El informe Urgell

Si me pongo a hacer cuentas, seguro que me salen en un tris más de 150 amigos, conocidos o simplemente colegas del gremio que en los últimos dos años han acabado en la puñetera calle y ahí andan muriéndose del asco y sintiéndose juguetes rotos. También ellas y ellos vivían a la sombra del txori, con la peculiaridad de que en sus nóminas y en sus finiquitos de risa el sello y la razón social que figuraban eran los de cualquiera de las productoras que en el mismo viaje se han quedado al pairo en estos veintipico meses funestos. Los cito porque en estos tiempos en que cada cual bastante tiene con preocuparse por su culo, la sangría incesante ha fluido -y sigue fluyendo- en un silencio que debería parecernos atronador si nos quedara conciencia.

En la búsqueda de culpables de este crimen casi perfecto podría conformarme con la explicación más fácil y cargar todo el mochuelo en las resbaladizas espaldas de la escuadrilla de exterminadores y/o baldragas de la comunicación que operan desde la planta noble del rancho grande. Su lista de fechorías y disparates es, efectivamente, ancha, profunda y escandalosamente evidente. El letal combinado de ignorancia y mala intención que guía sus acciones ha tenido mucho que ver en el cruel desmantelamiento del sector audiovisual vasco que, dicho sea de paso, jamás fue exactamente Hollywood. Pero, salvo que nos pongamos anteojeras, no podemos atribuir el estropicio en exclusiva a los grisparduzcos gestores actuales de EITB.

Sólo hay que alejar la vista del ombligo público y parapúblico para comprobar que esto de contar cosas o entretener al personal se está poniendo imposible. Hasta los abusones del barrio se hincan de rodillas y lanzan por la ventana toneladas de carne de plumífero. Los únicos medios libres de ERE son los que ya han cerrado.

La moraleja de este cuento de terror inspirado por el Informe Urgell se la dejo a ustedes. A ver si la encuentran.

Profeta Lagarde

Me tildaron como demagogo desorejado cuando me eché las manos a la cabeza por los 380.000 eurazos anuales (gabelas aparte) que se había puesto como sueldo la entonces recién nombrada directora del Fondo Monetario Internacional, Christine Lagarde. Para mi pasmo quíntuple, hay muchas más personas de las que hubiera imaginado que tienen tal pastón por calderilla. “En la empresa privada estaría ganando diez veces más”, argumentaban los sorprendentes defensores, dando por hecho de propina que también les parecía la cosa más normal de la galaxia que un ser humano se llevase crudo de una sentada lo que el común de los mortales no acumularía en varias vidas. El corolario era que la sustituta de Strauss-Khan (ahorrémonos epítetos) era una mente tan preclara que todo el oro del mundo habría quedado corto como salario.

Pues ya lo estamos viendo. El penúltimo de los tropecientos lunes negros que llevamos encadenados se lo ha currado ella solita con su bocaza. Sabiendo que en el puesto que ocupa su verbo es carne, no se le ocurrió otra cosa que anunciar a los cuatro vientos una recesión inminente. Así, sin anestesia, porque sus másters y sus MBAs lo valen. Invitados al guateque por quien debía espantantarlos, los tiburones de costumbre –Mercados los llaman- se calzaron los colmillos de los días se fiesta y se pusieron finos a deuda soberana a precio de papel y, como entremés, acciones de todos los colores y sabores. Las bolsas europeas bajaron un 4% de media, que aunque en porcentaje suena a migajas, son miles de millones de euros en una tarde. Adivinen a quiénes se los van a rascar céntimo a céntimo.

Lo mejor es que después de haberla liado parda, sale tan ufana ayer en El País proclamando que “hay que romper el círculo vicioso de la crisis de confianza”. Como el modo elegido para hacerlo sea ir pregonando el apocalipsis, esto se va al guano antes de lo que nos tememos. Quizá hoy mismo.

Balance en blanco

Un año y un día desde que ETA anunció, en ese lenguaje suyo que tanto entretiene a filólogos vocacionales y descifradores de posos de café, el “cese de las acciones armadas ofensivas”. La noticia es que no es noticia o que si ha fungido como tal, ha sido simplemente por el apego que le tenemos a los aniversarios de lo que sea. Las efemérides no pasan de moda en el periodismo. De hecho, aquí tienen a otro plumífero enredando -o enredándose- con una. Sería demasiado cínico criticar lo que uno mismo practica.

Como contrapeso a tan poco original proceder, intentaré proponer en estas líneas una mirada que salga de los terrenos trillados por los que casi inevitablemente transitamos los que tenemos acceso a teclado o micrófono con balcón a la calle. Ya saben suficientemente de qué pie cojeamos cada uno y de qué materiales nobles e innobles están hechas nuestras obsesiones. No digo que no les aportemos nada, porque supongo que si se toman la molestia de leernos o escucharnos, sacarán algo en limpio, aunque sea la reafirmación de su discrepancia. Esta vez les pido que den un paso más y traten de escribir, siquiera mentalmente, su propia columna de balance de estos doce meses sin atentados. De eso iba lo del planteamiento novedoso que sugería.

Tal vez no les salga en el primer bote, así que les ayudo espolvoreando algunas de las preguntas que, siguiendo mi método habitual, yo mismo me hubiera formulado antes de ponerme a redactar. Por ejemplo: ¿Estamos mejor ahora que en septiembre de 2010? ¿Ha cambiado algo sustancial en nuestras vidas a lo largo de esta vuelta de calendario? ¿Ha variado el escenario político general? Si la respuesta a lo anterior ha sido afirmativa, ¿quiénes dirían que han trabajado a favor y quiénes se han dedicado a poner palos en las ruedas? ¿Hay alguna explicación a esas actitudes? Pueden añadir los interrogantes que se les ocurran. Ya les he dicho que era su columna.

Fraga, ese hombre

Tenemos el callejero, los pedestales y las enciclopedias a reventar de malnacidos que pasan por héroes o, en el mejor de los casos, por modélicos ciudadanos que dedicaron sus días a aumentar el caudal de la felicidad común. Una vez elevados a los altares, basta una mano de barniz para tapar todos sus hechos de sangre y fuego y trocarlos por memorables gestas y largas hojas de servicio al pueblo. El prodigio es que hasta los testigos y no pocas de las víctimas acaban comiéndose con patatas el recauchutado de los bruñidores de vidas ejemplares y los bribones pasan a la Historia vestidos de benefactores de la Humanidad.

¿Que cite un nombre? Lo tienen en todos los periódicos de ayer, glosado -salvo honrosas excepciones- con una prosa que va de lo babosamente simpático a lo descaradamente hagiográfico y entregado. Y eso que Manuel Fraga sólo se retira (con 36 años de retraso) de la política activa. Cuando se produzca lo que sus viejos compañeros de armas e infamias llamaban “hecho biológico”, será mejor que nos exiliemos durante todo el luto oficial porque no vamos a ganar para bilis. Al tiempo, si no lo canonizan o exhiben su cuerpo incorrupto junto a los leones de la Carrera de San Jerónimo.

Espero no ser el único incapaz de tragar con el retrato de entrañable viejecito cascarrabias que nos han pintado en su tardía despedida. Ese apergaminado señor de la silla de ruedas que ha ejercido de momia viviente en el Senado en los últimos cuatro años tiene varios armarios llenos de cadáveres. Ojalá fuera sólo una metáfora. Pero no. Los cinco muertos de Gasteiz y los dos de Montejurra no le son -y esto es un eufemismo- en absoluto ajenos. Eso, sin contar con las ejecuciones decretadas por aquel a quien el león de Villalba llamó “su excelencia” durante el cuarto de siglo que le hizo de alfombra. Jamás nadie le ha escuchado el menor arrepentimiento por todo aquello. Al contrario: está orgulloso.

¿Refundar el qué?

Deberíamos recordarlo. No fue hace tanto tiempo. Un par de años, pongamos, cuando todo el monte económico dejó de ser orégano de un rato para otro y los chulitos que andaban expidiendo certificados de buena conducta financiera -Lehman Brothers, Merrill Lynch- dieron de morros en el empedrado, demostrando que en su pajolera vida habían aprendido a sumar dos y dos. Qué gran espectáculo, ver cómo los que tienen por religión acordarse de las muelas de los oprobiosos estados intervencionistas pedían sopitas trillonarias a sus odiadas administraciones públicas. Y ahí que fueron los heroicos dirigentes del mundo libre y no tan libre a echar paletadas de pasta del contribuyente que hicieran seguir la timba salvaje.

Como había que buscar una justificación para que los paganos de la broma no volvieran a tomar la Bastilla ni el palacio de invierno en un berrinche, los mandarines donantes vendieron el peine de que se trataba de evitar que todo se fuera al carajo. Por si no colaba, añadieron con solemnidad que todo el numerario entregado por la jeró tendría como recompensa la inmediata refundación del capitalismo. Palabra de Obama, te alabamos, señor. Lo habían prometido los contritos tiburones rescatados del arroyo. En los sucesivo, se afeitarían los colmillos y se conducirían con ejemplaridad franciscana. Un cuarto de hora nos separaba de la felicidad y la justicia universal.

Ya se ha visto, ya. En cuanto se les pasó el susto -si algún día llegaron a sentirlo-, volvieron a las andadas con ímpetu renovado y hambre atrasada. A este paisejo le dejamos la deuda a la altura del betún, a este otro le metemos las gomas hasta el corvejón con la prima de riesgo y a aquel otro lo compramos directamente al peso y en chapas de la Babcock. Y para que se sepa quién manda aquí -¡los mercados, oh, sahib!-, ponemos a todos los gobiernos a reformar y recortar derechos de sol a sol. La refundación era eso.

Volver

Ya adivino el parpadeo de las luces que a lo lejos van marcando mi retorno. No son, como en el caso de Gardel, las mismas que alumbraron hondas horas de dolor, sino, más prosaicamente, las que dejé encendidas antes de embutirme en las bermudas y calzarme las chanclas reglamentarias de veraneante. “Te has perdido un agosto intensísimo”, me dio la bienvenida el lunes alguien que se había quedado de retén atornillado al teletipo mientras este arribafirmante holgaba a 96 kilómetros de Babia, esa Ítaca de los que durante once meses nos empapuzamos de actualidad sin tiempo para retirar la cáscara ni el hueso. Había cierta convicción en el tono de mi bienintencionado interlocutor pero, por supuesto, no tragué.

La gran cura de humildad de las vacaciones de un periodista es constatar que uno mismo es capaz de pasar treinta días de espaldas a lo que durante el resto del año cuenta con los pulsos acelerados como si fuera una revelación definitiva. Rebajada la adrenalina por un termómetro que marca treinta grados y un vermú acompañado de una tapa, las noticias de las que no te va a tocar dar cuenta empequeñecen hasta parecer intrascendentes. La duda que uno no llega a plantearse hasta el momento de vuelta a la noria -o sea, tal que este preciso instante- es si eso no ocurrirá porque, efectivamente, cuatro quintas partes del material que servimos a nuestra clientela es perfectamente prescindible. Y a veces, más.

Ni se molesten en reflexionar sobre ello. Les va a dar lo mismo. Una vez recuperada la aceleración, hasta quienes en momentos de debilidad proponemos estas filosofías vanas, volveremos a disfrazar cada información con ropajes de acabose y no va más. Pasada por nuestra túrmix, la más insignificante declaración o el dato con menos sustancia lucirán cual si nadie pudiera seguir respirando sin estar al corriente de ellos. Hagan el favor de no contárselo a nadie o se descuajeringa el invento.

Suspense recuperado

Habrá que felicitar al equipo de guionistas. En las buenas teleseries, el capítulo final de cada temporada debe cerrar algunas de las tramas que han entretenido a la audiencia en las semanas previas y, en el mismo viaje, abrir las que se desarrollarán en la próxima remesa de episodios. El anuncio del adelanto electoral en el último día hábil del mes de julio, cuando parecía que el culebrón había entrado en un bucle duermeovejas, ha sido un acierto argumental para resucitar un cierto suspense. Convocarlas para el 20-N, que no es una fecha cualquiera, sólo puede calificarse como golpe de genialidad. Casi compensa el truñazo que nos han estado sirviendo hasta ahora.

Los espectadores, sobre todo los que por oficio, por inclinación, o por una mezcla de lo uno y lo otro, estamos muy enganchados al serial, hemos recuperado el interés y tratamos de hacernos una idea de por dónde avanzarán los hilos. Salvando las distancias, viene a ser como cuando George Clooney se fue de Urgencias o cuando murió Chanquete en Verano azul. Zapatero, que era el protagonista principal, pasa a tercer plano y el peso de la acción recae en Rajoy y Pérez Rubalcaba. Ambos eran mucho más que secundarios en la anterior etapa, pero en esta son directamente los encargados de que el share no decaiga… por lo menos, hasta el momento de contar las papeletas.

Aunque haya sido accidental, la elección de ambos personajes ha sido otro hallazgo afortunado porque hace que el desenlace previsible -victoria del PP por goleada- se tiña, siquiera levemente, de incertidumbre. Con el Rasputín de Solares como ariete, ya no se descarta una derrota medianamente honrosa del PSOE. Incluso hay quien recuerda la remontada épica del 93, cuando el ya desahuciado Felipe hizo esperar otros cuatro años más a Aznar.

Hay que estar, por tanto, atentos a la pantalla. Por aquí arriba nos jugamos también muchas cosas en los próximos cuatro meses.