Trayectorias

Qué enorme pereza, cuando se está con el bullarengue para pocos ruidos, volver a echarse al coleto titulares del pleistoceno. “Urkullu pone a un ex edil de HB en un cargo para tratar con las víctimas”. “Un batasuno dirigirá el área de Paz y Convivencia del Gobierno vasco”. “La AVT corta con Ajuria Enea por fichar a un ex batasuno para la Paz”. Eso, allá al fondo del búnker, pero en la zona del kiosco donde supuestamente canta menos a rancio, esto otro: “Un ‘abertzale’ para gestionar la memoria de las víctimas del terrorismo”. Y a modo de ilustración sandunguera, sendas caricaturas de Urkullu y Erkoreka caracterizados como dantzaris y marcándose un aurresku sobre la tumba de una víctima de ETA, cuánta chispa.

Lo bueno, que es con lo que debemos quedarnos, es que tal conjunto de regüeldos ya no vende una escoba. Pasan con más pena que gloria entre las páginas plagadas de chanchullos y manganzas y, si es el caso, dan el alpiste justo para que cuatro bocabuzones llenen diez minutos de las cada vez más desangeladas tertulias del córner diestro. Creo, de hecho, que ahí está la noticia: por aqueste lado y por aquelotro los de los extremos se han quedado en raquítica y patética minoría. Ladren, pues, y sigamos cabalgando, que bastante jariguay tenemos entre los que avanzamos por la zona de teórico encuentro de diferentes.

Si hay un reto, es que no la jorobemos los que compartimos los cuatro principios de cajón sobre cómo pasar a la siguiente pantalla del videojuego. Lo demás es tan complicado y simple a la vez como ir haciendo camino sin prisa y sin pausa. En esa tarea le doy mucho valor a estos nombramientos que tanto han escocido a los pintureros dinosaurios. No solo al de Jonan Fernández, que es mucho más que el daguerrotipo chusco y simplista al que han querido reducirlo, sino también a los de Txema Urkijo y Mónica Hernando. Sus trayectorias les avalan y no dejan ningún lugar a la duda.

Amenazas y represalias

Pecho hinchado, mentón en alto, gesto de desafío y a modo de chincha y rabia, una frasecita que manda pelotas en según qué labios y con qué bibliografía presentada: “que la realidad no te estropee un buen titular, ¿eh?”. Como prueba del tremebundo delito, una nota firmada por el alcalde de Oñati y un miembro (¡uno!) de la ya extinta plataforma contra la implantación del puerta a puerta en la localidad en la que se desmentía que la disolución obedeciera, como se había publicado, a la existencia de amenazas. Tras un par de cagüentales sobre la insidiosa manipulación interesada, se exhortaba a los malmetedores medios que habían difundido la especie —entre ellos, este— a ceñirse a la carta de despedida del grupo. Hagámoslo.

Verdad y requeteverdad, en la misiva no se mencionaba amenaza alguna. Se hablaba —bah, detallito menor— de represalias contantes y sonantes. En estos términos exactos: “Represalias estas que hemos vivido en nuestras propias carnes con ciertas pintadas, pancartas alusivas y frases dolorosas por alguna persona cuya actitud no es precisamente ni la más ejemplar ni democrática a estas alturas”. Si el cofirmante de la nota (puesta en circulación desde la página oficial de EH Bildu, por cierto) representa a toda la plataforma ya disuelta, nos encontramos con un autodesmentido en toda regla. Pongámonos bizantinos si queremos, pero en el mus de la coacción una represalia ganará siempre a una amenaza. Eso, aceptando por no discutir que una pintada en el portal con el lema Errausketarik ez no sea técnicamente una intimidación.

Esto no va de si es mejor recoger selectivamente la basura o quemarla. Ni de las siglas que se inclinan por lo uno o por lo otro. Ni siquiera de los intereses oscuros, medias verdades o trolas apabullantes que pueda haber tras las tomas de postura. Lo que se dilucida es infinitamente más primario: el derecho a defender lo que cada cual estime oportuno.

Ir o no ir

Caray con la ciclotimia vascongada. Un rato estamos de subidón, alucinando en colorines con la reconciliación, el relato compartido y demás tiroliros buenrollistas, pero al siguiente, volvemos a las patadas en la espinilla y al ten mucho cuidadito conmigo, que te conozco y sé dónde vives. Si Rajoy tuviera un minuto para dedicarle a los rescoldos de la guerra del norte, asunto que ahora mismo se la trae al pairo porque tiene otras urgencias y otros cuernos a punto de agarrarle el tafanario, estaría descogorciado de la risa contemplando el espectáculo. Don Mariano, que las lentejas se pegan. Déjalas, a ver si se matan entre ellas.

A lo que se intuye, no hemos llegado ni al prólogo del catón. Ante la convocatoria de una manifestación equis, es tan legítimo ir como dejar de ir. Pongamos la de mañana: acudir o apoyarla no te convierte en proetarra con balcones al calle —cosa así le están diciendo a Mikel Labaka—, pero quedarse en casa tampoco hace que quien opta por obrar así sea un fascista redomado ni un lacayo del Estado opresor. Hay muy buenos motivos para estar, como se verá en la más que segura masiva afluencia, pero también dignas razones para no estar. Es más, tanto las presencias como las ausencias pueden atender a planteamientos individuales muy diferentes entre sí. En este sentido, es muy revelador que en los últimos días haya habido varias personas que han sentido la necesidad de explicar por qué sí o por qué no se dejarán ver por las calles de Bilbao.

Haciendo la media de esas aclaraciones, todas muy respetables, resulta que hay un gran consenso en la cuestión de fondo —los derechos de las personas presas— y que las discrepancias están hacia la parte de la cáscara, si bien tocando carne en algunos casos. Positivo por una vez en mi vida, subrayo ese dato y llamo a quien corresponda a encerrar bajo siete llaves los fantasmas y los lenguajes del pasado. Que ya va siendo hora, joder.

Lecciones a Inés

Tarde y regular llegó el primer reconocimiento institucional a la víctimas de la violencia ejercida por el Estado directamente o a través de mercenario o facha interpuesto. Supongo que toca felicitarse por ello —ya he escrito alguna vez que nuestro sino es celebrar lo obvio—, pero como no soy un cándido y el cinismo lo reservo para otros asuntos, no puedo dejar sin señalar, siquiera, un pero. Me habría encantado que hubiera estado impulsado por una convicción auténtica y no por un frío y desvergonzado cálculo de posibles beneficios. Que no nos vengan con la milonga de que la sociedad no estaba preparada, porque ese parcial lo tenemos aprobado hace un buen rato. En todo caso, son los políticos oportunistas los que tienen la asignatura pendiente, simplemente porque no les ha interesado o les ha dado canguelo presentarse a ese examen. Incluyo en el lote a los gobiernos anteriores y a los que hasta hace tres minutos eran ciegos, sordos y mudos ante la violencia de ETA, que también han tenido mucho que ver en este retraso.

Y una vez que me he ganado antipatías de amplio espectro, me centro en lo sustantivo y le pongo nombre propio: Inés Núñez, que cerró el acto con un emocionado y emocionante testimonio. En mayo de 1977, su padre, Francisco Javier Núñez, fue brutalmente golpeado por antidisturbios de la policía nacional. Cuando, 48 horas más tarde, se disponía a denunciar la paliza ante el juzgado, lo interceptaron unos tipos que le obligaron a beber una botella de coñac y otra de aceite de ricino, mientras seguían moliéndolo a palos. Tras una terrible agonía de varios días, murió con el hígado reventado. ¿Queda en este o en cualquier país alguien con las pelotas lo suficientemente grandes como para negarle ¡35 años después! la condición de víctima? ¿Quién se atreve, desde el monopolio del dolor, a darle a Inés lecciones sobre el sufrimiento y el olvido? Por desgracia, más de uno.

Un espectáculo innecesario

Sólo faltó la caravana con un tosco corazón serigrafiado que acompañaba a Isabel Gemio cuando iba de remendona televisiva de relaciones y echaba una mano a maltratadores confesos para que volvieran a tener a tiro una badana que zurrar, todo fuera por el amor y el share. Que tome nota el script de la productora del Ministerio español de Interior y se ocupe de incorporar el elemento de atrezzo en el próximo episodio de “Víctimas y victimarios”, probable título del reality show que se inauguró el viernes con el encuentro entre uno de los terroristas que puso la bomba de Hipercor y una de las personas que, aun con heridas graves, logró conservar la vida en aquella carnicería atroz que hace 25 años menos dos días se llevó por delante a 21 personas.

Qué culpa tendré yo si las veo venir, ya escribí aquí mismo que los relatos compartidos los carga el diablo o, peor todavía, un siniestro equipo de asesores incapaces de ceder a la tentación de convertir en exhibición impúdica lo que debería haber sido un acto íntimo sin otros testigos que sus protagonistas. Si, pasado un tiempo prudencial para la digestión y la construcción de perspectiva, nos lo querían contar a los demás, perfecto. Lo escucharíamos, no ya por insana ansia de cotilleo, sino por la curiosidad y hasta la fascinación que nos despiertan las historias donde se ponen en juego los sentimientos más profundos.

Hay una delgada pero fundamental línea que separa el morbo del interés humano. Saber y querer distinguirla es una de las claves básicas de mi oficio, lo que marca la diferencia entre lo zafio y lo que no lo es. Sin embargo, en este caso se ve que que no había la menor gana de andarse con finuras. Esto no iba ni de justicia, ni de reparación, ni de reconciliación. Ha sido un espectáculo puro y duro al que, para más inri, se le ha añadido un melifluo mensaje moralizador y un torpe e inútil aviso a navegantes que están a otra cosa.

Apáticos

Los que vieron la botella casi llena corrieron a titular que el EPPK da por finalizado el conflicto armado y reconoce el daño generado. Los que la vieron prácticamente vacía destacaron en caracteres gruesos que, además de reclamar la amnistía, los presos de ETA —nótese la diferencia nominal— repudian la vía del arrepentimiento. No podemos hablar exactamente de empate porque la segunda versión se difundió en un número mayor de medios. En todo caso, eso queda para la estadística o las hemerotecas. Si vamos a lo que importa o debería importar, que es la opinión de la sociedad, comprobamos que prácticamente nadie vio ninguna botella. Esa noticia, que llegó a las primeras planas sólo porque el fin de semana no dio más de sí y por las inercias de las que no escapamos los periodistas, pasó desapercibida para el común de los ciudadanos vascos. La renovación de Bielsa o el concierto de Bruce Springsteen en Donostia dieron bastante más que hablar.

Podríamos, como de hecho están haciendo los representantes políticos, enfrascarnos en un tira y afloja de declaraciones y contradeclaraciones sobre si el texto es decepcionante, esperanzador o mediopensionista. Los únicos frutos serían —son— más titulares con entrecomillados que se olvidan un segundo después de ser leídos. Una vez más, los árboles nos impiden ver el bosque. Seguimos sin darnos cuenta de que, más allá de la evidencia de la ausencia de atentados o extorsiones, la principal consecuencia de lo que llamamos “nuevo tiempo” es un apabullante desinterés social por esa cuestión que nos ha costado, literalmente, tanta sangre, sudor y lágrimas. Sólo para las personas que están o han estado en la primera línea resulta un asunto candente. El resto ha pasado página.

Ni siquiera merece la pena hacer un juicio de valor sobre esta apatía. Es más práctico tomar conciencia de ella y tener claro que las sobreactuaciones ya no impresionan a casi nadie.

Justicia y paz

Aparco mis no pocas reservas mentales hacia Shlomo Ben Ami para detenerme en la resbaladiza —casi provocativa— frase que el veterano dirigente laborista israelí pronunció el lunes en el congreso jibarizado de Bilbao. La repitió, palabra arriba o abajo y con reflexiones e inflexiones que ayudan a comprenderla mejor, en la entrevista que ayer publicaba Deia: “Con justicia plena no habrá paz duradera”. Escuchada o leída en frío, la idea hace que salten las alarmas de nuestra conciencia macerada en almíbar buenrollista. Toda la vida creyendo —aunque sin un solo ejemplo práctico que lo confirmara a lo largo de la historia— que la justicia y la paz eran siamesas, y ahora viene alguien que sabe lo suyo de conflictos a bajarnos de la nube y a explicarnos que no puede ser sopas y sorber al mismo tiempo.

He sido muy crítico con este simposio cosido a medida para el cada vez más candidato y menos lehendakari López, pero lo daría por plenamente justificado si sirviera para que nos entrara en la cabeza la realidad enunciada por Ben Ami. Como sigamos imaginando con los ojos cerrados un futuro con pétalos de rosa y música de violín, acabaremos embarrancando en una depresión de caballo… si es que no volvemos a las andadas en cuanto cada cual decida imponer por la fuerza su versión de la paz justa o de la justicia pacífica. Ojo con la semántica, que la carga el diablo.

Escribiendo aquí mismo sobre la reconciliación o el idealizado relato compartido, ya he dicho que es imprescindible que vayamos modulando las expectativas. Venimos de la casi nada y aspiramos al absolutamente todo. De estar haciéndonos la vida imposible a darnos piquitos cada vez que nos crucemos por la calle. Eso no va a ser jamás así y más vale que lo interioricemos, del mismo modo que hemos de estar dispuestos a palmar en algo. O más paz o más justicia. A ver cómo hacemos para que no sobre ni falte ninguna de las dos.