Los que callan… y otorgan

Sí, es verdad, los más miserables son los que aplauden las matanzas que está cometiendo Putin en Ucrania. Por ejemplo, aunque no son los únicos, esos desalmados que pintarrajearon la vomitiva Z prorrusa en los albergues de Bizkaia que acogen refugiados. Añado ahí a los memos que vinieron a mi blog a hacerles el caldo gordo cuando lo denuncié. Medio peldaño de indecencia por debajo están los negacionistas que atribuyen las imágenes de las masacres a montajes ordenados por Zelenski o, peor todavía, cometidas por él mismo para pasar por mártir. Por ahí andan también los desvergonzados que nos exigen que escuchemos “las versiones de los dos lados”, colocando en el mismo plano a los victimarios y a sus víctimas, y tirando del cínico comodín: “Como no estamos allí, no podemos saber lo que pasa”. Inmediatamente después o a la par están los del “pero es que…”, siempre con una justificación de las carnicerías que desvía la responsabilidad de Rusia y la sitúa en la OTAN, Estados Unidos o la Unión Europea.

Y luego están los integrantes de una categoría especial de impudicia, la de los que callan como las tumbas que no tendrán la mayoría de los asesinados por la soldadesca rusa. Son esos tipos que salen en tromba a poner el grito en el cielo y a impartir lecciones de dignidad ante cualquier injusticia del repertorio oficial pero que todavía no han dedicado medio tuit a las orgías de sangre de Mariúpol, Bucha o la estación de Kramatorsk. Ese silencio de piedra después de casi cincuenta días de invasión los retrata entre la peor calaña de cobardes y, por añadidura, despoja de credibilidad cualquiera otra de sus denuncias.

“¡Maricón de mierda!”

A duras penas contengo las lágrimas de rabia al leer en este mismo diario el testimonio de la (por ahora) víctima más reciente de una agresión homófoba en Bilbao. Más allá de los detalles particulares, el relato contiene un elemento que se repite prácticamente en todos los cada vez más frecuentes episodios de violencia machirula y casposa: la expresión “¡Maricón de mierda!” proferida con asco por los matones. Y acabo de dejar anotada la otra constante. Aunque pueda haber un tipejo que lleve la voz cantante, lo más corriente es que los agresores actúen en grupo. O sea, en piara, jauría o manada. Hasta quince cagarros humanos jalearon en esta ocasión al chulito que propinó el puñetazo al joven. Eso habla de cobardía y de gregarismo ovino, pero también de sensación de impunidad y de fracaso absoluto de las bieniencionadas acciones para evitar que ocurran este tipo de atropellos.

No me cansode escribir que va siendo hora de pasar de las palabras a los hechos. Porque están muy bien las reprobaciones megacontundentes, las apelaciones con mentón enhiesto a que cada vez sea la última… hasta la siguiente y las proclamas de “tolerancia cero” que se manifiestan ridículas ante la evidencia: no solo no se evitan las agresiones sino que se vuelven casi un hábito. No hay fin de semana en que no se produzca una. Y toda nuestra respuesta es reactivar el bucle infinito de echarnos las manos a la cabeza, canturrear una solidaridad de chicha y nabo, hacer como que nos indignamos mucho, y pedir otra de gambas. ¿Qué tal si probáramos a demostrar a los agresores que sus vilezas no salen gratis?

‘Efecto Feijóo’

Hay que ver cómo nos gusta a los plumíferos la pirotecnia en los titulares. Eso, y hacernos trampas en el solitario a la vista de todo el mundo. “El ‘efecto Feijóo’ dispara al PP en el CIS”, encabezamos ayer y hoy 99 de cada cien medios, pasando por alto voluntariamente que hasta el que reparte las cocacolas sabe que Tezanos se saca los datos, si no de la entrepierna, por lo menos, de la sobaquera. El histórico de la comparativa de sus vaticinios con la realidad demuestra que el carísimo instituto demoscópico público español tiene un índice de acierto por debajo del de la escopeta de feria más chungalí. Claro que, como también tenemos certificado, los groseros fallos no atienden necesariamente a la incompetencia sino a la intención desparpajuda de arrimar el ascua a la sardina ideológica del señorito.

El resto del trabajo lo hacemos, insisto, los trasegadores de información al distribuir la mercancía averiada sin siquiera pasarla por el cedazo. Bien es cierto que también lo hacemos porque nos sirve para llenar de material gratuito de aluvión minutos de tertulia o centímetros de papel y/o pantalla. ¿Que hay que vender el ‘Efecto Feijóo’? Oiga, pues se vende acompañado de toda la fanfarria que sea menester, de igual modo que, cuando toque, correremos a proclamar que el tal efecto se ha estancado, se desinfla o, si es el caso, cae en picado. Ya se hizo, sin ir más lejos con el ‘Efecto Casado’, sin que la curva azul que subía y bajaba según le petaba al gran maestre del CIS pudiese confrontarse nunca con los hechos contantes y sonantes. Lo sorprendente, o quizá no tanto, es que el birlibirloque siga colando.

Korrika: inercias que no deben caber

Qué más quería esa excrecencia política que atiende por Partido Popular del País Vasco que le sirvieran en bandeja unos titulares de aluvión. La menguante formación que todavía preside el inefable Carlos Iturgaiz ha conseguido diez minutos de focos por pedir que la fiscalía del estado investigue si en el transcurso de la Korrika que terminó el domingo se ha incurrido en enaltecimiento del terrorismo. Nos conocemos lo suficiente como para tener meridianamente claro que lo que mueve esta sobreactuación son el afán de figurar, la cansina querencia de ordeñar la en otro tiempo suculenta ubre de la serpiente y, de propina, el desprecio infinito (a veces odio sin matices) al euskera.

Ocurre en esta ocasión que al PP se lo han puesto a huevo para hacerse el selfi. Me consta que incomoda, que la tentación de mirar hacia otro lado y dejarlo pasar es grande porque tenemos mil motivos para empatizar con la organización y, sobre todo, con la causa. Pero flaco favor le hacemos a esa causa si callamos ante la evidencia clamorosa de la utilización que algunos hacen de la iniciativa por el euskera. No es de recibo que la carrera haya servido prácticamente por donde ha pasado para la exaltación heroica de tipos que, más allá de que merezcan un aplicación justa de la política penitenciaria, tienen a sus espaldas uno, dos, diez, o veinte asesinatos. Como dijo ayer el portavoz del Gobierno Vasco, tal ensalzamiento es una afrenta a las víctimas y a la convivencia. Guardar silencio o, peor, amparar esos comportamientos indecentes es despreciar a quienes apoyan la Korrika con su mejor voluntad.

Antifascistas muy fascistas

Aunque se le atribuye a Churchill, no fue el excesivo estadista británico sino alguna brillante persona anónima la que profetizó que los fascistas del futuro se llamarían a sí mismos antifascistas. Los nuestros, en concreto, que además le tienen que poner el toque vernáculo, se presentan como antifaxistak. Y tal cual han tenido el cuajo de firmar las vomitivas pintadas que han hecho en los centros de Bizkaia que acogen a refugiados ucranianos. Las fechorías que ellos consideran gestas incluyen una hoz y un martillo cruzados (cuyo significado no distinguirían del de una onza de chocolate) y la Z que los matarifes rusos han convertido en símbolo de sus masacres. Hace falta ser malnacido para plantarse en el lugar de acogida de quienes han tenido que escapar de su país con lo puesto y pintarrajear las consignillas del genocida. ¿Qué estaríamos diciendo (qué estarían diciendo estos mismos miserables) si algún tarado llenase de mierda islamófoba las paredes de albergues o pisos donde viven provisionalmente refugiados sirios?

Lo triste es que ni siquiera puedo decir que me sorprenda. Tenemos sobradas muestras de la perversidad de buena parte de los que, insisto, encima tienen los santos bemoles de presentarse como punta de lanza de la lucha contra la extrema derecha. En el caso que nos ocupa, la villanía y la amoralidad adquieren dimensiones cósmicas. Ya no es que miren hacia otro lado o que contemporicen. Qué va. Es que se dan el curro de hacerse con unos esprais y recorrer las calles en busca de los alojamientos de las víctimas de la carnicería rusa para hacerles saber que están con el causante de su tragedia. Ascazo.

Ayuserías de aluvión

La supernova Isabel Díaz Ayuso plegó de sus dos bolos por Euskal Herria con más pena que gloria. Ni en Gasteiz ni en Iruña hubo piedras ni algaradas para recibirla; no saben cuánto me alegro de haber errado en mi pronóstico basado en la amplia bibliografía presentada y en las convocatorias de los cansinos antifaxistak que ni huelen que los fascistas son ellos. Según leí conteniendo una risotada en Diario de Noticias de Álava, en la capital de la CAV el comité de bienvenida se redujo a un entusiasta con una bandera rojigualda. Al aparecer la lideresa en las inmediaciones del centro memorial de las víctimas del terrorismo, el tipo ondeó la enseña y ella le devolvió el saludo antes de entrar a hacerse una foto en plan parque temático en la reproducción del zulo donde ETA mantuvo recluido a Ortega Lara. Es terrible que tan siniestro lugar se haya convertido en punto de selfis obligados para mandatarios hispanistaníes.

Así las cosas, el único titular de medio fuste que dejó la doña fue la reivindicación de Madrid como paraíso fiscal natural. “Si se bajan impuestos, las empresas vendrán al País Vasco”, proclamó la individua como resumen de su populachera filosofía económica. Se le olvidó la segunda parte. Porque está por ver que una rebaja de tributos implique automáticamente el desembarco de empresas. Lo que sí está comprobado, y particularmente en la comunidad donde gobierna ella, es que la bajada de impuestos se traduce en el desmantelamiento de los pilares del estado de bienestar, empezando por la salud y la educación, y en la desprotección de la parte menos favorecida de la sociedad. Pero eso no le importa.

Todavía niegan Gernika

A poco menos de tres semanas del 85 aniversario del bombardeo de Gernika, hay que agradecerle al presidente ucraniano, Volodimir Zelenski, que en su comparecencia ante las cortes españolas lo escogiera como término de comparación con las carnicerías que está perpetrando la soldadesca rusa en su país. La pertinente analogía está provocando un hondo y revelador crujir de dientes entre los que, casi un siglo después de la inmisericorde devastación de la villa foral bajo las bombas nazis de la Légión Cóndor, siguen instalados en la nauseabunda manipulación a la que se entregó la propaganda franquista desde el mismo día de la fechoría.

No voy a decir que me sorprende, porque conozco a mis clásicos requetediestros y llevo lustros escuchando sus bazofias minimizadoras, justificadoras, exculpatorias o directamente negacionistas. Pero no puedo evitar mostrar mi hastío y, al tiempo, mi alarma al comprobar que esa versión insidiosa no solo resiste el paso del tiempo sino que hace fortuna entre los borregos ignorantes se tragan lo que les echen al buche sus referentes ideológicos. Y aquí es donde los extremos vuelven a magrearse impúdicamente porque esa actitud de los que no aceptan la realidad documentada de lo que ocurrió en Gernika tiene su correlato exacto en quienes, ante la evidencia irrefutable de las matanzas de Bucha o Mariúpol a manos de los matarifes de Putin, siguen vomitando que se trata de montajes orquestados por los ucranianos o, incluso, de daños autoinfligidos para explotar la baza del victimismo. Unos son los espejos de la miseria moral de los otros. Y viceversa, claro.