Alfredo siempre está ahí

Nos falta memoria. O ganas de acordarnos, que es peor. Bárcenas no difiere en gran cosa de Amedo, Roldán o cualquier otro de los célebres presidiarios que campaban a placer en las portadas explosivas de hace veinte años. Con querencia por la misma cabecera que ahora, por cierto, que somos tercos hasta en las reediciones de los episodios históricos más grotescos. Como aquellos, el atinadamente llamado cabrón es una criatura abisal de las cloacas gubernamentales y/o de partido, donde rindió enormes servicios de esos que no se pueden licitar en concurso público. Igual que ocurrió con los mentados, durante los primeros mil marrones que le fueron descubiertos, contó con la defensa desvergonzada a bloque de la parte contratante hasta que llegó el recodo del camino en que no hubo más remedio que sacrificarlo. Primero, con buenas palabras, promesas de pronto arreglo y, según acabamos de saber, SMS cariñosos a modo de palmadita en el hombro. Y después, es decir, en el instante procesal en que nos encontramos, con un desmarque barnizado de desprecio y ofensas sobreactuadas. El ciudadano sin tacha pasó a ser vil delincuente que chantajea al Estado de Derecho, o al eshtao, como lo pronunció Rajoy ayer con su prosodia característica.

Dense un garbeo por las hemerotecas, y comprobarán que tal cual sucedió con los ilustres entrullados de los noventa. Hasta donde le duró la cuerda a la resistencia felipista, Amedo, Roldán y compañía fueron campeones de la lucha antiterrorista y abnegados salvadores de vidas a costa de jugarse la suya. En cuanto empezaron a abrir la boca, devinieron en chorizos que amenazaban no ya a un gobierno sino a todo el andamiaje democrático con su camisita y su canesú.

Además de Pedrojota y su hoja volandera, en este paralelismo entre pasado y presente que les acabo de trazar, hay otro personaje que se repite, si bien en bandos opuestos: Alfredo Pérez Rubalcaba. Curioso, ¿no?

Primarias tengas

Lo lleva en sánscrito el PSOE. Más todavía, quiero decir. Como no tenía suficientes vías de agua, ahora se le abre el costurón sucesorio. ¿Desde dentro o desde fuera? Tanto da. Es verosímil que la mandanga haya nacido a mala leche lejos de Ferraz con el objetivo de distraer la atención de las fechorías rajoyanas y, por el mismo precio, profundizar el castigo al perro que ya viene flaco de serie. Que haya sido así no le salva, en cualquier caso, de las consecuencias letales de verse en el centro del escenario con los focos apuntándole y el respetable aguardando el espectáculo que se le ha anunciado: pelea. Y si es con sangre, mejor.

El asunto es que tiene bastante pinta de que la habrá. De hecho, ya aparecen los primeros rasguños y los coscorrones cada vez menos disimulados entre los que hasta ayer parecía que estaban a partir un piñón. Nada que ver, descuiden, con las propuestas o los programas, cuestiones que han pasado a ser definitivamente secundarias en los partidos. Pura condición humana, que hace que las batallas no sean de ideas sino de egos y parcelas de poder. Ahí no hay piedad, lugar para la razón, ni vuelta atrás. Cuando te señalan para la gloria, aunque seas el mayor tuercebotas de la Via Láctea, te metes en el papel y empiezas a ver enemigos hasta debajo de las piedras. Lo siguiente suele ser el reclutamiento de partidarios, el mercadeo de voluntades, el minado sistemático del territorio por el que pisará el rival y, finalmente, la guerra sin cuartel. Solo puede quedar uno.

En el caso que nos ocupa, aún estamos en los escarceos iniciales. La pregunta que me hago es si, en la situación de debilidad objetiva en la que se encuentra, el Partido Socialista puede permitirse el lujo de derrochar sus escasas fuerzas en una gresca interna de largo e incierto recorrido. Me dirán, con toda la razón del mundo, que de lo suyo gastan, pero no puedo evitar sentir una enorme curiosidad.

Rubalnada

Carga de profundidad atribuida de modo muy verosímil a Iñaki Anasagasti: “Rubalcaba, si te descuidas, te la clava”. Pero eso era antes, cuando la sola mención del también llamado Rasputín de Solares provocaba sudores fríos, acopios de ajos y crucifijos y carreras para ocultarse tras la cortina más cercana, donde seguían temblando las canillas y castañeteando la piñata. Entonces inspiraba por igual a propios y ajenos un pavor infinito, solo comparable al que se tiene por la Parca, los dentistas o, en otra división, las metáforas de José Luis Bilbao. Acompañado por su fisonomía siniestra ma non troppo, su gestualidad de trasgo con algo de gremlin y su verbo cortante como los bordes de un folio joputa, parecía —y lo fue— capaz de detener el tiempo y la circulación de la sangre con una mirada. Aunque solo fuera a preguntarte si te apetecía un café o qué tal iba tu suegra de las varices, por instinto te salía arrodillarte y jurarle que fue sin querer, que no volverías a hacerlo y que en lo sucesivo te cortarías un brazo o los dos antes de volver a disgustarlo.

Qué tiempos, no tan lejanos por otra parte, en los que se decía que era Fouché redivivo y se le componían cantares de gesta, églogas y ditirambos que engrandecían aun más su ego y su poder sobre lo animado y lo inanimado. Quién nos iba a decir que llegaría la hora de verlo como materia para el blues más triste, que es el que se les escribe a los que no se sabe si son ya zombies o todavía moribundos y a los que no son siquiera sombra de sí mismos.

Tal desluce hoy Alfredo Pérez, tras combatir y perder con estrépito y deshonra con un cadáver político de nombre Mariano y de apellido Rajoy. Feroz hazaña del otrora invencible cid cántabro, devolver a su enemigo el hálito vital. Y los suyos, aplaudiendo con ardor la zurra autoinfligida. ¿Es que no tienen corazón o es que están tan miopes que no ven que Rubal-todo es ya apenas Rubal-nada?

Sí nos representan

Debate, estado, nación. Solo con esos tres sustantivos tenemos para montar un Bizancio semántico. Diseccionados individualmente, los tres son asaz discutibles. Juntos en una misma expresión resultan, según, una tomadura de pelo del quince o una entretenedera vacía. Mucho más si la presunta nación cuyo presunto estado presuntamente se debate es la denominada España. Y si tal ejercicio se lleva a cabo en el Congreso de los Diputados de la madrileñísima Carrera de San Jerónimo, mejor apagamos y nos vamos. Se me ocurren pocos lugares menos capacitados que ese para expedir cualquier tipo de diagnóstico sobre una realidad totalmente ajena a los frecuentadores de las Cortes. Sucede que ellas y ellos tienen una existencia paralela. Viven en una suerte de cueva de Platón de cinco estrellas y tres tenedores desde donde solo alcanzan a ver unas sombras que toman por personas sobre las que pontifican, polemizan y, ¡ay!, legislan. La mayoría ni siquiera recuerda que antes de ir en una lista y sacarse la lotería de las urnas fueron ciudadanos de a pie. Cuatro mil y pico pavos limpios al mes —dietas, viajes y otras gabelas aparte— son el mejor disolvente de la memoria.

¿Voy a parar al “No nos representan”? Ya quisiera, pero mi gran frustración es saber que sí lo hacen y que no tengo —no tenemos— ningún modo de evitarlo, ni de soslayarlo, ni de limitar sus letales efectos. Ajo y agua. Como lujo, una lengua larga para lamerse las heridas y soltar un juramento en arameo un minuto antes de aplacar la mala sangre viendo el Milan-Barça.

Pero habrá alguno que se salve, ¿no? Son 350 escaños. Por estadística, es probable, ¿pero quién? Descarto a todo el banco azul y a sus sostenedores. También a la oposición mayoritaria de aguachirle con cien armarios llenos de cadáveres. Y en la minoritaria, pues hombre, hay de casi todo, incluyendo pose, panfleto, pasteleo y siesta. Tal vez sea lo que nos merecemos.

Pinchos y ensalada

Pinchos y ensalada de lechuga y tomate. Menú frugal, anotaba la compañera de El País que susurró ayer el chauchau de una reunión secreta en Ferraz. ¿Secreta? Perdón, discreta. Ahí está el matiz, que diría el filósofo postsocrático Cantinflas. Derecho de admisión reservado a barones y baronesas de confianza, principalmente con un buen batacazo electoral acreditado. López, Fernández Vara, Pérez Rubalcaba; tres mayorazgos, incluyendo Moncloa, entregados con deshonra al enemigo en las urnas. Junto a ellos, nombres que hay que buscar en la wikipedia, excepción hecha de Elena Valenciano, intelectualmente tan liviana como las viandas que había sobre la mesa. ¿Cónclave de perdedores? No exactamente, porque tuvieron gran cuidado en mantener al margen a Tomás Gómez, el que pasó de invictus a hostiatus en medio suspiro. Tampoco fue avisado Griñán, el que ganó perdiendo en la Bética y la Penibética. Dejó escrito el profeta Guerra que los que se mueven no salen en la foto. Ni siquiera aunque se haga de extranjis, como esta. Por cierto, ¿a santo de qué tanto misterio?

La militancia inasequible al desaliento e impermeable a la realidad podría pensar que el sigiloso conciliábulo marcaba el día D y la hora H de la catarsis, el toque a rebato, la firme determinación de abandonar la posición fetal y empezar a ser un poquito de lo que se espera. Verdes las siegan entre los puños y las rosas. Era solo una junta de escalera para pedir una nueva derrama de labia con la que afrontar el enésimo tortazo que se venía encima. Convocado nueve días antes de las elecciones catalanas, el único objetivo del encuentro era juramentarse para vender como grandioso éxito el descomunal varapalo que iba a cosechar el PSC. Fue así como el peor resultado histórico de un partido que anteayer gobernaba se convirtió en motivo para sacar pecho y levantar la mandíbula. Se decidió entre pinchos y ensalada de lechuga y tomate.

El verdadero drama

En la última rueda de prensa tras el consejo de ministros —viernes de puente; sólo mirábamos los que estábamos de guardia—, la vicepresidenta española dejó caer como al despiste que su Gobierno tenía la intención de pactar con el PSOE medidas para frenar “el drama de los desahucios”. Me he cuidado de poner las comillas porque tal que así lo soltó Soraya Sáenz de Santamaría, como si utilizando esa denominación que en sus labios no es más que una muletilla fuera a hacernos tragar que la cuestión le quita medio minuto de sueño. Primero tendría que hacer el enorme esfuerzo mental de imaginar qué supone para una familia verse en la puta calle. Ni aunque le llovieran encima diez toneladas de empatía podría hacerlo. Probablemente, en su cabeza no será una faena muy distinta a que a la cocinera le salga grumosa la vichisuá o a que se le haga una carrera en la media cuando está a punto de saludar en un cóctel al embajador de Liechtenstein.

¿Exagero? Sí, pero me temo que apenas lo justo. En lo difuso, casi etéreo, del mismo anuncio se percibe a leguas que, por mucho que sobreactúen llamándolo drama, a este Gobierno se la trae bastante al pairo el asunto. Cada semana nos atizan un ramillete de Decretos Ley dentados que van al BOE corriendo que se las pelan, pero para detener la sangría de quinientos desalojos diarios todo lo que se sacan de la manga es la vaga promesa de estudiar el asunto cuando tengan una ratito libre. De propina, como si no supiéramos que manejan el rodillo a discreción, esta vez se disfrazan de cofrades del consenso y pretenden meter en el ajo al partido mayoritario de la oposición. Es decir, al mismo que cuando tuvo mando en plaza regaló a los bancos miles de millones de euros a cambio de absolutamente nada. Y entonces ya se practicaban los desahucios a tutiplén.

Ocurre simple y llanamente que ni a unos ni a otros les va la vida en ello. Ese es el verdadero drama.

A pique sonriendo

Ahora mismo los valores más firmes del PSOE están sentados en los escaños azules del Congreso de los diputados. La pitonisa Báñez, el sacamuelas Montoro, el chiripitifláutico Wert y el resto de los apandadores marianos se hacen una oposición a sí mismos que jamás podrán imitar ni remotamente Pérez Rubalcaba, Soraya Rodríguez o Elena Valenciano. Ni en sus sueños más calenturientos podía el PP imaginar que iba a tener enfrente unos rivales tan escuchimizados ni que, para colmo, gastarían las poquitas fuerzas que les quedan atizándose entre ellos y luego fingiendo que todo va como la seda.

¿Hasta cuándo durará este drama disfrazado de comedia bufa? Por lo visto en la última Ejecutiva Federal, tiene pinta de que va para largo. De entre todas las estrategias posibles para detener la impúdica y patética descomposición a ojos del mundo entero, los herederos de Pablo Iglesias parecen haberse decantado por la que hicieron célebre los ex-tortolitos Cachuli y Pantoja: “Tú saca dientes, que les jode”. Y así salieron de lo que debió de ser una reunión parecida a la boda del otro día en el Hotel Londres de Donostia, mostrando a las cámaras una sonrisa Profidén y vendiendo la incomprable moto del cierre de filas y el respaldo a la búlgara de los actuales dirigentes. Para nota, el carismático Patxi López declarando ante el racimo de alcachofas correspondiente que su partido no tiene ningún problema de liderazgo. Alguien debería pasarle las encuestas en las que nueve de cada diez votantes expresan su desconfianza por Alfredo el de Solares.

Es de manual que el primer paso para solucionar un problema es reconocer que se tiene. Salvo dos o tres que, por lo demás, se callan en cuanto les chistan, nadie en el partido parece dispuesto a admitir que la fragata se va a pique. También es verdad que aunque se hunda del todo, los experimentados supervivientes que van en el puente de mando resultarán ilesos.