La toalla de Patxi

Los titulares hacen bis con cambio de nombre. En menos de 24 horas, donde ponía Alfredo puso Roberto, y un periquete después, Patxi. Pero cuidado con los tiempos verbales. El no muy original “López tira la tolla” debería ser “López tirará la toalla”. Lo anoto porque de aquí a septiembre queda un rato largo y pueden pasar muchas cosas —entre otras, el congreso de la nave nodriza—, pero también porque guardo en la memoria ciertas promesas del protagonista que no se cumplieron. ¿O ustedes no se acuerdan de aquel compromiso solemne de no pactar con el PP que fue roto unas semanas después de haberse formulado? [El coro de voces replica: “¡Como para olvidarse…!”]

Y si van más allá en el calendario, se encontrarán al mismo personaje, nombrado entonces como “el hijo de Lalo”, ebrio de felicidad (por ahí debe de andar el audio), proclamando en un mitin de las autonómicas de 2001 su adhesión inquebrantable a su líder, Redondo Terreros, todavía con el traje arrugado del abrazo de tornillo con Mayor Oreja en el Kursaal. Fue cosa de meses que lo apuñalara como Bruto a Julio César y se quedara con su puesto, tras birlar también un puñado de ideas vasquistas a Odón y Gemma. En efecto, la mano que mecía la cuna era la de un tal Rodolfo, mientras el de las cosas de Jesús observaba entre las sombras.

Si será curiosa la política, que de aquella turbia maniobra surgió el mejor PSE que se haya visto. Se arrancó la caspa terrerista, subió a Loiola, pisó el banquillo por jugársela por la paz y dio la sensación de alternativa firme y creíble. Fue apenas ayer. Quizá la cacareada renovación esté en una moviola.

Alborotar el cementerio

Era previsible que sería así y hasta comprendo los motivos, pero me resulta un tanto infantil que PNV y EH Bildu anden declarándose vencedores de las elecciones europeas según veamos la estampa a siete, a cuatro o a tres territorios. Aparte de que en cualquiera de los casos, la distancia es de un puñado de votos, espero que tengamos la suficiente madurez política para entender que estos comicios no son los más adecuados para meterse a la medición de hegemonías. Basta comparar los resultados de una y otra formación con los que cosecharon en las últimas autonómicas, municipales o forales para ver que no salen las cuentas. A ambas se les han quedado unas miles de papeletas en casa, muchísimas menos —eso también es cierto— que a PSE y PP, cuyo batacazo no admite ni medio matiz.

Por ahí justamente empezaría mi lectura en positivo de lo que ocurrió el domingo. Además del mordisco en la ingle al bipartidismo en el conjunto del Estado, en nuestro trocito del mapa, siempre con mayor biodiversidad, las urnas les han sido favorables a las fuerzas que apuestan por el derecho a decidir. Pero como eso puede sonar un tanto abstracto, personalizaré: en ese mastodonte amodorrado que es el Parlamento europeo habrá de saque dos escaños cuyos ocupantes no van con espíritu de balneario. Izaskun Bilbao lo ha demostrado en los cinco años precedentes y no tengo la menor duda de que Josu Juaristi actuará con similar brío y entrega. Me alegra intuir que no serán los únicos. Entre un puñado de los recién electos de otras siglas se perciben unas sanísimas ganas de alborotar el cementerio de elefantes. Buena falta hace.

Gran coalición

A los expresidentes —pregúntenle a Iñaki Anasagasti— les llaman jarrones chinos, aunque en la mayor parte de los casos no pasan de pongos, es decir, esos regalos o herencias que uno no se atreve a tirar a la basura pero tampoco a colocar en un lugar visible por vergüenza. Si bien la ocultación se puede hacer con los objetos inanimados, que no protestan al ser exiliados en el quinto cajón de la cómoda, resulta casi imposible practicarla con humanos de natural enredador y ego con elefantiasis como algunos de los que un día estuvieron en lo más alto del escalafón. A la larga, se aburren de sestear en los consejos de administración en que se forran sin dar golpe y van sonámbulos hacia los focos a ejercer de sabios de la tribu y, de propina, a dar mala vida a sus sucesores, que no saben dónde meterse.

Volvió a hacerlo el domingo Felipe González, cuando se dejó mesar las canas que desde hace mucho no tiene que fingir en una de esas entrevistas con preguntas de fogueo. En plena campaña electoral y con su partido haciendo filigranas para aparentar que con el PP no iría ni a cobrar una bonoloto, dejó caer la idea de lo buena que podría ser una gran coalición a la española. Apostilló que solo “en caso de necesidad”, pero de sus respuestas previas y posteriores se deducía que eso significaba hoy mejor que mañana. Palabra del recientemente comparado por la candidata socialista con Jesucristo y el Che.

Anda ahora el PSOE en pleno desmintiendo y matizando a todo trapo. Desde la acera de enfrente, a mi me da por pensar que no estaría tan mal esa gran coalición. Las cosas estarían (todavía) más claras.

No solo Catalunya

El portazo del martes en el Congreso español no fue solamente a las aspiraciones de la mayoría social y política catalana o, por analogía, de la vasca. Serían muy estrechas las miras si la única conclusión que sacáramos se limitara a lo evidente, es decir, al rechazo por aplastante mayoría de la demanda de un territorio para decidir su futuro. Basta atender a los discursos —en forma y fondo— y a las reacciones para comprender que la cuestión que se dilucidó les atañía por igual a ciudadanos de Vic, Arrasate, Mondoñedo, Chiclana, Paterna o del mismo Madrid, esos a los que con tanta ligereza calzamos la consabida e injusta metonimia.

Una pista de por dónde voy: al terminar la buenrollista intervención de Pérez Rubalcaba, una parte no pequeña de la bancada del PP aplaudió, siquiera, por lo bajini y como al despiste. Fenómeno no habitual pero del todo lógico, puesto que sacarina arriba o abajo, el [todavía] líder del PSOE había venido a decir casi lo mismo que Mariano Rajoy, o sea, que como dueños que son del balón y de la asfixiante mayoría que suman (en proporción de 6 a 1), son ellos los que ponen las reglas. Las del bipartidismo a machamartillo, naturalmente, que implican que en cualquier cuestión que consideren esencial prevalecerá el pacto de hierro. Eso reza para lo territorial e identitario, pero también para el modelo económico y el de Estado en toda la extensión de la palabra, que es una enormidad.

Como piedra angular y non plus ultra, la Constitución, que invitan cínicamente a reformar, en la seguridad de que solo ellos, el bifronte, pueden hacerlo, como en agosto de 2011, a voluntad.

Deshojando la rosa

Tuiteé con cierta ligereza el pasado sábado que parecía que esta vez el PSN no se iba a arrugar. Más tarde, leyendo ese comunicado de 636 palabras y no menos de tres patadas en la espinilla de la gramática castellana, regresé a mi escepticismo inicial. O quizá me instalé en un grado superior del cabreo. Ya de niño me jodía que el balón fuera del tonto de la clase y que —por una paz una avemaría— hubiera que jugar con sus caprichosas y estúpidas reglas sin rechistar. Me asombra en ese sentido la paciencia franciscana, por no decir la pachorra indolente, con que el resto de las formaciones que quieren descabalgar a Barcina se están tomando las interminables tribulaciones de Roberto de Pitillas y su cofradía de mareadores de perdices. Hasta Bildu parece que acepta de buen grado su papel de apestado oficial y se presta sin mayores aspavientos al ninguneo sobreactuado, seguramente calculando que tragar ricino ahora tendrá como recompensa encabezar la mayoría alternativa el 25 de mayo a las diez de la noche.

Se entiende que haya que extremar la prudencia cuando se roza con la yema de los dedos el momento largamente soñado de derribar el infausto gobierno de la Doña, pero sorprende y encorajina la infinita comprensión hacia la indecisión de la dirección socialista. Como después de tanta espera marzo se convierta en marzazo, no va a haber abasto suficiente de lágrimas negras de Cortes a Urdazubi. Y la cosa es que la amarga llantina sería más que merecida por haberse dejado llevar al huerto una vez más por ese calientabraguetas políticas que ha demostrado ser el PSN. ¡Leñe, que es para hoy!

Recado de Ferraz

Los meses del calendario navarro se nombran en aumentativo. Febrerazo, marzazo, abrilazo, mayazo… Incluso después de unas hipotéticas elecciones, y especialmente si la Señora no encabezara las listas de UPN, no sería pequeño el riesgo de que se cumpliera la regla onomástica. O lo que es lo mismo, el de repetir el capítulo de la historia reciente que tantos tenemos grabado a fuego, cuando aquel furriel apellidado Blanco mandó parar el cambio de régimen. Lo grave no fue que el motejado Pepiño dictara esa orden, sino que sus subalternos locales, gentes de docilidad borreguil que no distinguirían la dignidad de una onza de chocolate, la obedecieran como si hubiera sido de cosecha propia. Y de entonces acá, el PSN no ha perdido una sola oportunidad de abundar en la fechoría, aun sabiendo que estaba acumulando boletos para el desastre. Tan de mal en peor, que si la primera desautorización la perpetró un mindundi de la política como el visitador de primos y amigos en gasolineras, esta la ha cacareado la versión más conseguida de Belén Esteban que mora en Ferraz. Que no es que Jiménez sea un Willy Brandt, pero uno imagina pocas humillaciones tan bochornosas como que te venga a enmendar la plana Elena Valenciano, oh, oh.

Triste sino el de Roberto de Pitillas, condenado a ser eterno calzonazos, ora lamiendo los zapatos de Doña Barcina, ora poniendo el lomo para que se lo caliente a fustazos una inane dominatrix como la susodicha. “El PSOE en Navarra soy yo”, se le escuchó proclamar ayer, en plan rey sol de la foralidad. Tardía y escasamente creíble sublevación a la vista de su hoja de servicio a Madrid.

Valenciano, oh, oh

Tiembla, Europa de los mercaderes y los recortadores: allá por mayo florido y hermoso, las urnas subpirenaicas se llenarán de votos cual pétalos de alhelí conteniendo el nombre de quien te ha de doblegar de una vez por todas. ¡Loor y gloria a María Elena Valenciano y Martínez-Orozco, Bolívar de los Madriles, Cheguevara de Ferraz, Pasionaria de Cibeles, que en un gesto de abnegación sin precedentes abandona su condición de musgo que dormita en el árbol moribundo —léase Pérez Rubalnada— para liderar la rebelión contra los fenicios desde lo más alto de la lista del PSOE! Tremendos lagrimones nos brotaron al oír de sus heroicos labios el anuncio de su partida a la lid: “Esta vez va en serio. Esta vez se trata de cambiar la mayoría en la Unión Europea. Y por eso el Partido Socialista ha decidido poner a su cabeza a su segunda en la dirección a nivel nacional. Es un gesto que quiere mostrar la importancia que le damos a estas elecciones”.

Aquí es donde se me acaba el sarcasmo. O sea, que esos comicios son tan transcendentales, que se afrontan empaquetando a Bruselas, Estrasburgo y Luxemburgo a una de las mayores nulidades políticas que han conocido los tiempos, y miren que es difícil establecer ese ranking. ¿Alguien es capaz de citar tan solo medio logro, que no sea puertas adentro, de esta escaladora de organigramas de oceánica incultura general? ¿Con quién ha empatado en casi treinta años de zascandileo por el aparato y colocaciones cojonudamente remuneradas, incluyendo casi un decenio pasando desapercibida en el mismo europarlamento que ahora dice que va a revolucionar? Un respeto a los votantes.