Jueves Fantástico en Hispanistán

De los creadores de Los Viernes Sociales al final de la legislatura anterior, nos llegan ahora Los Jueves Fantásticos en Hispanistán. O eso parece, porque para ser fieles a la verdad, lo de hoy solo es el episodio piloto. Veremos si cala entre la audiencia, es decir, si tragamos el alpiste dulce que nos van a lanzar este día de San Juan entre la magia y la prestigidigitación. Ahí es nada: por un lado, un Consejo de Ministros extraordinario (¿o será de “ministros extraordinarios”?) va a decretar el final de la mascarilla en exteriores a partir de pasado mañana, o sea, casi ya. Por otro, tachán, tachán, va a entrar en vigor la rebaja del IVA de la electricidad. Qué buenos son los padres Pedro Sánchez e Iván Redondo, que nos llevan de excursión al campamento base de la felicidad. Lástima que si aplicamos la lupa a ambas buenas nuevas, saltan a la vista sus respectivas trampas. Empezando por lo segundo, lo del recibo de la luz, nos encontramos con que, aparte de ser una medida temporal, no serán las eléctricas sino las arcas públicas las que reciban el bocado. Eso, sin contar que los beneficiarios reales serán un puñado de hogares muy concretos. Quedan fuera de saque los pequeños negocios y las empresas medianas, o sea, que menos lobos y menos demagogia. Y en cuanto a la liberación de las mascarillas en exteriores, fue el mismísimo bienamado Fernando Simón quien advirtió de que no todo el monte sería orégano. Habrá circunstancias en las que, aun a cielo abierto, deberemos seguir llevando el tapabocas. O deberíamos seguir llevándolo, porque la traslación real de la medida será el inicio de la barra libre cuando aún lo desaconseja la situación sanitaria.

Vacunas para todos en Biarritz

Después de lo de echarse a cara o cruz la segunda dosis de AstraZeneca, parecía difícil batir el récord de esperpentos vacunatorios, pero en eso llegaron las autoridades sanitarias del Estado francés y pulverizaron la marca. Para que luego digan de las chapuzas y la improvisación celtibéricas, a alguien de las altas instancias médicas galas se le ocurrió que podía ser una buena idea convertirse en la gran meca de la inmunización de toda la Unión Europea. Desconozco si fue una cuestión de chauvinismo o, simplemente, el enésimo infierno alicatado hasta el techo de buenas intenciones. La cosa es que, sin encomendarse ni a Dios, ni al diablo, ni a los responsable de la salud pública de los países vecinos, en el Hexágono se puso en marcha un sistema de reservas de vacunación abierto literalmente a todo quisque. Bastaba apuntarse y presentarse con el carné de identidad en el punto más cercano, que en nuestro caso era el vacunódromo de Biarritz. Y ahí que se fueron nutridos grupos de gipuzkoanos y navarros, principalmente adolescentes y jóvenes, de procesión inmunizatoria. No es difícil imaginarse la sorpresa y el cabreo de las autoridades sanitarias locales ante el inmenso desvarío de repartir viales de suero como si fueran botellines de agua. Gracias a los medios de comunicación, que hemos dado cuenta de la noticia con gran escándalo, se ha cerrado el grifo al otro lado de la muga. Y no deja de llamar la atención que haya sido con el mayúsculo enfado de quienes sienten que se les birla un derecho inalienable porque consideran que una vacuna es un bien de consumo exactamente igual que unas zapatillas deportivas o un frasco de colonia.

Centenares de vidas salvadas

Desengañémonos: jamás vamos a conocer el número real de muertos de la pandemia. Todos somos conscientes de que las cifras de los primeros meses fueron un pálido reflejo de la verdad, cuando no una gran mentira. Poco a poco se fue afinando más, pero aun así, la contabilidad —qué brutal palabra aplicada a vidas humanas perdidas— sigue teniendo lagunas. Así que la herramienta que más nos aproxima a la cifra auténtica es la tremenda comparativa entre la media de fallecidos pre-pandemia y la media de fallecidos durante la pandemia. Es lo que calcula diariamente el llamado Mo-Mo (Monitorización de la mortalidad) y, con leves matices, lo que la semana pasada nos ofreció el Instituto Nacional de Estadística. Hablamos de 75.000 muertes más en el conjunto del Estado respecto al periodo anterior. En el caso de la Comunidad Autónoma Vasca, que es donde quiero detenerme, fueron 2.672 más que en 2019. La sorpresa llega al comprobar la enorme diferencia en porcentaje que hay entre unas comunidades y otras. Así, mientras Madrid lidera el siniestro ránking con un 41 por ciento de incremento de decesos, y la media del Estado se sitúa en casi un 18 por ciento, Araba, Bizkaia y Gipuzkoa se quedan en un 12,4 por ciento. Sobra decir que cualquier aumento de mortalidad es una pésima noticia, pero si buscamos la otra cara del mensaje, nos encontramos que, con todos sus aspectos mejorables, nuestro sistema sanitario, unido por supuesto al comportamiento de la ciudadanía, ha evitado centenares de muertes o, lo que es lo mismo, ha salvado centenares de vidas. De eso no hablarán los cuantopeormejoristas.

Un curso escolar casi normal

Ahora que ha terminado el curso escolar —para muchos, ya lo hizo en mayo; qué suertudos los zagales de esta época—, conviene echar la vista atrás. Sin ira, claro, pero con el ánimo de poner el punto en cada i y de señalar a la legión de profetas del apocalipsis que han quedado con sus generosas posaderas al aire. Los datos contantes y sonantes nos hablan de una extraordinaria falta de acontecimientos reseñables. Ha habido, por supuesto, algún contagio y no pocos aislamientos preventivos. En el caso de los primeros, los positivos, cabe acotar dos realidades: una, su proporción en el ámbito educativo ha sido menor que en cualquier otro; dos, han afectado más a los adultos que a la chavalería.

Es evidente que no ha sido un curso más, como nada lo ha sido en este año y medio en el sector al que dirijamos la mirada, pero a efectos prácticos se ha desarrollado sin que la pandemia haya determinado de modo crucial lo puramente académico. Ningún alumno ha aprobado o suspendido más de lo que lo hubiera hecho en ausencia del virus. Y en cuanto a lo verdaderamente importante, su salud no se ha expuesto a más riesgo en las aulas que en los bancos del parque en los que se sientan arracimados o que en sus propias casas. Al contrario: en el pupitre, en el patio o en el gimnasio han estado infinitamente más protegidos que en los lugares citados. Espero sentado una petición de disculpas y la admisión de su tremendo error de los que a finales de agosto y principios de septiembre de 2020 nos pintaron un panorama de chiquillos y docentes cayendo como moscas y acusaron a las autoridades educativas vascas de promover poco menos que un genocidio.

¿Cómo se aprueba en madurez?

Por alguna razón, los gestores de la Educación de cualquier gobierno español independientemente de sus siglas sienten la necesidad de cambiar las normas cada rato. Ocurre con las grandes leyes que, en realidad, son sucesivas contrarreformas, pero también con los reglamentos de cada una de ellas. Así, ahora que se debe aterrizar la recién aprobada LOMLOE, más conocida como Ley Celaá, nos encontramos en los titulares las ocurrencias más recientes del equipo de expertos del ministerio, que nunca defraudan. Esta vez la petenera por la que han salido es el aguachirlado de los suspensos. La intención de lo que se asegura que todavía es un borrador es que se pueda pasar de curso en primaria y secundaria hasta con tres asignaturas no aprobadas. Sí, nada más y nada menos que tres. La decisón final dependerá de un comité de cada centro que deberá establecer si el alumno o la alumna en cuestión acredita la suficiente madurez para promocionar al siguiente nivel. Así, a primera vista, no se diría que el método va en la línea de la búsqueda de la excelencia con la que tanto nos dan la matraca. En todo caso, es una forma de reconocer que buena parte de los contenidos de los programas educativos son perfectamente prescindibles y que la evaluación basada en los exámenes clásicos debería pasar a mejor vida de una vez. Otra cuestión es encontrar una alternativa razonable, viable y sobre todo, justa para determinar no solo el paso de curso sino los méritos concretos y diferenciales de cada estudiante. Es algo que se busca desde que yo estaba en un pupitre, mucho me temo que sin resultados. Por eso vamos de parche en parche.

Casi adiós a la mascarilla

Ahora sí que sí. Es cuestión de días. De semanas, como mucho. Quizá no a la vez en todos los territorios de Euskal Herria, pero todo apunta a que muy pronto podremos liberarnos de las mascarillas, por lo menos, en exteriores. No sé si les pasa también a ustedes, pero desde que ha empezado esa oficiosa marcha atrás, me ha nacido una cierta ansiedad. Es como si fuera más consciente de que llevo una tela sujeta por una goma a las orejas que me tapa la nariz y la boca. Y eso que estoy entre los afortunados que ha tenido una relación de lo más llevadera con ella. Sí es verdad que hasta que descubrí determinada milagrosa bayeta antivaho, me tocaba ir prácticamente a tientas con las gafas empañadas cuando llovía o hacía frío. O que en días de calor, subir una cuestita con la bici se me hacía el Tourmalet. Pero, en general, he sido capaz de portarla sin mayores problemas y, además, con la conciencia de que me estaba protegiendo y protegiendo a los demás. Y no solo contra la covid, sino, como parece que ha quedado demostrado, contra muchos otros de los virus cotidianos. Siendo como era de una bronquitis, una faringitis y no sé cuántos constipados nasales al año, he pasado los últimos quince meses sin mucho más que la tosecilla de exfumador que me asalta de tanto en tanto para que no olvide mis viejos pecados. Así que no voy a dejar de celebrar el instante en que deje de ser obligatorio su uso al aire libre, pero algo me dice que incluso cuando la liberación se extienda a los espacios a cubierto, seguiré llevando un par de ellas en el bolsillo para usarlas en situaciones concretas. Y estoy seguro de que no voy a ser el único.