¿Dos bloques?

Simplifica, que algo queda. Leo, escucho y hasta en ocasiones digo y escribo yo mismo que en las elecciones impuestas del 21 de diciembre en la Catalunya de la DUI y el 155 habrá dos bloques frente a frente. Cuela, quizá, como verdad a medias, pero en cuanto te quitas las anteojeras y te sacudes las legañas, empiezan a no cuadrar los números. ¿En qué bando colocamos a los autodenominados comunes de Ada Colau y Pablo Iglesias? Según la costumbre, antes de votar, se les acusa de ser “de los otros”, y una vez contados los sufragios, pasan a ser “de los nuestros” para vender la sobada moto de la mayoría pro o anti. A no ser que pretendamos hacernos trampas en el solitario, parece razonable pensar que no son ni esto ni aquello exactamente.

Anotada la salvedad, procede ver si cada una de las dos facciones lo son con todas las de la ley. En la constitucionalista (o sea, unionista), se ven a kilómetros las navajas. Y el fulanismo, claro, que casi no se nota [ironía] lo que le revienta a Albiol salir de paquete de la advenediza Arrimadas. En cuanto a Iceta, ese baila solo. O, dándole la vuelta, solo baila. Su mensaje se reduce a eso.

Más sorprendentes se antojan las zancadillas cada vez menos disimuladas en el flanco soberanista, que es donde se diría que hace falta mayor unidad. Si ya resultó extraño que en las circunstancias en que se dio la convocatoria, fuera imposible consensuar una sola lista, la perplejidad ha crecido ante los mensajes algo más que contradictorios. Como coda, la competitividad imposible de ocultar y el intercambio de cargas de profundidad sobre quién debe ocupar la presidencia.

Arrimadas, a callar

Previsible, repugnantemente previsible. Una tipeja se encarama a su muro de Facebook para proclamar sus deseo de que la dirigente de Ciudadanos, Inés Arrimadas, fuera violada en grupo a la salida de una entrevista que le están haciendo en una cadena de televisión. La individua, espécimen de manual del bocabuzón amateur que se gasta en las llamadas redes sociales, no se priva de empezar su vertido de bilis dejando claro que sabe que le “van a llover las críticas” y que lo que va a decir “es machista y todo lo que se quiera”. Para terminar de quedarse a gusto, la mengana remata la deposición subrayando que la agresión grupal es lo que se merece “semejante perra asquerosa”.

Es verdad que cuando Arrimadas denunció públicamente la brutal demasía, hubo un primer momento de aparente indignación y solidaridad más o menos generales. No cabría esperar algo diferente, ¿verdad? Pues, lamentablemente, se equivocan. Fue cuestión de un par de horas que cambiaran las tornas. Por sorprendente que les parezca —ya les digo que yo sabía que ocurriría—, la vejada dialécticamente acabó siendo la mala de la película.

Las y los campeones de la progritud, los mismos que gritan más alto que nadie “Tolerancia Cero” y “No es No”, empezaron a tacharla de irresponsable por no haber callado. Por lo visto, sufrir esos ataques le va en su sueldo como representante política. Servía también como justificación que no fuera la única a la que le ha pasado algo así. Cómo no, salió a colación la santa libertad de expresión, aunque lo insuperable fueron los que dijeron que lo verdaderamente machista era meterse con la autora del mensaje.

Foto con TC de fondo

Como en la canción de Aute, miro el instante que ha fijado la fotografía, y trato de escoger entre la vergüenza ajena y la perplejidad asombrada. ¿De qué se ríen los tres delegados catalanes de los partidos unionistas españoles ante la fachada —en sus dos sentidos— del Tribunal Constitucional? Resulta que en este momento de gravedad suprema en que la patria está en peligro, lo que les pide el cuerpo a los mosqueteros de la unidad nacional es retratarse en actitud de jijí-jajá, exhibiendo con orgullo de turista el recuerdo que se llevan de la villa y corte: el resguardo del recurso contra la declaración en que la amplia mayoría representada en el Parlament da por comenzado el proceso de desconexión de España.

Se pregunta uno qué les hace tanta gracia, justo antes de caer en la cuenta de que se está refiriendo a Inés Arrimadas, Miquel Iceta y Xavier García-Albiol, cuyas tallas políticas, incluso sumadas, no alcanzan ni el bordillo de la acera en la que posan encantados de haberse conocido. Seguramente piensan que es la leche haber sido enviados por el frente rojigualdo a pedir sopitas a los supertacañones de las togas y las puñetas hispanas, todos y cada uno de ellos, elegidos por los partidos solicitantes. Eso también es un retrato: pretender obtener en los despachos aquello para lo que tus escaños se quedan cortos. Esa es la separación de poderes funcionando a pleno pulmón, y mucho cuidado, que todavía es precio de amigo. Ya escuchamos primero a Margallo que los motines se sofocan, y después a Fernández que hay picoletos y nacionales para parar un tren, aunque lo conduzca la voluntad popular.