Con estos artilugios pasabamos el rato. Ahora dicen que a los chavales les está creciendo el dedo de tanto escribir mensajes en el móvil, y a nosotros con este cacharro, qué?
Con este artilugio haciamos buenos pulmones.
Ya dieron guerra estas dichosas bolitas, además te ponían la cabeza como un bombo.
Tengo una duda, no sé si los niños de ahora nacen teniendo menos mucosidad o es que son más limpios, pero resulta difícil encontrar un niño con mocos colgando.
En mi infancia, recuerdo que era bastante normal tener amigos del colegio o del barrio que llevaban siempre pegadas una o dos hermosas “velas” – así le llamábamos a los mocos colgantes-.
La fisonomía de las “velas” cambiaba en función de la hora del día. A primera hora estaban compuestas por un liquido poco espeso y brillante que el niño, en un acompasado ritmo lo hacía subir hacia el orificio nasal y la gravedad se encargaba de volverlo a bajar. Si la abundancia de mucosidad obligaba a aumentar la velocidad en el ritmo, y no disponía de pañuelo, optaba por limpiarse en la manga del jersey, se solía ver a menudo unas mangas brillantes en la zona cercana al puño y eso no era más que una acumulación de mocos que durante la jornada el chaval había ido depositando. Pensándolo bien podía servir de impermeabilizante.
A medida que pasaba la jornada la capa exterior de las “velas” se iba endureciendo en contacto con el aire y adoptando un tono más verdoso. Había comenzado un proceso muy similar al de las estalactitas, la capa exterior adquiría dureza y por el interior fluctuaba en constante subida y bajada el líquido mucoso. Si en esa situación el niño se limpiaba se podía ver cómo le quedaba parte de la capa exterior de la vela adherida a la piel –creo que de esa situación nació la idea del adhesivo de contacto-.
Había algunos –los más cochinos- que, para evitar el proceso de limpieza optaban por dar un fuerte impulso hacia el interior de la fosa nasal y le desaparecían por un buen rato. No quiero pensar en el lugar de destino de esa mucosidad.
La palabra “mocoso” acabará perdiéndose por falta de niños a los que poder aplicársela. Qué le vamos a hacer.
Siempre nos quedará un grato recuerdo del primer coche que hubo en la familia. Sin cinturones de seguridad, sin airbag, sin climatizador, casi sin nada, pero que felices eramos. Si estos montones de chapa hablaran….
Este coche adquirió el triste sobrenombre del «coche de las viudas».
No nos engañemos, en nuestra infancia uno de los momentos más críticos era la entrega de las notas. De sobra sabíamos nosotros las que habíamos aprobado o no. Pero siempre nos quedaba el reducto de la compasión del maestro, a ver si por una remota casualidad –que casi nunca se daba- se apiadaba de estas almas arrepentidas llenas de dolor y con la gran promesa de corregirnos, no nos cateaba. Por intentarlo no se perdía nada.
De las buenas notas ni hablo, a mi me contaron que había uno, que conocía a otro que tenía un vecino que las sacaba y en su casa le dieron un montón de regalos. Estoy seguro que eran leyendas urbanas. De las malas y regulares ya puedo hablar por experiencia propia.
En mi situación estábamos la mayoría, recuerdo una tarde de Septiembre, paseando por El Espolón de Logroño, en un banco estaban sentados un padre con su hijo, el padre tenía en la mano la cartilla de notas y una cara de pocos amigos que había que verla. El hijo parecía una estatua de cera, ni se movía, vista la situación se podía adivinar que las notas no eran todo lo buenas que hubiera deseado el chaval. El padre miraba las notas y seguido fijaba la mirada en la cara del hijo, de vez en cuando le decía “con estas notas a dónde vas a ir” “te crees que yo me estoy deslomando para que tú hagas el vago”. El chaval levantó la cara y me miró, nos cruzamos una mirada de comprensión, mentalmente le dije que aguantase el chaparrón y que siempre que llueve descampa, no sé si me entendió. De pronto, el padre le cogió por el hombro y gritando le dijo “te voy a dar dos hostias…” paró uno segundos de gritar y más suavemente le espetó “bueno, con una de pueblo te vale y te sobra…”. Se hizo el silencio.
Al hijo le notaba que le costaba tragar la saliva, era normal, con la acumulación de órganos que tenía en la garganta, que si la tráquea, las amígdalas, las gónadas –se le habían desplazado hacia esa zona- , etc. Al final la sangre no llegó al rio.
Me marché pensando que de esta vez me había librado y que tenía que seguir disfrutando de las vacaciones. Mundo, mundo…
los tebeos han formado parte de nuestra infancia. De tirada semanal, era una de las distracciones que teniamos para los dias en los que la lluvia y el mal tiempo no te dejaban salir de casa. Fijaros en el precio, Cuanta aventura por tan poco dinero, el resto lo ponía nuestra imaginación.
foto: A.García
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