Primarias

Minipunto para el PSOE: ha conseguido que (casi) todo quisque se ponga a hablar sobre primarias. Solo en la mañana del día en que redacto estas líneas, me habré echado a las pupilas media docena de columnas y editoriales sobre la cuestión, incluyendo el de uno de los periódicos del grupo que da pábulo a mis desvaríos. No niego que he aprendido un huevo y pico zigzagueando entre pros, contras, considerandos y portantoencuantos, aunque a la larga, mi escepticismo de partida respecto a la fórmula no haya variado un ápice. Sigue pareciéndome un fenómeno interesante y, desde luego, como cuentacosas y opinatero, agradezco los minutos y los centímetros cuadrados de fácil relleno que nos va a brindar, pero no paso de ahí.

Quiero decir que empezaré a creerme lo de las primarias —abiertas, cerradas o semientornadas— cuando asista a un sorpresón monumental en la Condomina. Y no me vale que gane un Borrell por exceso de confianza del aparato para que tras cuatro días de inmisericorde fuego amigo tenga que agachar la cerviz, devolver el trigo a su dueño y copiar quinientas veces que no reincidirá en el oprobioso comportamiento de derrotar al candidato oficial. Para asistir a ese desenlace, resulta más honrado el dedazo de la Ejecutiva, disimulado con la estampa de un rebaño de delegados levantando la cartulina pertinente.

Por lo demás, y si bien no soy nada partidario de los bloques monolíticos, me escama un rato que las diferentes sensibilidades tengan que estar necesariamente encarnadas en una persona. ¿Cómo distinguir el fulanismo de la legítima defensa de unas determinadas ideas? No es fácil, máxime, conociendo a algún preaspirante capaz de sostener lo que sea con tal de que le dejen encabezar el cartel.

Claro que también hay algo que invalida lo recién expuesto: cada partido es libre de organizarse como le parezca apropiado. De lo suyo gastan. Bueno, esto último tal vez no sea exactamente así.

La (pen)última de Garzón

No será porque no se les advirtió, con especial fogosidad desde este trocito del mapa donde aún padecemos las consecuencias de las acciones del siniestro personaje. Pero ni caso. Entre la natural benevolencia —madre de tantos desastres— de los que levitan más que pisan por la izquierda-izquierda y sus dedos hechos huéspedes al barruntar que por una vez en la vida sumaban en lugar de restar, acogieron en su seno con inusitado alborozo al ya ex-juez campeador. Menudos caretos, el domingo, al desayunarse en el periódico que fue de cabecera y ahora solo de referencia a regañadientes con el titular que anunciaba la defección: “[Baltasar] Garzón y exdirigentes de IU se ofrecen al PSOE para derrotar a la derecha”. Como en los malos vodeviles, los últimos en enterarse de que llevaban cornamenta. En labores de celestinaje, el trasgo Gaspar Llamazares, que se apresuró a desmarcarse… igual que hizo cuando participó activamente en la demediación del antiguo quinto espacio vasco; Judas, un aprendiz.

Una vez más, la penitencia venía adosada al pecado, que en este caso fue de candidez, pero también un tanto de soberbia. Algunos se creyeron capaces de domesticar al escorpión que tenía acreditado haber picado a cuantos le habían agasajado con pasta, premios y sonrisas. Pensaban en serio que el tipo que salió rebotado de cada pesebre en el que abrevó se quedaría a vivir para los restos allá donde estaban dispuestos a darle calor de hogar y una cabeza de lista en las europeas, si se terciaba. Pues toma desengaño cruel y canalla. A la primera de cambio, la criatura de pelo cano se vuelve a una de las madrigueras que ya dejó manga por hombro y donde ahora —cómo de grande será la necesidad del PSOE— lo reciben cual hijo pródigo.

La parte positiva de esta triste y previsible historia es que, inmediatamente después del sofocón, se abrirá paso el alivio por haberse quitado de encima a semejante individuo.

Fundación X

Egos que se expanden más allá del infinito. Felipe González ha creado una fundación para el estudio de su figura que lleva su nombre y, faltaría más, que preside él en su mismidad. Yo, mi, me, conmigo; a ver quién supera ese ejercicio de onanismo autoinspirado. En la próxima edición del diccionario, la RAE tendrá que actualizar el significado de la palabra vanidad.

¿Y por qué no ha esperado, como todos, a palmar para que le montasen el chiringuito laudatorio? Quizá porque no se fiaba de que, una vez certificado el hecho biológico, hubiera entre los suyos media docena de tiralevitas dispuestos a abrillantarle la posteridad. Mal cálculo, si ha sido por eso, pues aunque es verdad que la legión de felipistas ha mermado mucho, todavía quedan por ahí un buen puñado de recalcitrantes que se hubieran entregado a la tarea, eso sí, post-mortem, que es como se hacen estas cosas para que no canten tanto.

Ocurre que a Felipe le urge vindicarse y hasta reivindicarse antes de pasar a la condición de fiambre. Ha perdido mucha comba en la carrera de la popularidad de los expresidentes españoles desde que se puso el contador a cero. Mientras se hacía requetemultimillonario, ha sido rebasado por el espectro del pan sin sal Calvo Sotelo y, desde luego, por el semiespectro de Suárez, campéon indiscutible de la competición. Incluso Zapatero, contando nubes y concediendo bostezantes entrevistas, le pisa ya los talones. Solo la chabacanería contumaz de Aznar lo libra —y por muy poco— de ser considerado el tipejo más despreciable que ha habitado Moncloa en los últimos 35 años.

Es cierto que la memoria es frágil y fácilmente moldeable, pero por mucho que se emplee a fondo en el lavado de su pasado, a González le va a costar dos congos que dejemos de verlo, entre otras cosas, como lo que no escribo porque no es necesario. Por algo en Twitter a su invento lo llaman ya, entre la chanza y la denuncia, Fundación X.

GAL, 30 años

¿Revisión crítica del pasado? Venga, va. A ver quién es el primero que da un paso al frente para confesar que tales días como estos de hace treinta años conoció por un chauchau del enterado de turno de la agrupación local que a Lasa y Zabala les estaban apretando las clavijas en el palacio de La Cumbre de Donostia. O que también supo por otro susurro que la cosa se les había ido de las manos a los carniceros y que el todopoderoso Rodríguez Galindo, con el visto bueno de muy arriba, había dado la orden de echar unos sacos de cal viva sobre el asunto. Y que ni una ni otra noticia le provocó la menor inquietud. Dos menos, ojo por ojo. Querían guerra, pues la van a tener. ¿Sucia? Bueno, la suya tampoco es que sea muy limpia.

Valdría la misma secuencia, unos meses después, para el secuestro de Segundo Marey, la primera acción reivindicada y sellada con el anagrama de la serpiente con la cabeza cortada por el hacha. Ni siquiera la certeza desde primera hora de que se estaba reteniendo a un pobre desgraciado sin ninguna relación con ETA hizo que nadie mostrara la menor incomodidad. Al contrario, alguien con corazón de hierro decretó que de tanto en tanto no estaría mal que cayera alguna víctima colateral, porque eso haría que la población de Iparralde presionara al gobierno francés para acabar con el supuesto santuario. La chapucería de los pistoleros a sueldazo del fondo de reptiles se convertía en estrategia. Los que estaban en el secreto, que eran decenas, si no cientos, callaron… o directamente justificaron.

27 cadáveres y 40 heridos en cuatro años, ahí queda la marca de los GAL. Como un mal menor, como algo que no hubo más remedio que hacer, como una anécdota en comparación con los números de enfrente. Tres decenios después, y con no pocos testigos y protagonistas todavía en primera línea política u otros que se han trepado hasta ella, también como un asunto que no se debe remover.

Blanco y en botella

Lo que llamamos justicia —lo pongo con minúscula inicial, como hacía Blas de Otero con españa— es una lotería amañada que permite que se vayan de rositas notables mangantes que llevan los boletos convenientes y tienen los padrinos adecuados. Siendo eso jodido en sí mismo, lo peor es asistir al paseíllo victimista y ofendido de los que se han librado por el birlibirloque de las togas y por ese derecho que debería recibir el nombre de torcido. Por si fuera poco sapo el de ver a un malhechor de libro con el certificado oficial de persona decente, tenemos que tragarnos como aliño sus lloriqueos, sus reproches y su impúdica autocompasión.

Incluso después de ser emplumado por una torpeza con los impuestos, Al Capone tuvo los santos huevos de plañir que se le perseguía injustamente como autor de asesinatos y extorsiones sin cuento que, aconteciendo a la vista de todo quisque, a la hora de la prueba se daban de morros con tribunales que no sabían o no querían encontrar el evidente hilo que conducía hasta él. Quítenle sangre y plomo, y encontrarán que el célebre gángster de Chicago tiene una cofradía de émulos cercanos en el tiempo y en el espacio. El de incorporación más reciente, José Blanco, nociva nulidad política e intelectual con carné del PSOE, que desde el jueves pasado se recorre los platós a lo Belén Esteban vindicándose como damnificado de no sé qué infundios, insidias y bulos malintencionados.

A modo de prueba de integridad irrefutable, el individuo exhibe ufanamente la decisión del Tribunal Supremo —lagarto, lagarto— de archivar su causa. Lo que se calla, y con él sus valedores, es que en ese mismo texto se explicita que perpetró sin lugar a dudas todos los hechos que se le atribuyen, incluyendo la mediación chungalí para favorecer a su entorno. El matiz es que, siendo así, sus señorías, con un par, dicen que esos triles no son delito. Una muy peculiar forma de ser inocente.

Mociones rubalcávidas

La ayuda más valiosa que ha recibido Rajoy en medio de la tormenta barcenosa no es la de esa prensa succionadora con la que amaña preguntas y que le saca bajo palio en las portadas. Tales sostenes van de serie en la cadena de favores y se facturan de acuerdo a la tarifa vigente en la entidad diestra de socorros mutuos. El verdadero cable de salvación que le ha llegado al atribulado pontevedrés en esta hora de congojas y aflicciones es el que le ha lanzado —gratis et amore, hay que joderse— su presunto antagonista y animal político a punto de taxidermia, Alfredo Pérez Rubalcaba. Una señora moción de censura de toma pan y moja, que en el enunciado inicial puede sonar a putada, pero que en su traslación práctica supone la oportunidad de emerger de las cenizas, voltear la tortilla y, de propina, dejarle la badana al rojo vivo al generoso de Solares.

Ni los más viejos del lugar recuerdan una cantada así. Tienes al rival contra las cuerdas y en lugar de seguir castigándole el hígado hasta que lo eche a pedazos por la boca, le regalas un bidón de árnica y le sacas brillo al trozo de ring donde te dejará hecho fosfatina. ¿O es que no se acuerda el menguante líder (ejem) socialista de la tunda que se llevó en el último debate del estado de la nación? También entonces Mariano comparecía en condición de semicadáver y salió de la lid, sino como gigante, sí como el menos malo de los contendientes. Pues en una moción de censura, el ridículo puede ser mayor. Primero, porque gracias a su rodillo King Size, el PP la puede ganar sin bajarse del autobús y, poniéndose muy chulo, sin que el presidente cuestionado haga acto de presencia. Y segundo, porque el resto de los grupos de la oposición no le van a apoyar como alternativa ni hartos de gintonics subvencionados del tasco del Congreso. Suerte, si algunos de los de su bancada que empiezan a estar hartos de tanto desbarre mantienen la disciplina de voto.

Sector naval

Pertenezco a la generación y al entorno que asistieron a la primera muerte inducida del sector naval. También hubo por medio alguien que se decía socialista, pero no fue en la Europa que aún era plegaría, suspiro y anhelo donde se dictó sentencia, sino en Madrid. Por sus pelendengues, un gobierno que reunía una ralea de futuros imputados de tropelías económicas y matariles varios decidió soltar lastre industrial sin mirar lo que era viable o lo que dejaba de serlo. O mirándolo y actuando a sabiendas, que así las gastaban en aquellos días de plan ZEN y tentetieso.

Si alguien ha documentado la verdad, permanece sepultada por la parte épica de la historia, la única que nos han contado medio bien. Los microbuses azules en llamas, los currelas cubriéndose el rostro con un pañuelo y disparando la más variada metralla contra unos policías que respondían en proporción de cuarenta por uno, las manchas de sangre que tardarían años en desaparecer del asfalto… De la intifada a escala en el puente de Deusto quedan abundantes registros gráficos y de tanto en tanto nos los sacan en esos programas donde la rabia se domestica en nostalgia. Poco se explica, sin embargo, sobre por qué, vistiendo el mismo buzo, unos trabajadores se prejubilaron a millón y otros rasparon un puto paro que hoy es una pensión miserable para ellos o sus viudas.

Nos birlaron datos y sospecho que treinta años después, en el nuevo tantarantán a los astilleros, ahora sí despachado en la bruja piruja Europa, siguen ocultándonos información. Lo siento, pero no me trago que por 2.000 millones se vaya a ir a la mierda un sector que asegura que tendría la cartera de pedidos a reventar. Aunque tengo la peor de las opiniones sobre Almunia, no me cuadra que sea el único malo. Y no les digo lo que me escama que en la carambola solidaria estemos defendiendo a los especuladores, que son los que tienen que devolver las ayudas, ay, ilegales.