El precio de la NO luz en Euskadi

 

 

Un presidente norteamericano malogrado, JFK, recordó a sus ciudadanos la necesidad de colaborar con el estado para, de esta forma, contribuir a la construcción de una sociedad  mejor.Pero demos vuelta a la frase.

Por ello, en estos días, en los que los titulares de los medios nos recuerdan que el precio de la luz está batiendo records cuando más falta nos hace, vuelvo a la idea recurrente de que  existe un “poder” que se alimenta de las necesidades más básicas de la población. La energía eléctrica, o su unidad de potencia, el watio,  quieren ser protagonista, como el precio del barril, de la información económica relevante del momento. La subida de la gasolina se hace noticia en las operaciones salida o retorno y las eléctricas, encarecen sus facturas al calor del duro invierno. Es el mercado libre de la oferta y la demanda. Según los neoliberales, él mismo se autoregula.

Y menos mal, que los periodistas nos lo hacen saber, porque de lo contrario además de apaleados y exprimidos, los consumidores, permaneceríamos en la más absoluta ignorancia. Aunque en el fondo no es sino una demostración de fuerza de los medios.

Después, tanto las eléctricas como las petroleras, explican en contrarréplica que solo una pequeña parte de esa factura les lucra. El resto son impuestos, moratorias, gestiones medioambientales o las renovables. En cualquier caso, todo cae al mismo saco. Al saco que mantiene el sistema, “el poder”, y toda su estructura. Es decir, el  “establishment”. Y sus acólitos, innumerables.

Hasta aquí, todo es hablar por hablar. O mejor dicho, escribir por escribir, de un Chomskysta o mejor Baumanista. Pero ayer fue mi cumpleaños,  y al volver a escuchar la noticia del precio de la luz, por enésima vez, no pude sino sentirme reconfortado. No me afecta en lo más mínimo.

Mi casa en Artea, mi hogar desde hace 16 años, NO tiene luz eléctrica. Situada en el entorno de Bikotzgane, forma parte de un barrio de seis caseríos, Larragoiti, que se abandonó a finales de los cincuenta por ausencia de carretera o elementos de conexión. El caserío había dejado de ser la unidad de producción básica familiar, y las nuevas empresas estaban demasiado lejos, para los nuevos baserritarras “asalariados”. Levantarse a las 4 de la mañana para acudir a tu relevo, después de caminar durante dos o tres horas debía de ser muy duro. De esta forma se fueron abandonando, uno tras otro, los baserris que habían proporcionado cobijo, calor  y alimentos a familias durante generaciones. Y resalto calor por la importancia del fuego, en el entorno del Gorbea, pues en este entorno rural, en los registros demográficos de la época, se nombraban como fuegos, a las unidades familiares en la realización de los censos.  El fuego de Etchevarria, Laureta, Ibarra.

De este importantísimo cambio  en la estructura de la sociedad rural vasca, heredamos un entorno de una belleza innegable, pero sumido en el más absoluto olvido por parte de las administraciones. Al menos en el valle de  Arratia, donde casi un siglo  antes, el pintor bilbaíno Anselmo Guinea ya lo calificaba como el “autentico” corazón de las raíces vascas, los foráneos,  nos encontramos con caseríos semiderruidos, huertas inundadas de vegetación salvaje y ganaderías de montaña de difícil control. No había fuego, no había vida. Y los pastizales, huertas y  frutales desaparecieron para dar paso a interminables plantaciones de pinos, pinos y pinos, que sufragaran los gastos de las tierras abandonadas por los hijos, de los hijos, de los hijos.

Pero las raíces pueden permanecer ocultas cuando el frío es insoportable a la espera de crear brotes en circunstancias más favorables.

Para aquellos que admiramos, respetamos y envidiamos estas raíces, lejos de perspectivas equivocas como las de Miguel Unamuno o Pio Baroja, mucho más cerca quizás  de Joseba Sarrionaindia, y mucha más vinculadas a Miguel Zugaza o Bidarte por personalizar a los nuevos intelectuales de nuestro nuevo tiempo, nos duele el abismo que se ha creado entre las modernas urbes culturales y nuestros orígenes ligados a la tierra.

Porque no hay mayor necio que el que olvida donde están sus raíces.

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