La lista de roedores

Me tocó nacer en la época de  “los hombres no lloran”“es para que te hagas un hombre” y con esas premisas y unos buenos tazones de leche nos fuimos haciendo mayores. Esto viene a cuento de un recuerdo nada agradable de mi niñez.

En la casa donde pasaba los largos veranos en La Rioja había en la planta baja un espacio dedicado a guardar el ganado y aunque en ese momento no tenían animales grandes, estaba el recinto lleno de trastos y bastante desordenado. En ese ambiente pululaban a sus anchas unos ratoncitos pequeños que hacían los nidos entre los sacos de trigo y demás enseres. Para controlarlos utilizaban cepos que yo mismo ayudaba a poner intentando engañarles con un trozo de pan o de queso.

Muchos (la mayoría) caían fulminados en el acto, pero algunos se quedaban enganchados por la cola o por la pata, el caso es, que cuando ibas a ver el cepo, el ratoncito estaba vivo pero atrapado en el artilugio. Entonces llegaba el cruel mandato “coge el cepo, sácalo a la calle y remata al ratón” esa orden debía ser para que me hiciese un hombre, digo yo.

Aquí empezaron mis pioneros actos de desobediencia civil. No podía ejecutar  al bichito que me miraba con miedo, así que lo soltaba y procuraba fijarme en qué agujero se metía, para a hurtadillas ponerle algo de comida en la entrada.

Los mayores comentaban extrañados la cantidad de ratones cojos que había por la cuadra, creo que nunca supieron el truco, por lo menos, a mi no me lo dijeron.

Con el paso del tiempo me siento un poco indignado con el “sindicato de roedores” ya que nunca he recibido ni el más mínimo detalle de agradecimiento por haber “salvado” a tantos congéneres suyos. No pido una película como a Schindler, pero uno también tuvo su “lista”. Lo digo solo por comentarlo.

Agur