Sánchez gusta… al PP

Como el training para liderés de Pedro Sánchez ha sido a uña de caballo, se ve que ninguno de sus adiestradores ha tenido tiempo de explicarle una de las reglas básicas de la política, que lo es también de la vida en general: si en lugar de acordarse de toda tu parentela, tu oponente se pone tierno contigo, la has jodido. Y que él, que al fin al cabo es un neófito con un ego de aquí a Lima, no se de cuenta, pase, pero que tampoco se percaten sus muñidores, con la escuela parda que se les supone, es de récord Guiness de la panfilez. O eso, o es que lo del oro venezolano es verdad y los tipos son submarinos a sueldo de Podemos, formación que debe de estar improvisando a todo trapo refugios de mecanotubo para acoger a los penúltimos votantes —todavía unos centenares de miles— del partido que fundó el Pablo Iglesias original.

¿Es que a alguien con dos guardias hechas en el aparato le parece medio normal la cálida, por no decir tórrida, acogida en la acera de enfrente? Ya hubiera querido Mariano, cuando fue investido capitán de las huestes gaviotiles, haber recibido de los suyos la mitad de los parabienes natillosos que se le están dispensando al heredero de Pérez Rubalcaba. Sin el menor disimulo, lo elogian por ser garantía de estabilidad, freno del aventurerismo y la radicalidad, y, entre otras muchas cualidades de orden, aliado de confianza para las grandes cuestiones de estado, o sea, de Estado, con la mayúscula inicial bien marcada. Ante tanto y tan prieto abrazo de oso de los que deberían estar soltando espumarajos, cabría deducir que el proceso interno del PSOE lo ha ganado de calle el PP.

Lo que piensa Madina

Pagaría real y medio por los pensamientos de Eduardo Madina. No por las palabras que le toca pronunciar como buen perdedor y mejor sabedor de que la vida da muchas vueltas y no conviene ponerse a mal con los nuevos amos. Esas declaraciones, previsibles y necesariamente medidas, me interesan lo justo. Yo lo que quiero conocer es lo que de verdad le bulle por dentro tras la inmensa humillación pública a que ha sido sometido por tantos y tantos de los que le pasaban la mano por el lomo. ¿Quién necesita enemigos con esos amigos que le meten a uno en canción para, acto seguido, desviar sus afectos a un parvenú con caídita de ojos del que hace mes y medio nadie tenía noticia? De gran esperanza blanca a derrotado sin paliativos por un clon madrileño del muñeco Ken. Y sin aparato al que culpar, porque la hostia monumental ha sido construida voto a voto por la militancia soberana.

Soberana, y según en qué agrupaciones, casi sádica. Si el vapuleo en Andalucía ha sido para nota, la morrocotuda paliza en Gipuzkoa da para una tesina, no se sabe si de Ciencias Políticas o de Psicología Básica. Quizá de ambas disciplinas; no es fácil precisar si esos números atienden a alguna rebuscada clave interna, a la pura y simple antipatía personal que solo se manifestaba sotto voce, o a la tormenta perfecta provocada por la mezcla de lo uno y lo otro.

Anoto, con todo, que la cura de humildad no ha sido solo para el directamente implicado. También los pronosticadores acelerados tenemos algo que aprender de esta reedición de la fábula de la liebre y la tortuga. En política no siempre ocurre lo que parece más probable.

PSOE, suicidio transparente

Habrá que empezar reconociéndole al PSOE que de lo suyo gasta. Es muy libre de desangrarse ritualmente en público y, por supuesto, de presumir del ejercicio de transparencia y democracia interna que supone la apertura en canal con luz y taquígrafos. Al César lo que es del César: hasta la fecha no habíamos asistido al harakiri de una formación política a razón de un militante, una cuchillada, digo un voto. Ni la autolisis de la UCD ni las mil y una refriegas cainitas que demediaron sucesivamente el PCE y sus coaliciones supervivientes han atendido a tan elevado principio. No mentirá un epitafio que diga: “Nos fuimos al carajo por nuestro propio pie”. Si nos ponemos líricos, sería una hermosa forma de morir. El peligro de tan encomiable gesto es, paradójicamente, fallar con el estoque y, en lugar de un cadáver lustroso a la par que heroico, dejar un organismo malherido que se arrastre por las contiendas electorales inspirando compasión.

Añado, para no contradecir lo que escribí hace unos días, que siempre cabe aguardar el milagro de último segundo que tantas veces se ha dado en los 135 años de historia de un partido que, además de la del puño, ha llevado otra flor en el tafanario o, dicho en menos fino, en el culo. A la espera del desenlace, quienes no llevamos ni arte ni parte en la cuita pondremos a prueba desde la barrera nuestra capacidad de asombro. Hasta este instante hemos visto cómo un candidato totalmente desconocido hace un mes —Pedro Sánchez— casi duplica en avales (y le gana en su casa) a otro —Madina— que sale todos los días en la tele. Y tiene mucha pinta de ser solamente el principio.

PSOE, nada está escrito

Quizá se estén imprimiendo las esquelas del PSOE con demasiada premura. Lo anoto siendo uno de los que al ver la orina del enfermo no da un duro por su recuperación. En efecto, todo parece apuntar al fatal desenlace o, en el mejor de los casos, a quedar reducido al mismo estado vegetativo de su primo griego, el PASOK, que gobernaba hace dos años y hoy boquea patéticamente como quinta o sexta fuerza en el erial heleno. Si añadimos la querencia demostrada por el tiro en el pie, el cainismo inveterado, la irrupción de la supernova zurda que amenaza parte de su cuota de mercado y este contexto cabrón que le obliga a seguir pagando los plazos de la hipoteca borbónica que firmó hace cuatro décadas, se concluiría que no hay escapatoria. El destino que aguardaría a Madina o Sánchez sería apagar la luz y echar la persiana.

Ocurre, de un lado, que en política lo más previsible rara vez se cumple, y de otro, que el partido que fundó Pablo Iglesias Possé el 2 de mayo de 1879 tiene una larguísima colección de resurrecciones milagrosas. Diría, incluso, que como la de algunas otras siglas centenarias, su esencia ha sido el filo de la navaja. Ni siquiera hay que remontarse a los tiempos en que prietistas y largocaballeristas se hostiaban a modo en las Casas del Pueblo ni a los días en que el imberbe Carrillo y otros más talluditos la liaron parda. De apenas anteayer es el todo o nada de Suresnes, la espantá con posterior vuelta in extremis de Felipe en el XXVIII Congreso o, la muerte aplazada más reciente, la elección de un sobrero sin pedrigrí —Zapatero— que acabó pisando Moncloa cuatro años después. Nada está escrito.

Por lo menos, disimulen

Como hemos vuelto al pasado mitológico y todo quisque anda citando a los padres fundadores de la transacción, digo de la transición, me sumo con una anécdota cuya moraleja o lectura actualizada vendrá más adelante.

Cuando Adolfo Suárez, después de mil culebreos y birlibirloques, encontró la fórmula para legalizar el PCE y ya tenía día y hora para anunciarlo —aquel sábado santo de 1977—, puso sobre aviso a Santiago Carrillo a través de su mensajero habitual, José Mario Armero. Se trataba de transmitirle al viejo zorro que le tocaba cumplir su parte del acuerdo, es decir, aceptar pública y solemnemente la bandera rojigualda y la monarquía. También se le pedía que tuviera quietecitos a sus camaradas y que no salieran a la calle a celebrarlo. Pero había un añadido muy importante en el recado: “Dile que no se le ocurra agradecérmelo y, mucho menos, elogiarme; si es posible, que me ponga a caldo”. Hay varias versiones del mensaje, pero todas van por el mismo lado: había que evitar como fuera que se viera la componenda, y la mejor forma de hacerlo era seguir intercambiando exabruptos.

Ya que estos días se están remedando apaños como aquellos, sería bueno (para ellos, claro) que los protagonistas tuvieran, siquiera, la malicia de disimular como hicieron Suárez y Carrillo. Sin embargo, nos encontramos con que el PP oficial y el oficioso se deshacen en jabón hacia el PSOE y, particularmente, hacia su líder crepuscular, al que se glosa como el recopón de la generosidad y el sentido de Estado. Cada una de esas loas es un clavo en el ataúd del partido otrora socialista, un abrazo del oso mortal de necesidad.

Borbón y cuenta vieja

No me apresuraría yo a buscarle mote al futuro Felipe VI. A su padre, hoy abdicante por sorpresa o similar, le bautizaron Juan Carlos el breve, y se ha pegado casi cuarenta años literalmente a cuerpo de rey. Para más recochineo, digan lo que digan los cándidos festejadores de no se sabe muy bien qué, se pira porque la biología no le da más de sí, y que le quiten lo bailado, lo bebido y lo matado en las llanuras de Doñana y Bostsuana. Este triunfo es, perdonen que la coja llorona, otra derrota, no muy diferente de la que supuso ver al bajito de Ferrol diñarla en la cama. Así se escribe la historieta de este reino al que a unos cuantos no nos apetece nada pertenecer.

Y así se seguirá escribiendo, me temo después de comprobar cómo la gran coalición que tanto negó la fracasada Valenciano se conformó ayer a efectos laudatorios del monarca en cese por derribo. Fue cosa de ver y escuchar al interino Pérez Rubalcaba hacerse jabones olorosos del Borbón. Por suerte, no les pilló en campaña, porque el peloteo bochornoso habría acabado por disuadir a los cuatro o cinco votantes que le quedan al PSOE. Con todo, el elogio excesivo es solo el síntoma. La enfermedad reside en la voluntad de ir a piñón con el PP en el toqueteo legal que la nueva situación requiera. Como con el techo de deuda, los partidos turnistas van otra vez de la manita a darle un zurcido a la Constitución para que la corona ajuste conforme a derecho (a su derecho) en la testa del heredero de quien, a su vez, la recibió del caudillo y generalísimo de las Españas. Con cuánta razón proclamó el jodido que lo dejaba todo atado y bien atado.

¡Oh, Susana!

No es solo el PSOE sino la política oficial hispanistaní al completo la que canta la Traviata cuando nombra gran esperanza blanca a una individua que con dificultad ganaría un quesito en el Trivial… y únicamente si su rival fuera Elena Valenciano. Miren que no soy fan del otro nuevo fenómeno ibérico, pero en un pelo de la coleta de Pablemos hay más fundamento que en cuatro horas de parrapla de la tal Susana Díaz, ante la que se inclinan torres altísimas de su atribulado partido. Se siente uno como el niño del cuento del traje del emperador contemplando tanta lisonja babosa hacia una inanidad intelectual cuyo meritoriaje ha consistido en dejar cabezas de caballo sobre la almohada de los conmilitones caídos en desgracia. Es cierto, sí, que en ese ministerio de correveidile aparatero ha demostrado una gran pericia y una frialdad en el laminado de rivales de ya quisieran algunos sicarios del Cártel de Medellín; entre sus víctimas, varias personas que le habían echado un capote. Pero sáquenle cualquier asunto de enjundia de la actualidad y verán cómo naufraga entre topicazos y salidas por la tangente.

Es imposible que no lo sepan la inmensa mayoría de quienes ahora le bailan el agua y le acercan el espinazo mendigándole la bendición. ¿Que eso es por sus fantásticos resultados en las elecciones del domingo? Otro embeleco. El PSOE perdió trescientos y pico mil votos en Andalucía y bajó trece puntos largos, uno más que el PSE del semidimitido Patxi López. Con tal aval y sin haberse medido jamás en unas urnas, Susana Díaz es la llamada a refundar una formación de 135 años. Pues qué triste, oigan