Entre el soniquete hipnótico de la lotería, la montaña —pongamos Montserrat— parió un ratón. El primer teletipo lo vendía como un acuerdo entre Junts Pel Sí y la CUP. Se aludía a una supuesta postura en común en materia social y, como si no fuera lo que de verdad importa, se mentaba de refilón algo de una fórmula para la investidura. La de Artur Mas, se entiende, que es lo que se dilucida. Entre el mercadillo, la confección de trajes de lagarterana y el taller de magia Borrás, se hablaba de una presidencia rotatoria al estilo de las comunidades de vecinos.
Pero ni eso, oigan. Las sucesivas noticias al respecto fueron aguando el de por sí liviano caldo de asilo. Una comparecencia vespertina de varios jocundos representantes de la CUP rebajó aun más la cosa entre jijís y jajás que a mi se me antojaron extemporáneos. Resulta que no era ni acuerdo, ni principio de acuerdo, ni preacuerdo, sino una propuesta monda y lironda que Junts Pel Sí lanza a la desesperada a las bases de la coalición anicapitalista para que la consideren en su asamblea de domingo. Casi nada entre dos platos. O menos.
A punto de cumplirse tres meses desde las elecciones, ni cenamos ni se muere padre. No se olvide que se viene de un retraso de más de un año en la tan campanudamente nombrada como Hoja de ruta. Aparte de una declaración que no hay modo de llevar a la práctica, lo único que se ha conseguido es que Convergencia se desangre impúdicamente ante los ojos de todo el mundo. Eso y que Jordi Évole haga bromas sobre lo mucho que se parecen una Catalunya y una España que en este minuto del partido se antojan ingobernables.