Aroma a Aiete

¿Que por qué va a ser esta la buena? Ciertamente, con ETA nunca se sabe. No olvidemos que por muchos juglares y cantares de gesta que le hayan salido a la banda terrorista —qué significativo es que haya quien se encabrone cuando se la nombra así—, esta ronda del desarme es cosa suya. Unilateralidad, ¿se acuerdan? Y ya son cinco años y medio dando largas, poniendo excusas y, esto tampoco vamos a negarlo, aprovechando que al otro lado el Gobierno español, con su cerrazón calculada, le ha servido en bandeja el gran comodín: “Nosotros queremos, pero no nos dejan”. Pues vaya, porque lo que se intuye que se culminará el cacareado 8 de abril será, por mucho aliño de sociedad civil que se le eche, eso que no era de recibo hasta ahora: la entrega de un listado.

Es verdad, sigo sin contestar, así que voy a ello. Si hay un motivo para pensar que estamos —¡por fin!— en la antesala de la culminación, es el intensísimo aroma a Aiete en que ha venido envuelto el anuncio. Aroma, en concreto, a pista de aterrizaje. Si tienen memoria y no se dejan llevar por la humana tendencia al autoengaño, convendrán en que entonces muchísimos nos prestamos a participar en un ceremonial que no iba más allá de la pompa y la circunstancia como precio asumible a cambio del comunicado que sabíamos que llegaría casi inmediatamente. Pues ahora, lo mismo, solo que con un coste y un riesgo menores, puesto que con o sin entrega, a efectos prácticos ETA está desarmada y disuelta como organización criminal. Otra cuestión es el plano simbólico o el de la batalla por el relato, que es el escenario en que nos encontramos en este instante.

La guerra de las placas

Y ahora, la guerra de las placas. Ponerlas para que las quiten y así poder echarse las manos a la cabeza. Acción, reacción, acción. Jugando con las cartas marcadas. Qué mal quedan, ¿verdad?, los ayuntamientos que ordenan retirar letreros que contienen los nombres de personas asesinadas. Se antoja una actitud que roza lo inhumano. Una prueba de complicidad, gritan allá en el ultramonte. Media corchea por debajo, se dice que es la prueba de la conciencia culpable de los que no quieren tener recordatorios visibles de lo que ocurrió cuando, según el vieja teorema, se miraba hacia otro lado. Ya saben, la cantinela de la sociedad enferma.

Por fortuna, ese cuento para no dormir ha dejado de colar. Como contábamos anteayer, el acto del viernes en Gasteiz fue, entre otras muchas cosas, un indicador de progreso notable. Incluso contando ciertas declaraciones intencionadamente ásperas o la más que probable incomodidad (por falta de costumbre, mayormente) de algunos de los presentes. Qué curioso, que el único discurso estentóreo fuera el de la misma asociación de víctimas que unas horas más tarde aprovechó la madrugada para fijar nada menos que 62 placas en las calles de Bilbao y Donostia.

Ocurre que uno y otro ayuntamiento, lo mismo que la mayoría de los consistorios vascos, tienen ese parcial aprobado hace tiempo. Lo atestiguan diversas iniciativas de reconocimiento, recuerdo y homenaje, tanto de las víctimas a las que figuran en los carteles fijados de tapadillo, como de las que, por haber sufrido una violencia igualmente injusta, merecen una consideración idéntica. Esas a COVITE ni le importan en absoluto.

Unidad, por fin

Acabaremos haciéndolo bien del todo cuando no haya nadie mirando. Ahora estamos en casi nadie. Que levante la mano el común de los mortales que prestó más de veinte segundos de atención a los actos de solidaridad con las víctimas del terrorismo que se desarrollaron el viernes en Gasteiz e Iruña. Quizá el de la capital navarra, justamente por la división y las sonoras ausencias, mereciera un enarcamiento de ceja más prolongado. Y ni eso, que coincidir con un terremoto tampoco favoreció su relieve. Algo nos llegó de los enésimos desmarques de UPN y PP acompañados de las letanías sobre la equiparación. Oportunidad perdida, pero no hay que desesperar. También es verdad que en la comunidad foral existe menos costumbre de estos homenajes con vocación de pluralidad.

En el caso de la demarcación autonómica, llevamos tiempo intentándolo. Otro asunto es que solo nos acordemos los muy cafeteros. Acordarnos a medias, porque he tenido que mirar en Google para cerciorarme de que el primer gran acto que buscaba la unidad fue el que organizó el lehendakari Juan José Ibarretxe hace casi un decenio, en abril de 2007. “El circo de Ibarretxe”, lo descalificaban los mismos que hoy se han convertido en sus tardíos admiradores. Desde el otro flanco, el de las asociaciones oficialistas, el boicot fue feroz. Aun así, hubo un puñado de gentes de buena voluntad que dieron el paso de estar. A fuerza de pruebas y errores en los años sucesivos, llegamos a la inspiradora estampa del viernes pasado en la plaza de la Virgen Blanca. Ahí sí estaban prácticamente todos, aunque no fuera la gran noticia que habría sido en otra época.

Un homenaje necesario

Navarra, 18 de febrero de 2017. Con decenios de vergonzoso e hiriente retraso, se rinde tributo a las víctimas provocadas por excesos policiales y grupos de extrema derecha, tanto monta, monta tanto. Como aperitivo, intentos de impedir el acto en los tribunales, una esperpéntica prohibición de mencionar por sus nombres a las personas homenajeadas, insultos graves de militares franquistas a la presidenta de la Comunidad, la clásica campaña de sapos y culebras en los medios del viejo régimen y, resumiendo, un retrato a escala 1:1 de la zafiedad política de las siglas que hoy conforman la oposición de acoso y derribo.

Señalaremos con asterisco al PSN, que después de su consabido slalom declarativo —sí, no; no, sí; bueno, ya veremos—, sintió la necesidad de justificar su presencia advirtiendo que estaría vigilante. No recuerda uno que los frustradores compulsivos de cambios actuaran como centinelas de lo admisible cuando en una concentración de apoyo a la Guardia Civil tras el episodio de Alsasua se escucharon exabruptos de alto octanaje. En cuanto a UPN y PPN, no cabe añadir nada que a estas alturas no esté dicho y redicho. Su ruidoso desmarque les sitúa a menos de un centímetro de la justificación de los asesinatos hasta ahora impunes de esas personas cuyo solo nombre les ofende.

A modo de epílogo, las tres fuerzas arriba mencionadas exigen que Uxue Barkos explique en el parlamento los detalles del acto del sábado. Sin duda, la presidenta sabrá ofrecer la oportuna respuesta. Al margen de lo que añada, el mensaje básico es muy simple: se hizo algo que se debió haber hecho hace muchísimo tiempo.

Más sobre ‘Patria’

Volvamos a hablar de Patria. Desde que les conté en estas mismas líneas mis impresiones favorables de la novela de Fernando Aramburu, han ocurrido media docena de cosas. La más importante, que se ha confirmado como fenómeno del recopón de la baraja. ¿Literario o extraliterario? He ahí la cuestión. Sospecho que más lo segundo que lo primero. De hecho, me cuesta imaginar que alguien con paladar fino pueda encontrar grandes virtudes en sus casi 650 páginas. Es indudable que hay mucho oficio y, desde luego, eficacia narrativa. Quien busque algo más que eso compra boletos para la decepción. Quien haya encontrado algo más que eso se tira un largo o es que realmente ha leído muy poco.

Insisto. A mi me sigue pareciendo recomendable como apunte del natural de lo que (nos) ocurrió prácticamente anteayer. También como antídoto frente a la amnesia autoinducida, la contemporización, y no digamos contra el relato glorificador que nos cuelan entre bote y bote en el tramposo suelo ético. Como no soy tonto, o no del todo, sé que se trata de una visión de parte y que, por más que se niegue, el autor tiene mucho que ver con el narrador. Aun así, como ya anoté aquí, me resultan perfectamente reconocibles esos personajes que los críticos que se dan por aludidos —reitero que no hablo de los que buscan valores literarios— califican como estereotipos forzados o directamente caricaturas. Comprendo que nos joda, pero parte de nuestro drama reside justamente en que la mayoría de los protagonistas reales responden a toscos clichés. ¿Que hay quien aprovecha el viaje para chupar de la piragua? Seguro. Con todo, merece la pena.

Sociedad civil

Como no teníamos suficiente con el empoderamiento, la performatividad y demás palabras o expresiones tan sonoras como de difuso significado, resurge de sus cenizas el viejo (viejuno, apuraría) concepto sociedad civil, escrito con o sin mayúsculas iniciales según la pompa que se le quiere dar a la cosa. Aunque nunca había desaparecido del todo, de un tiempo a esta parte se ha hecho un sitio en los labios de varios líderes políticos y en los argumentarios de los respectivos partidos. Y como lo mismo sirve para roto que para descosido, ahí está dando nombre a una organización nacionalista española en Catalunya o, por lo que nos toca más cerca, en diferentes declaraciones sobre cómo salir de nuestro bucle infinito.

Así, tras la operación policial que arruinó un intento por mostrar la voluntad de desarme de ETA, Arnaldo Otegi sentenció que el “camino hacia la paz” debía liderarlo la sociedad civil. Para que no me acusen de lo de siempre, me apresuro a añadir que ideas parecidas las he oído a representantes del PNV, Podemos y, quizá en menor medida, el PSE. También es filosofía aventada por meritorios filántropos sin sigla concreta.

El primer problema que le veo al planteamiento es identificar a la tal sociedad civil. Lo habitual es que cada cual se refiera, básicamente, a aquellos convecinos que comparten ideología. Estos sí, pero aquellos no. Allá películas si los segundos son muchos más que los primeros. Tiremos por lo alto, que es por donde me da que va esto, y pensemos que sociedad civil es toda la sociedad. La vasca, en este caso. ¿De verdad creen que está por la labor de liderar lo que se dice?

Disolución

Sigo, poco más o menos, donde lo dejé ayer. El desarme lleva a la disolución. Por lo menos, esa es la lógica que se está vendiendo, que sin lo uno no es posible lo otro. Y hasta donde sabemos por la correspondencia de la banda con las personas vergonzosamente maltratadas por los aparatos judiciales y policiales franceses, la intención de ETA es bajar la persiana de aquí a doce meses. ¿Lo hará? Ya iría siendo año. De hecho, el sexto desde que anunció lo verdaderamente importante, es decir, la decisión de dejar de matar y extorsionar.

Podemos engañarnos lo que queramos. El auténtico fin estuvo ahí. Lo demás han sido epílogos y mareos de perdiz. Esa sociedad civil tan mentada en este asunto lo tuvo claro desde el primer momento. Pasó página y se dedicó a sus mil tribulaciones. ¿Olvidando todo lo que había pasado? ¿Obviando lo muchísimo que queda pendiente? No exactamente. Tampoco somos tan ombliguistas ni insolidarios. Simplemente, la cuestión se ha relegado en el orden de prioridades de cada cual, pero eso no significa que haya dejado de importar. A estos más y a aquellos menos; la condición humana.

La conclusión es que a efectos prácticos ETA está disuelta. Diría que la inmensa mayoría tiene esa convicción. Si hay un comunicado definitivo, se recibirá con el correspondiente júbilo y la Historia señalará su fecha de emisión como la del final oficial. Pero no mucho más. Quedará por ver, eso sí, el comportamiento de los únicos que han convertido la disolución en tótem, condición sine qua non y punto definitivo de inflexión. Conociendo el paño, apuesten a que encontrarán un nuevo requisito que exigir.