A dos velas….

foto: boiron.es

Tengo una duda, no sé si los niños de ahora nacen teniendo menos mucosidad o es que son más limpios, pero resulta difícil encontrar un niño con mocos colgando.

En mi infancia, recuerdo que era bastante normal tener amigos del colegio o del barrio que llevaban siempre pegadas una o dos hermosas “velas” – así le llamábamos a los mocos colgantes-.

La fisonomía de las “velas” cambiaba en función de la hora del día. A primera hora estaban compuestas por un liquido poco espeso y brillante que el niño, en un acompasado ritmo lo hacía subir hacia el orificio nasal y la gravedad se encargaba de volverlo a bajar. Si la abundancia de mucosidad obligaba a aumentar la velocidad en el ritmo, y no disponía de pañuelo, optaba por limpiarse en la manga del jersey, se solía ver a menudo unas mangas brillantes en la zona cercana al puño y eso no era más que una acumulación de mocos que durante la jornada el chaval había ido depositando. Pensándolo bien podía servir de impermeabilizante.

A medida que pasaba la jornada la capa exterior de las “velas” se iba endureciendo en contacto con el aire y adoptando un tono más verdoso. Había comenzado un proceso muy similar al de las estalactitas, la capa exterior adquiría dureza  y por el interior fluctuaba en constante subida y bajada el líquido mucoso. Si en esa situación el niño se limpiaba se podía ver cómo le quedaba parte de la capa exterior de la vela adherida a la piel –creo que de esa situación nació la idea del adhesivo de contacto-.

Había algunos –los más cochinos- que, para evitar el proceso de limpieza optaban por dar un fuerte impulso hacia el interior de la fosa nasal y le desaparecían por un buen rato. No quiero pensar en el lugar de destino de esa mucosidad.

La palabra “mocoso” acabará perdiéndose por falta de niños a los que poder aplicársela. Qué le vamos a hacer.

Agur

El efecto gaseosa…

foto: universalbody.es

“Aitor, bájate ahora mismo de ahí” “Gabriela, no le muerdas a tu hermano” “Asier, quítale el zapato de la boca a María”……..

6 de la tarde, un atardecer caluroso envuelve el recinto de juegos de una plaza céntrica de Bilbao. Sentado, observo a los niños jugar, las madres hablando entre ellas no paran de reprochar a sus hijos –algunas con un tono bastante más elevado de lo normal- las travesuras de estos. Pasa media hora, la situación sigue igual, la pobre María no consigue zafarse del pesado de Asier y Aitor sigue subido por las ramas del mecano. En un acto de puntualidad británica, cada cinco minutos las madres vuelven a recriminarles su actitud.

Pasado un tiempo escucho decir a una progenitora “hay que ver como cansan estos niños”. Vamos a ver señora, los niños no le cansan, lo que le cansa es estar cada cinco minutos dándole bocinazos a su hijo y poniéndonos a todos la cabeza como un tambor. Los niños no hacen ni puñetero caso a lo que les dicen sus madres, normal, si están constantemente dándoles instrucciones, es lógico que “pasen” de ellas. De pronto, observo una técnica que a corto plazo da muy buenos resultados, a largo plazo, ya veremos. Viendo que es la hora de merendar, noto que varias madres utilizan el mismo recurso “Aitor, mira lo que te he traído” Gabriela, tengo una sorpresita” “Asier, mira lo que tengo”, los niños, que antes no hacían ni caso, ahora se presentan como rayos ante sus madres.  Parece ser que estamos criando una generación de personas que solo van a actuar si obtienen el rendimiento inmediato, que peligro…

A las gaseosas se les va la fuerza por la boca y parece ser que en esta plaza también.

¡¡Andrea!! Bájate ahora mismo,  que el tobogán no es para subirlo andando…es mi sobrina, hoy me ha tocado cuidarla.

Agur