo del PP. Las que tienen que ver con lo identitario, como la liofilización de EITB, pero también, ojo al parche, las otras, las de tajazo al bienestar que cada martes anunciaba la portavoz Mendia sin saber dónde meterse porque no iban ni en su programa ni en su ADN.

¿Y ahora qué? Pues tiene toda la pinta de que nos aguardan unos cuantos meses de sartenazos entre los viejos amantes, que en realidad nunca llegaron a serlo. “Kramer contra Kramer” va a parecer una comedia en comparación con el divorcio socio-popular. Resultaría divertido asistir al espectáculo, si no fuera porque este país ha perdido ya un trienio completo, seguramente el más delicado de nuestra historia reciente.