Cinco siglos

Si yo fuera catalán, soberanista y creyente, le pondría toneladas de cirios a Sant Cugat (en castellano, San Cucufato) para que el PP monte todos los fines de semana una chanfaina patriotera como la que acaba de dejar al planeta sin reservas de vergüenza ajena. Aparte de dar para escribir cuatro tratados de psicopatología, el desfile de caspa, facundia, suficiencia moral y arrogancia mendaz cuenta tanto como cien incendiarios mítines independentistas. Efecto bumerán, tiro por la culata, pan con unas hostias o, pensando mal, que el happening no estaba diseñado para los naturales del lugar donde se celebró, a los que se da por perdidos, sino para elevar la moral de la talibanada centralista del exterior. Más motivos para el desafecto.

Fuere como fuere, el espectáculo resultó un non stop de la chabacanería. Montoro sacándose de la manga birlibirloques para disimular el expolio, Rajoy hablando de amor como lo hacen los maltratadores, Mari Mar Blanco exhibida a modo de estampita de la virgen de la culebra con el hacha, Sánchez Camacho relinchando no sé qué de machetazos… Resulta casi imposible escoger el despropósito más ruborizante, pero si hay que hacerlo, me quedo con María Dolores de Cospedal gritando a voz en cuello que los catalanes ya eran fieles y felices súbditos de España hace cinco siglos.

Tal barbaridad equivale a porfiar que la Tierra es plana, que los niños vienen de París o que el autor de estas líneas es el vivo retrato de Brad Pitt hace quince años. Pero claro, es lo que ocurre cuando los cátedros de reconocido prestigio y camisa azul se ponen la ideología por montera y dan en proclamar, sabiendo que es una trola infecta, que la nación española se engendró en el tálamo de los reyes católicos. Los bodoques sin media lectura, como la de los finiquitos simulados y diferidos, se lo tragan y lo recitan cual papagayos. Y los que se inventan la Historia son los demás, no te jode.

La recaída

No sé si será cuestión de días, semanas o meses, pero algo me dice que durante un tiempo vamos a tener motivos para añorar el (supuesto) inmovilismo del Gobierno español respecto a la superación de la(s) violencia(s). Tiene toda la pinta de que el perezoso Rajoy está saliendo del desesperante letargo y va a comenzar a dar pasos. Pero no en el sentido de la marcha que esperamos y llevamos demandándole desde que se aupó a Moncloa, sino exactamente en el contrario. Es probable que su voluntad fuera, según su costumbre, seguir mareando perdices y silbando a la vía hasta que el calendario solucionara el asunto, aunque fuera pudriéndolo del todo. Sin embargo, se han cruzado en su camino las asociaciones que se arrogan el monopolio de la representación de las víctimas —de las ETA, que son las únicas y verdaderas— y al cachazudo presidente no le va a quedar más remedio que saciar la sed de venganza de la bestia que él y los suyos alimentaron.

Por de pronto, después de dejarse echar una bronca de espanto por una señora que vive de prostituir el dolor genuino en rencor ególatra, el que nominalmente manda en el ejecutivo y en el PP tuvo que adherirse a la manifestación del domingo en Colón. Otra cosa es que él no vaya a tener el cuajo de presentarse en carne mortal para que, encima, le calienten las orejas por blandengue, pero el sello de la gaviota ha quedado a pie de página de la convocatoria. ¿Qué opinarán los pop vascos de la claudicación?

Y luego está ese Estatuto de la Víctima que hoy mismo aprobará el Consejo de Ministros, con pestazo a fraude de ley y a futuro nuevo varapalo desde Estrasburgo. Otra concesión para aplacar al monstruo, que seguirá pidiendo más… y obteniéndolo. ¿La venda antes de la herida? Ojalá pueda decirles dentro de equis que me precipité en el pronóstico, pero creo que es mejor disponer el ánimo para una recaída o una vuelta a las andadas. Por si acaso, más que nada.

Aznar contra el delfín

Ya quisieran Pérez Rubalcaba, Cayo Lara y Rosa de Sodupe tocarle las narices a Mariano Rajoy la mitad de bien que lo hace José María Aznar. A falta de pan opositor externo en condiciones, buenas son las tortas desde dentro del nido de la gaviota. ¿Tortas? Hostiones del quince a mano abierta, en realidad. La última tunda, el lunes pasado en Donostia, con la excusa de presentar uno de esos libros en los que el dolor auténtico se pervierte en coartada para aventar odio añejo. Como compañía, Ángeles Pedraza [calificativo eliminado para no pasarme de frenada en la ofensa] y María de los Guardias San Gil, cuyo pensamiento político cabe en un cuarto de lenteja. Por ahí andaba también uno que me suele dar capones en Twitter y no muy lejos, el adelantado Don Carlos María de Urquijo y Valdivielso, aplaudiendo con las orejas al abofeteador de quien lo designó para representarlo en la pecaminosa Vasconia. Cría delegados del gobierno y te sacarán los ojos. De los pop, que de alevines fueron todos monaguillos del pucelano natural de Madrid, ni rastro, oigan.

Ante esa distinguida y distinguible camarilla ladró su rencor —la expresión es suya— un Aznar que, aun lejano a su mejor estado de forma, conserva la facultad para regalar titulares. De repertorio y tirando a grisotas, las andanadas contra el malvado nacionalismo; una pena, porque cuanto más gordas las suelta, más hace crecer la conciencia nacional sobre la que se cisca. Sabrosonas, sin embargo, las collejas que atizó al delfín que tantísimo le ha decepcionado. Pobre Mariano, que sin derecho a ser citado por su nombre, fue tildado de cobarde, gallina, capitán de las sardinas y cagueta frente a los rompeespañas. Ello, en siete u ocho versiones con leves matices de inquina, para gozo similar de la prensa cavernaria y de la contracavernaria, cada cual con su motivo para entrecomillar las diatribas. Ciertamente, este hombre debería prodigarse más.

Un gobierno que miente

Se pasó trescientos pueblos la vicepresidenta española al fantochear sobre el descubrimiento de una gigantesca bolsa de fraude en el cobro de prestaciones por desempleo. Su gobierno, que es la hostia en bicicleta y el recopón bendito, había pillado llevándoselo crudo a más de medio millón de parados que no lo eran. Eso dijo Soraya Sáenz de Santamaría, y cuadra mal achacárselo a un lapsus o a un baile de ceros, porque lo repitió en tres ocasiones. En tres. Con arrogancia, con suficiencia, con cara de a mi me la van a dar con queso estos desgraciados, amos anda, menuda soy yo.

Aunque los titulares de primer minuto tragaron y difundieron la especie a todo gas, apenas dos horas después de la rajada, se vino abajo la trapisonda. La desparpajuda portavoz, que de natural es más bien chata, quedó retratada con la nariz de Pinocho. Ante los insistentes requerimientos de los plumillas, que echaban cuentas y no les salían, el ministerio de Empleo tuvo que aflojar los datos auténticos. Ni medio millón, ni trescientos mil, ni cien mil. Exactamente 60.004 parados o paradas habían sido objeto de un expediente de retirada de la percepción. Adviértase por añadidadura que en buena parte de esos casos la sanción no era permanente sino temporal: quince días por haber entregado tarde un papel, un mes por no haber acudido a la oficina a una cita de control…

¿A qué vino, entonces, ese brutal inflado de unas cifras que en su verdadera dimensión están al alcance de cualquiera? ¿Por qué un gobierno se arriesga a mentir de modo tan impúdico en una cuestión en la que le pueden cazar en un abrir y cerra de ojos? Barrunto que la respuesta está en la fábula de la rana y el escorpión: porque está en su naturaleza. También porque le ha funcionado. Mariano Rajoy llegó a Moncloa a base de lo que el tiempo ha demostrado como trolas mondas y lirondas, y desde entonces no ha dejado de pasarse la verdad por la sobaquera.

Un rumano preguntando

Los periodistas somos de traca. Pero no de colección para concurso de Astondoa o Vicente Caballer. Con suerte, llegamos a cohete del día de la patrona en una pedanía donde Cristo perdió el mechero. Lógico, como dice la martingala que repetían el primer día de clase en la facultad los profesores de las siete asignaturas, que nuestras madres prefieran pensar que somos pianistas en un burdel. O traficantes de armas, o tesoreros del PP, cualquier cosa antes que miembros de un gremio que se asombra de su propio ser. ¡Pues no te joroba que convertimos en prodigio nunca visto que uno de nuestro oficio levante la mano y haga una pregunta! Y no crean que el plumífero protagonista del portento cuestionó a su interlocutor sobre la inmanencia como opuesto y complemento de la trascendencia, la fórmula de la cocacola, ni sobre otra hondura metafísica del pelo. Qué va. Todo lo que hizo el colega erigido en leyenda instantánea fue interpelar a Mariano Rajoy, aprovechando que lo tenía enfrente, acerca de su intención de comparecer o no en el parlamento para echarse unos ripios en torno al marrón Bárcenas. Exactamente lo mismo que habría hecho cualquiera de las decenas de tribuletes acreditados en la alocución protocolaria conjunta del presidente español y el primer ministro de Rumanía, ¿verdad?

Tal se diría, si no fuera por la sorpresa y el festejo que acompañaron a lo que debería haber sido, insisto, rutina. “Y un rumano lo consiguió”, narraba la gesta un diario. “El periodista rumano que hizo hablar a Rajoy”, encumbraba otro al corresponsal que había hecho algo tan extraordinario como ganarse el sueldo. Las emisoras de radio y las cadenas de televisión se lo disputaban, cual si fuera el ganador de una bonoloto millonaria para acribillarlo a melonadas que, más que admiración, destilaban una nauseabunda condescendencia. Lo sustantivo no era la pregunta, sino que la había hecho un rumano, claro.

Mociones rubalcávidas

La ayuda más valiosa que ha recibido Rajoy en medio de la tormenta barcenosa no es la de esa prensa succionadora con la que amaña preguntas y que le saca bajo palio en las portadas. Tales sostenes van de serie en la cadena de favores y se facturan de acuerdo a la tarifa vigente en la entidad diestra de socorros mutuos. El verdadero cable de salvación que le ha llegado al atribulado pontevedrés en esta hora de congojas y aflicciones es el que le ha lanzado —gratis et amore, hay que joderse— su presunto antagonista y animal político a punto de taxidermia, Alfredo Pérez Rubalcaba. Una señora moción de censura de toma pan y moja, que en el enunciado inicial puede sonar a putada, pero que en su traslación práctica supone la oportunidad de emerger de las cenizas, voltear la tortilla y, de propina, dejarle la badana al rojo vivo al generoso de Solares.

Ni los más viejos del lugar recuerdan una cantada así. Tienes al rival contra las cuerdas y en lugar de seguir castigándole el hígado hasta que lo eche a pedazos por la boca, le regalas un bidón de árnica y le sacas brillo al trozo de ring donde te dejará hecho fosfatina. ¿O es que no se acuerda el menguante líder (ejem) socialista de la tunda que se llevó en el último debate del estado de la nación? También entonces Mariano comparecía en condición de semicadáver y salió de la lid, sino como gigante, sí como el menos malo de los contendientes. Pues en una moción de censura, el ridículo puede ser mayor. Primero, porque gracias a su rodillo King Size, el PP la puede ganar sin bajarse del autobús y, poniéndose muy chulo, sin que el presidente cuestionado haga acto de presencia. Y segundo, porque el resto de los grupos de la oposición no le van a apoyar como alternativa ni hartos de gintonics subvencionados del tasco del Congreso. Suerte, si algunos de los de su bancada que empiezan a estar hartos de tanto desbarre mantienen la disciplina de voto.