Su delincuente, señor Alonso

Si tuviera tiempo y una moviola, me vería marcha atrás a cámara superlenta los kilómetros y kilómetros de película del culebrón barcenesco hasta encontrar el fotograma exacto en el que el tipejo de la gomina se convierte en delincuente. A ojos de la oficialidad pepera, quiero decir. El resto de espectadores, más acostumbrados de lo que quisiéramos al género mafioso-politiquil, tuvimos claro desde su primera aparición en escena que el gachó no era trigo limpio. Sin embargo, la cúpula —o la cópula, si lo prefieren— genovesa defendía su honorabilidad y bonhomía a capa, espada y berbiquí. Quedan para la antología aquellas palabras del mero mero Rajoy porfiando, en una curiosa construcción gramatical, que nadie podría probar que el ciudadano motejado como el cabrón no era inocente.

Ese doble tirabuzón negativo con titubeo incorporado se espolvoreó, como seguramente recordarán, en el Parlamento vasco, donde el líder carismático o así compareció arropado por una miscelánea de figurantes llamados Antonio, Arantza, Borja, Iñaki, Antón o Leopoldo, no sé si les sonará alguno; son secundarios que por aquí trabajan bastante. Faltaba en la foto (o supo escapar al encuadre, será por mañas) un tal Alfonso Alonso, gran medrador y diestro manejador del piolet, que igual que el resto de los citados, es uno de los Kirikos principales del corral vascongado de la gaviota. Lo miento —del verbo mentar, no de mentir— porque todo parece apuntarle como el depositario del secreto de la transmutación de Bárcenas de enorme ser humano perseguido artera e injustamente a mangante de tres al cuarto. No en vano, fue la suya la primera boca mariana que promulgó la excomunión del antiguo conmilitón ejemplar. “¡Están ustedes apadrinando a un delincuente!”, escupió el trepador vitoriano a la oposición en el Congreso. Hasta el políticamente moribundo Pérez Rubalcaba resucitó: “Efectivamente, su delincuente, señor Alonso”.

Aznar amenaza

Aunque un día llegara a poner sus zancas sobre la mesa en una timba de los señores planetarios de la guerra, para mi Aznar siempre ha sido el Aznarín de los chistes de Forges de los primeros 90. Pocos fenómenos de sugestión colectiva me maravillan más que la conversión de un mindundi resentido y esquinado en estadista carismático. Que su aura no solo se mantenga sino que vaya creciendo con el paso de los años es algo que definitivamente escapa a mi capacidad de comprensión. Lo único que tengo claro es que las claves que hay que manejar para abordar al personaje no son políticas sino psiquiátricas. Sé que puede sonar a exabrupto o demasía, pero lo anoto tal cual lo percibo, a medio camino entre el asombro y, por qué negarlo, un cierto canguelo. Las enciclopedias y los libros de Historia están hasta arriba de perturbados que las han liado pardas. Literalmente pardas, con camisas de ese color y todo, en alguno de los casos.

Pero este ya nos ha hecho todo el daño que podía hacernos, ¿no? Pues no sé que les diga. En la lisérgica entrevista —o lo que fuera— que le regalaron anteayer en el canal complementario de ese otro que tanto mola al progrerío fetén, el fulano amenazó con volver a poner un poco de orden en este carajal. “Si es que no se os puede dejar solos”, le faltó añadir al Mesías que se anuncia a sí mismo. Habrá quien lo tome como un farol, un marcado de paquete para impresionar a la claque o un amago destinado a acojonar al heredero que le ha salido rana y al que, por cierto, menuda manta de collejas le arreó, pobre Mariano. Tal vez fuera solo para entregarse al onanismo compulsivo al leer y releer los titulares en las horas y los días siguientes.

Ojalá todo se quede en el susto, en el escalofrío rampante por el espinazo al imaginar que lo que ya es negro es capaz de tornarse más oscuro. Como a Sémper, me parece que Zapatero se consolida como el mejor expresidente español, ¡uf!

Operación Q

Antes de marchar a hacer las Américas, el inminente tiburón financiero Antonio Basagoiti cumple con un precepto muy clásico de su bandería doctrinal: hay que dejar las cosas atadas y bien atadas. Tiene su gracia que lo haga mejorando la ortodoxia marxista-leninista y, en especial, uno de sus engendros teóricos más abracadabrantes, el centralismo democrático, que como todo el mundo sabe, era lo primero pero jamás llegó a ser lo segundo. La cosa consiste (pongo el verbo en presente porque el método es el que aún impera en prácticamente todos los partidos de nuestro entorno) en señalar a la dócil e ignorante militancia el pastor que más les conviene, de modo que su trabajo intelectual se reduce a un balido prolongado de confirmación. Un congreso preparado al milímetro por los duchos fontaneros asegura la mayoría a la búlgara pertinente para que la macedonia tenga el aspecto de una piña.

La aportación innovadora de Basagoiti —o de Rajoy, si vamos al origen— ha sido saltarse el último paso. Por un lado, y aunque suene cínico, se agradece que se evite el paripé y, sobre todo, que no se oculte a la masa, votante o no del PP, que donde manda el dedazo del patrón no pintan nada las cartulinas que puedan levantar los marineros. Por otro, queda claro y cristalino que en realidad se ha hecho de la necesidad virtud. Nadie garantizaba que los espectros del pasado recientísimo no salieran en tropel del búnker a cobrarse la vendetta que rumian en las tertulias de la tedeté donde van a hacer sus terapias de grupo.

Por lo demás, la elección sucesoria no podía ser más salomónica a la par que, según opino a mil millas ideológicas, acertada. Arantza Quiroga es la menos pop de los pop y la menos dura de los duros. Salvo que a los egos heridos por ver sus aspiraciones aplazadas cuando ya se soñaban con mando en plaza les venza la tentación de la pelusilla, la Operación Q puede funcionar. Será cuestión de verlo.

Rubalnada

Carga de profundidad atribuida de modo muy verosímil a Iñaki Anasagasti: “Rubalcaba, si te descuidas, te la clava”. Pero eso era antes, cuando la sola mención del también llamado Rasputín de Solares provocaba sudores fríos, acopios de ajos y crucifijos y carreras para ocultarse tras la cortina más cercana, donde seguían temblando las canillas y castañeteando la piñata. Entonces inspiraba por igual a propios y ajenos un pavor infinito, solo comparable al que se tiene por la Parca, los dentistas o, en otra división, las metáforas de José Luis Bilbao. Acompañado por su fisonomía siniestra ma non troppo, su gestualidad de trasgo con algo de gremlin y su verbo cortante como los bordes de un folio joputa, parecía —y lo fue— capaz de detener el tiempo y la circulación de la sangre con una mirada. Aunque solo fuera a preguntarte si te apetecía un café o qué tal iba tu suegra de las varices, por instinto te salía arrodillarte y jurarle que fue sin querer, que no volverías a hacerlo y que en lo sucesivo te cortarías un brazo o los dos antes de volver a disgustarlo.

Qué tiempos, no tan lejanos por otra parte, en los que se decía que era Fouché redivivo y se le componían cantares de gesta, églogas y ditirambos que engrandecían aun más su ego y su poder sobre lo animado y lo inanimado. Quién nos iba a decir que llegaría la hora de verlo como materia para el blues más triste, que es el que se les escribe a los que no se sabe si son ya zombies o todavía moribundos y a los que no son siquiera sombra de sí mismos.

Tal desluce hoy Alfredo Pérez, tras combatir y perder con estrépito y deshonra con un cadáver político de nombre Mariano y de apellido Rajoy. Feroz hazaña del otrora invencible cid cántabro, devolver a su enemigo el hálito vital. Y los suyos, aplaudiendo con ardor la zurra autoinfligida. ¿Es que no tienen corazón o es que están tan miopes que no ven que Rubal-todo es ya apenas Rubal-nada?

Partido Popular S.L.

Un clásico del instinto de supervivencia estudiantil: en el examen de Filosofía te preguntaban por las características del ser según Parménides y como no tenías ni pajolera idea, colabas la teoría del alma de Platón, que era el único tema que te habías empollado medio bien. Solo funcionaba si el cátedro o la cátedra eran de los que corregían a peso, pero no habiendo mejor alternativa que firmar y entregar en blanco, merecía la pena jugársela. Veo que en el PP pervive ese espíritu de alumno picaruelo. Cuando anunció a todo trapo que en un alarde de transparencia sin parangón mostraría públicamente sus cuentas, todos dimos por hecho que se refería a las del periodo manchado de sospecha por la presunta tinta del calamar Bárcenas, esto es, los años que van desde 1993 a 2008. Hete aquí, sin embargo, que el striptease contable se ha reducido a los ejercicios inmediatamente posteriores. En lugar de disipar dudas sobre la pulcritud de los balances, lo que han conseguido los sabios de la comunicación gaviotil es triplicar los motivos para la suspicacia. El destape parcial huele a confesión de parte que es un primor.

Por lo demás, los cuatro tristes folios mostrados —uno por año, qué ejemplo de concisión— y a pesar de la tonelada de maquillaje que llevan, tampoco mejoran mucho la imagen del partido genovés. ¿Partido? Más que de una formación política, se diría que los números son los de una sociedad mercantil. Una muy boyante, por cierto, capaz de bandearse en la crisis más brutal que se recuerda en decenios como quien navega con una agradable brisa en el costado. Casi treinta millones de euros de beneficio y un aumento en sueldos del 25 por ciento. No está mal para un negocio que tiene como actividad principal recortar los derechos y las condiciones de vida de los demás.

Y de propina, al presidente del emporio PP S.L. le sale a devolver un pastón en la declaración de la renta de 2010.

Regeneradores

Hay palabras que me provocan un escalofrío trempante en el colodrillo. Regeneración, por ejemplo. Sé que no falta quien la pronuncia con la mejor de las intenciones o con la candidez con que de niños invocábamos los cuatro angelitos que nos guardaban la cama, uno por esquina. Otros se la llevan a la boca porque, teniendo mucho que callar, piensan que es mejor que les vean en la cabecera de la manifestación. Y los demás, uff, qué miedo. No hay una sola dictadura, incluyendo por supuesto la del bajito de Ferrol, que no se haya basado en la coartada regeneracionista. Es verdad que ahora mismo parece improbable un cuartelazo a la vieja usanza, pero no es descabellado del todo —más sudores helados— que venga un tiranuelo populista a pescar en urnas revueltas. Seguro que hasta son capaces de ponerle unos cuantos nombres masculinos y femeninos. Llámenme cínico, pero me quedo con el más ensobrado de los Rajoys antes que con cualquier Rosa Díez presuntamente sin mácula. Vamos, pero sin dudarlo.

Guardémonos, pues, de los regeneradores acelerados. De los que vienen con el catecismo de Lerroux desempolvado, como la susodicha o el cacique catódico Revilla, pero también de los recién conversos a la causa. Ver a Pérez Rubalcaba, con su currículum de cadáveres fríos, templados y calientes en el ropero, pidiendo la cabeza de Mariano produciría carcajadas de talla XXL si no fuera porque estamos de estricto luto. Ídem de lienzo, tener que aguantar moralinas de campeón de la limpieza al mismo Patxi López que anteayer no más defendía la honorabilidad de un prójimo al que cazaron despistando 109.000 euros a Hacienda y pagándose un chalé billete sobre billete. Y qué decir de cómo aplaudía una iniciativa dizque ética de un compañero de partido el mismo socialista que era baranda de Osakidetza cuando el pufo tremebundo de los exámenes filtrados, allá en los 90 de Gales, Filesas y Roldanes. ¿Regeneraqué?

Eu non fun

A Rajoy se le está poniendo cara de Nixon. Bueno, cara, y todo lo demás, que empieza a ser causa de asombro galáctico la maña que se da el registrador de la propiedad —parecía parvo cuando lo compramos— en la imitación de aquel trilero expelido a patadas de la Casa Blanca. Hay que ver, sin ir más lejos, de qué indelicada manera nos llamó gilipollas sin mudar el gesto en el monólogo de chicha y nabo que nos largó ayer desde la guarida central de los (presuntos) sobrecogedores. Nos mintió mirándonos a los ojos, que es habilidad reservada a los grandes canallas y, además de eso, el billete de ida sin vuelta a la desconfianza eterna. Si no resultaba fácil creerle hasta ahora, en lo sucesivo cada felipillo que salga de su boca será heraldo de una mentira. Por sistema, cuando nos diga que llueve, sospecharemos que se nos está meando encima.

No es que uno esperase de la tardía comparecencia un discurso de estadista o una de esas arengas que dejan ojos humedecidos y pelos como escarpias. Ya se sabe que Rajoy no es Churchill, ni siquiera Bielsa. Pero ni en el augurio más pesimista pensaba que nos iba a salir con el chiste autoparódico del gallego que por las noches mete un palmo las marcas de sus tierras en las del vecino y por las mañanas se pasea por la aldea diciendo “Eu non sei, eu non fun”.

¿Chapoteando sobre la inmundicia pestilente e inocultable, todo lo que nos tiene que decir es que estamos sufriendo una alucinación colectiva? ¿Que se trata de un embeleco creado por un malvado hechicero que le quiere mal? ¿Que cuando veamos las inmaculadas declaraciones de la renta de la cuerda de tipejos retratados en la caligrafía de Luis el Cabrón vamos a caer de rodillas implorando perdón por haber pensado mal? Iba a preguntar, por resumir, por quién nos toma, pero aparte de que ha quedado bastante claro, confieso que no me atrevo. Es posible que esté en lo cierto y que eso lo explique todo.