Juntos si, pero no revueltos….

foto:sareantifaxista.blogspot.com

Eso debían pensar los próceres de la época y bien que lo llevaron a rajatabla.

En nuestra escuela había tres aulas dedicadas a los chicos y otras tantas a las chicas. En mi clase estábamos unos 40 niños, de diversas edades y por lo tanto de varios cursos. En mi memoria quedan vagos recuerdos de la misma, la gran altura que tenía la clase, el crujir del suelo de madera, grandes ventanales y sobre todo la estufa; una estufa de hierro fundido con una enorme chimenea hasta el techo, se alimentaba con carbón, pero de un carbón muy poroso y de poco peso, era ideal para fastidiar al compañero pasándole un trozo por la nuca a contrapelo, de verdad que hacía mucho daño.

Los pupitres de madera, inclinados y con dos agujeros en la parte superior para meter los tinteros de porcelana eran ideales para jugar de una forma barata al primer juego tecnológico que recuerdo, el pinball. Con una canica y dos “bolis” éramos capaces de simular el juego, claro, eso tenía contrapartidas, si la clase estaba en silencio solo se oía el rodar de la canica por el pupitre. Si ese leve sonido llegaba a oídos del maestro (vaya oído que tenían) ya conocíamos el veredicto: culpables, y las penas: o “aportar” a las misiones, o sufrir los “reglazos”, y la peor de todas, ir castigados a cumplir la condena a la clase de las niñas. No había mayor humillación que pasar un buen rato (a arbitrio de la maestra) de rodillas y con los brazos en cruz delante de las niñas. Te quedabas solo ante el peligro de las sonrisitas y miraditas, y sin la ayuda de tus colegas, que era lo peor. Vamos, que eso no pasaba ni las torturas de Fumanchú.

Estoy seguro que hubiéramos preferido cualquier otro castigo antes que pasar esa terrible vergüenza. Alguna que otra vez la viví en mis carnes y era muy duro.

Agur