Esperemos que la gabarra flote

Entre nosotros hay más personas de 65 años que menores de cinco años.

CON frecuencia lo urgente nos impide hacer lo necesario. En diciembre de 2020 nacieron en el Estado 7.200 personas menos que en el mismo mes de un año antes. Al dilucidar si estamos ante algo urgente o solo necesario, reconozcamos que el covid-19 no ha originado la baja natalidad, pero sí la ha agudizado.

Desde 1984 la gabarra surca la ría, yacía oxidada en la dársena seca hasta su reciente reparación; ahora ya flota. Pero no les hablaré de fútbol, aunque esta semana haya sido noticia precisamente este reflote como símbolo de renacidas ilusiones de volver a verla surcando aguas de la ría cantando el Alirón. Tanto como deseamos volver a una vida sin embozo. Porque hace doce meses nos vararon en el dique seco enmascarillados y ahora con las vacunas parece que podríamos volver al agua de la vida social cuasinormalizada. Quizá combinando vacunas, anticuerpos monoclonales y mascarillas flotemos como la gabarra de marras.

Esta pandemia coloca casi todo en óptica de prisma vírico, todos los intereses están bajo el sesgo pandémico. Restricciones, paro, ERTE y ERE, teletrabajo, horario limitado o cierre de hostelería, espectáculos claudicados o de acceso reducido, asistencia sanitaria telemática, ni grupos ni fiestas populares€ nos subsumen como sociedad. Su derivada, aumento de la depresión, ansiedad, separaciones y dificultades de convivencia. Algunas cosas se quedarán y otras volverán a su cauce anterior. Entre las que ya existían y se han acelerado tenemos el drástico descenso de natalidad, un dato mucho más pandémico que la propia infección vírica, una parte de esta sindemia.

En 2020 hubo 337.000 nacimientos frente a 501.000 defunciones. El dato alarmante de largo recorrido es que nacieron 23.000 niños menos, un descenso en constante goteo. Que los expertos lo predijeran por la incertidumbre que genera la pandemia no puede hacernos olvidar que es un problema de fondo existencial. Hay quienes argumentan que somos suficientes los 7.700 millones en el mundo, que en 2050 seremos 9.700. Cierto, pero aquí entre nosotros no solo hay menos niños, sino que hay más personas de 65 años que menores de 5 años. Menos mal que la esperanza de vida está en 83 años, porque si no, en lugar de España vaciada hablaríamos de desierto hispano en una Europa con 42,5 años de edad media frente a los 19,7 en África.

Los expertos hablan de suicidio demográfico, pero no sé si los gobernantes se toman este asunto como la urgencia de las vacunas, con políticas que equilibren la balanza. Me imagino que atraer y regularizar más inmigración sería parte de la solución. Pero hay que preguntarse por qué la edad media para tener el primer hijo es de 32 años y por qué el índice de natalidad es de 1,23 hijos por mujer cuando son necesarios 2,1 para mantener la población. Quizá sea la economía o la incertidumbre frente al futuro o ante otra pandemia, o falta de conciliación familiar con la carrera profesional sobre todo de la mujer, o pérdida del prestigio social que necesita la maternidad o que nuestros jóvenes sean los europeos que más tarde se emancipan porque sufren más paro y trabajo más precario.

Se subvencionan muchas cosas. ¿Tan difícil resultaría afrontar eficazmente nuestra propia pervivencia? Pudiera ocurrir que al intentar reflotar nuestra gabarra social vital no podamos porque no haya quien la arregle ni maneje.

Controlar el covid-19 será lo urgente, pero ¿seguir existiendo como comunidad no se antoja imprescindible?

nlauzirika@deia.com @nekanelauzirika

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