Desde el primer acto de esta campaña express interminable, Pedro Sánchez anda prometiendo desayuno, comida, merienda y cena que no habrá Gran coalición. Para los que andamos bien de fósforo y estamos avecindados en la demarcación autonómica vasca, es imposible que no nos acuda a la mente el recuerdo de Patxi López hace diez años y pico jurando (o sea, perjurando) que no pactaría con el PP.
Y bien, tampoco exageremos. Aunque en la política lo hemos visto ya casi todo, en el instante actual resulta altamente improbable que se acabe consumando un gobierno formado a pachas o semipachas por las dos siglas que siguen siendo puntales del bipartidismo. De saque, porque ni a ferracenses ni a genoveses les conviene una coyunda pública de semejante envergadura. Pero es que, además, seguramente no va a ser necesario embarcarse en la aventura de compartir gabinete. Bastaría con una abstención patriótica que evitara un nuevo bloqueo.
Quizá es que nos estamos volviendo todos conspiranoicos, pero esa eventualidad explicaría la repetición electoral como el paso imprescindible para crear el contexto en que pudiera resultar entendible un acuerdo que se vendería en nombre del bien común, la responsabilidad y blablablá. El PP de un Casado al que todavía le falta medio hervor para aspirar a dormir en La Moncloa ganaría puntos por su sentido del Estado y, a poco hábil que estuviera, se aseguraría atar por los pelendegues al PSOE en el correspondiente contrato prenupcial. Claro que, conociendo al gurú de cabecera de Sánchez, tampoco es descartable que todo sea una pantomima para terminar haciendo hincar la rodilla a Pablo Iglesias.