Pleito de vecindad

En un empeño inútil, siempre he tratado de mantener a raya mi euroescepticismo congénito chutándome dosis del entusiasmo que les sobraba a muchos de mis bienintencionados amigos que sostienen ardorosamente que el conglomerado continental es nuestro camino, nuestra verdad y nuestra vida como pueblo. Son muy buena gente, con la cabeza perfectamente amueblada y argumentos que lucen sólidos. Como es de cajón, son abertzales desde el meñique del pie izquierdo a la coronilla. Esta es la primera vez que me atrevo a decirles -jamás lo he hecho en privado- que me consta que sólo se envuelven en la bandera azul con estrellitas para taparse el fierro rojigualdo que, velis nolis, llevamos marcado. Soñándose europeos evitan recordar que a todos los efectos siguen siendo españoles.

Tal vez haya llegado la hora de revisar esa fantasía voluntarista. El trato a los arrantzales, la política agraria común que se pasa por el forro a los baserritarras o la bendición de la ilegalización de Batasuna nos podían haber servido como pista y enseñanza. Para las sacrosantas instituciones europeas, este trocito del mapa es tan España como Vitigudino. Y, como prueba del nueve definitiva, la sentencia contra las llamadas minivacaciones fiscales, que el Tribunal de Luxemburgo ha ventilado talmente como si fuera un pleito de vecindad. Entre españoles, por supuesto.

Siendo grave, lo de menos es el pastón que habremos de pagar en este tiempo de estrecheces. Peor es la lección -más bien, el escarmiento- que se nos ha querido dar. Ahora ya sabemos que esa autonomía fiscal que nos enorgullecía y que, bien utilizada, nos ha servido para capear temporales, es pólvora mojada. Cualquier prójimo tiñoso y querulante -y estamos rodeados de ellos- tardará en un padrenuestro en irse con el cuento al señorito europeo cuando vea que a nuestro lado de la linde los tomates crecen con más lustre. Y se saldrá siempre con la suya.

Caciques atrincherados

Ahora que han tocado pelo gubernamental, los recién investidos virreyes autonómicos del PP piden sopitas a papá Estado para que les haga un apañito con el inmenso pufo que se han encontrado en las arcas heredadas. Para no ser menos que los advenedizos, los mandarines gaviotiles que ya tenían ínsula propia desde hace lustros -Madrid, Valencia, Murcia, Castilla-León, etc- pasan por alto que en materia de derroche andan empatados con los manirrotos sociatas y se suman a la reclamación al maestro armero central. Hay que jorobarse con estos liberales que se vuelven estatalistas cuando ven en riesgo sus vidorras como marajás locales.

Lo descorazonador es que se saldrán con la suya. Si no es ahora, será dentro de cuatro días, en cuanto la bandera azul ondee en Moncloa y, a base de pegar tijera por los restos de lo social, acaben rascando los cuartos necesarios para mantener en pie ese timo de la estampita al por mayor que llaman, y a veces hasta sacando pecho, Estado de las Autonomías.

Buena la hicieron los cerebros privilegiados que parieron el engendro hace treinta y pico años sólo para aparentar que a Euskadi, Catalunya, Galicia y Andalucía no se les estaba devolviendo lo que les pertenecía. Su obcecado empeño homogeneizador, cínicamente bautizado “café para todos”, dio carta de naturaleza a un monstruoso entramado institucional que, lejos de acercar la administración al ciudadano, le impuso una doble muralla burocrática. Y para empeorarlo todavía más, andando los años, el mamotreto fue demostrando que su único sentido era -o sea, es- alimentar una nueva casta de caciques locales con sus correspondientes séquitos y laberintos de pesebres.

Ningún momento como este en que caen chuzos de punta económicos para hacer de la necesidad virtud y chapar de una vez esos chiringuitos tan inútiles como gravosos. Lástima que no vaya a ocurrir. Antes de prescindir del caviar, quitan a los demás el pan.

Las razones del asesino

Sugerencia, petición o trampa saducea vía Facebook, Twitter y hasta por correo electrónico: “¿No vas a escribir nada sobre el asesino de Oslo?” En primera instancia, el ego del columnista se siente confortado. Cree ver reconocida esa soledad del teclado, tan jodida ella, que te hace dudar de cada línea escrita. A fin de cuentas, debe de ser verdad que hay alguien al otro lado. Aunque uno se haya vasectomizado los tímpanos para que todo elogio que caiga en ellos no procree un enorme narciso, siempre quedan cuatro gotitas de vanidad irredentas. Y, venga, va, todo sea por tu público. Te pones a tratar de cumplir el mandado… hasta que descubres con horror que no estás a la altura de tal tarea.

Tan crudo como lo confieso. Nada de lo que se me pueda ocurrir sobre el tal Anders Behring Breivik vale más que cualquier gañanada que se haya soltado estos días con el codo apoyado en la barra de un tasco. O, si es el caso, que las pontificaciones que hayan dejado en el éter, en internet o en los periódicos de papel cualquiera de mis cofrades del juicio a toda costa y sobre lo que sea. Qué envidia, no tener las cosas tan claras.

Decía el filósofo Mel Gibson en ese clásico de arte y ensayo titulado Arma Letal que las opiniones son como los culos; todo el mundo tiene una. Pues servidor, por lo menos en este asunto, debe de ser la excepción. Palabra que con este tipo a lo más que llego es al enunciado de la evidencia: es un asesino múltiple. A partir de ahí, me pierdo en el clásico del huevo y la gallina. ¿Nació con el instinto criminal bajo el brazo y encontró la forma de darle gusto en un ideario pseudopolítico? ¿Fueron esas lecturas las que envenenaron al hombre bueno por naturaleza que, según Rosseau, todos traemos de fábrica? A lo peor, simplemente, se juntaron el hambre y las ganas de comer. Me consta, eso sí puedo sostenerlo con cierta convicción, que ocurre con demasiada frecuencia.

Debate fiscal de pega

Dicen que se ha abierto el melón del debate fiscal. Ojalá fuera cierto, pero lo que nos muestran los titulares y las informaciones que sostienen esa especie es el mismo ping-pong demagógico de siempre. De un lado, el mantra liberaloide según el cual bajar los impuestos es la única receta para crear riqueza y empleo. De otro, la letanía bermeja sustentada en el principio difuso “que paguen más los que más tienen”.

Los defensores de la primera martingala tienen un morro que se lo pisan. A ellos les llega de sobra para mandar a su Borjamari al Pijo’s College o, si les sale un uñero, para tratárselo en una clínica de cinco estrellas. Les importa una higa que haya quien no pueda pagarse un cuaderno o el Bisolvón. La mayoría cree en su fuero interno que los que están en esa tesitura es porque se lo han buscado y por eso no están dispuestos a rascarse la cartera. No les entra en la cabeza que el estado social no tiene nada que ver con la beneficencia. Por descontado, la única riqueza y el único empleo en el que piensan es en el suyo.

En cuanto a los que pretenden que la justicia redistributiva consiste en subir el tipo impositivo a las grandes fortunas, su pecado es la ingenuidad que les hace concebir tal propósito como posible. Si vamos a la normativa vigente, veremos que la progresividad que reclaman está ya contemplada. Se pueden apretar aun más las tuercas por la parte alta de la tabla, pero sería inútil porque los que manejan esos pastones se van a escapar exactamente igual que ahora.

Y no, no es necesariamente porque le peguen al fraude con fruición. Les basta echar mano de cuatro argucias perfectamente legales sobre el papel para apoquinar como un mileurista o, si tienen un asesor un poco vivo, todavía menos. Si el debate fiscal quiere serlo de verdad, tendrá que fijar su foco en el desmantelamiento de esa perversa ingeniería. Sólo así será posible que paguen más lo que más tienen.

Euskobarómetro y dudas

El Euskobarómetro de mayo salió anteayer, 22 de julio, a las puertas de un puente que marca el finiquito real de este curso político. Para el martes, la ensalada de datos no sólo estará digerida sino directamente desintegrada. Quedará, como mucho, en el desván estadístico para uso y disfrute de los muy cafeteros de la demoscopia y sus hierbas. El común de los ciudadanos, que es para quien se supone que se hacen estos estudios que rascan un puñado de euros de las arcas públicas, apenas si se habrá enterado del bochornoso cate (y van…) que ha vuelto a cosechar el Gobierno de Patxi López.

¿Hay intencionalidad en el retraso y, sobre todo, en la elección del momento de la publicación? No nos precipitemos en el juicio. De saque, el mero hecho de que haya motivos para que se plantee esa pregunta ya indica que los cocineros de encuestas no han andado demasiado finos. Como científicos sociales que dicen ser, son los primeros que deberían saber que desde hace mucho su credibilidad está en entredicho por razones tan consistentes como la conocida cercanía (eufemismo) al PSE de su director, Francisco Llera. No parece que al presentar esta entrega en la antesala de los minutos de la basura de la actualidad le hayan hecho exactamente un favor a su imagen.

Cualquiera con tres nociones básicas sobre comunicación podría haber intuido fácilmente cómo iba a interpretarse la demora. Ahí surge, inevitablemente, una duda un poco más peliaguda: que a lo peor quien tomó la decisión no tenía sólo esas tres nociones básicas sobre comunicación que mentaba, sino cinco. Es decir, que asumió como coste menor las posibles críticas de cualquier columnista tocapelotas en un periódico no adicto frente a la ventaja indudablemente más suculenta que suponía reducir prácticamente a cero el impacto negativo de la enésima encuesta desfavorable a los cambistas de Lakua. Tal vez haya otra explicación. Pero no la han dado.

Elogio de Rajoy

No, no se han equivocado de periódico. Y tampoco vean el menor asomo de ironía en el título que encabeza estas líneas. Es cierto que hay un tantito así de ánimo provocador en el enunciado, pero hay más de aviso a navegantes confiados. Quien tenga al líder del PP por ese individuo gris, indolente y hasta calzonazos que nos han pintado y por ello lo arrumbe inofensivo, que vaya temblando después de haber reído. El seguro futuro presidente del Gobierno español es, bajo esa apariencia de encarnar justamente lo contrario, uno de los políticos más competentes y habilidosos que ha dado la piel de toro en los últimos años. Sería una temeridad que lo pasaran por alto los que, a no tardar mucho, habrán de vérselas con él en el cuadrilátero.

Mucho ojo con el registrador de la propiedad pontevedrés. No es que las mate callando, es que directamente convierte la eliminación de michelines en una de las bellas artes. Ya lo tenía acreditado con la fumigación inmisericorde de buena parte de la vaquería sagrada del partido. Sólo Álvarez Cascos, que es otro Godzilla de la vida pública, se le ha ido de rositas. Ya habrá tiempo de que le aparezca en la cama una cabeza de caballo como la que encontraron en su día Zaplana, Acebes o la misma San Gil, que todavía anda ladrando su rencor por las esquinas del ultramonte donde le dan bola.

Pero si Rajoy consiguió que la poda de la vieja guardia casposa pareciera un accidente, con la ejecución sumarísima de Francisco Camps se ha superado. Directamente ha hecho que simulara un suicidio o, como le ha gustado contarlo a la prensa adicta, una inmolación. Sin salir de la sombra, que para algo están los bocachones de corps como González Pons o Soraya, el exterminador con aspecto de viajante se ha librado de un furúnculo y se ha echado un mártir al coleto. Máxima eficacia, nula exposición. Y ahora, a esperar el paso del próximo cadáver por su puerta. Se llama José Luis.

Normalidad a pedales

Los símbolos los carga el diablo. No debería haber nada de particular en el hecho de que por un país de gran tradición y afición txirrindulari se disputen un par de etapas de una de las tres vueltas ciclistas más importantes del mundo. Pero no nos engañemos: lo hay, y eso es algo que saben con idéntica certeza tanto los que se oponen al paso de la ronda hispana por nuestras carreteras como quienes han procurado su retorno. Y ahí, precisamente, está el pecado original.

Somos muy mayorcitos para que nos vendan según qué burras. Cuando la santa alianza que tomó Lakua al asalto aritmético decidió reclamar de nuevo la presencia de la Vuelta a España, en lo último que pensó fue en que se trataba de una competición deportiva. Es más: sin rubor y con esa cara de “ahora mando yo” que aún no se les ha quitado a los recambiadores acelerados, se presentó la determinación como una herramienta -¿o era arma?- para la normalización. En eso tampoco nos timan, porque todos sabemos que no hay anormalidad mayor que la normalidad impuesta.

La cosa es que no fue suficiente con eso. Si hacemos memoria, recordaremos que el anuncio traía en el mismo pack la solicitud de que las selecciones españolas de lo que fuera (el gran sueño era traer la llamada Roja a San Mamés o Anoeta) vinieran a hacer bolos pedagógicos a estas tierras mayoritariamente refractarias a lo rojigualdo. No había nada inocente en esa medida que fue, qué casualidad, de las primeras que nos calzó un gobierno que, a falta de capacidad de acuerdo para otras cosas más urgentes, usó como argamasa lo patriotero.

Y como prueba del nueve por si quedaban dudas, la Guardia Civil volviendo como Terminator al lugar de autos por capricho de su excelencia Rodolfo Ares Taboada. Hace falta rostro para pedir, con esos antecedentes, que no se politice la presencia de una competición que no regresa a estos parajes por ser “Vuelta”, sino por ser “a España”.