El negrito y el chinito…

foto: cristaljar.blogspot.com

La escuela a la que fui de pequeño estaba dividida en dos partes, una para niños y otra para niñas, con puerta de acceso distinta, el recreo se hacía a horas distintas, de hecho, solo coincidíamos a la entrada y a la salida, eso sí, en filas distintas.

A la hora de entrar a clase, formábamos en fila india en el pasillo y procurando no hacer ruido nos íbamos colocando de pie cada uno junto a su pupitre. Al pasar junto a la mesa del maestro, allí estaban, limpias y brillantes y con mirada triste (sería para dar pena) dos cabezas de porcelana, una de un negrito y otra de un chinito. A la altura de la coronilla tenían una ranura y en parte baja un agujero tapado con un tapón de corcho, eran dos huchas.

A menudo nos invitaban a meter dinero diciéndonos que eran para las Misiones de África y de Oriente, también nos decían que la niñas dejaban más dinero que los niños, me imagino que a ellas les dirían lo mismo de nosotros, a partir de ahí empezó a crecer en mí la sensación de culpa por el hambre y poco desarrollo de esos países. Con la edad ya se me ha pasado.

En nuestra clase, los castigos (que se prodigaban muchísimo) tenían dos opciones en su cumplimiento, una era, redimir la pena, introduciendo moneda de curso legal por la “dichosa” ranura del negrito o del chinito, y la otra era recibir los “reglazos” de rigor. La mayoría (de ahí mi sensación de culpa) optábamos por la segunda y de esa manera guardábamos la paga para el cine matinal de los domingos.

Teniendo en cuenta la cantidad de escuelas y multiplicando por el número de escolares y de huchas existentes en el país sigo sin entender qué se hizo mal para que hoy día haya tantas diferencias entre África y Oriente. Nosotros teníamos simpatía por la cabeza del negrito (también nos gustaba más Baltasar) y por él nos decantábamos cuando teníamos que meter dinero. Seguramente, algo falló en el reparto.

No sigo, porque voy a sentirme culpable otra vez.

Agur