Prioridades

Es un chiste muy viejo. El del individuo que entra a una librería y le interpela al dependiente: “Oye, imbécil, ¿tienes un libro que se titula ‘Cómo hacer amigos’ o una chorrada por el estilo?”. La versión de la ETA crepuscular es un comunicado que dice no sé qué de una tal “reconciliación nacional”, al tiempo que farfulla sobre “el relato de los opresores” y se engorila afirmando que ni se le pasa por debajo del verduguillo “renegar de su trayectoria de lucha”. Mezclen en la Turmix las tres expresiones literales que he entrecomillado y les saldrá un potito infame. Mejor ni imaginar el engrudo que resultaría si añadiéramos las chopecientas demasías que salpican el resto de la extensa largada.

La buena noticia, que a lo peor solo es regular, es que a la inmensa mayoría de los hipotéticos destinatarios de la filípica le resbala toda esa verborrea de la que no llega a tener conocimiento. Únicamente los muy cafeteros nos castigamos las neuronas con esta clase de metílicos dialécticos. Lo hacemos un poco por vicio y otro poco por oficio. El resto de los mortales tienen asuntos más enjundiosos de los que ocuparse: el ERE que se les viene encima o les ha caído ya, las medicinas que necesitan y no saben si podrán pagar. O sin ponernos tan lúgubres, la marcha de su equipo en la liga, los vales de Deskontalia o encontrar un rato para arreglar esa cisterna del baño que gotea.

He escrito varias veces sobre esto, y aún habré de reincidir, me temo. No creo que sea insensibilidad ni piel de rinoceronte. Ocurre simplemente que el pueblo también es, el muy puñetero, soberano a la hora de hacerse una composición de lugar y de establecer sus prioridades. Y ahora mismo, salvo monumental error de diagnóstico del arriba firmante, entre ellas no se cuentan los relatos, los suelos éticos, los planes de paz, ni las ponencias. En el imaginario colectivo la disolución y el desarme ya se han producido.

En defensa de López

Patxi López se descarga un juego en su tableta durante el pleno monográfico sobre la pacificación y la convivencia. Inoportunidad sobre inoportunidad, y me llevo una. Menudo caramelo para sacar el flagelo y liarse a fustazos hasta el punto final de esta columna. Sería, a buen seguro, una tunda muy celebrada, que en sus versiones digitales se vería corregida y aumentada por comentarios del calibre más grueso. No me cuesta trabajo imaginar las decenas de Me gusta y/o retuits que cosecharía en esos tribunales de excepción que llamamos redes sociales. Pero, ¿saben qué? No pienso hacerlo porque sería el primero en ser consciente de que se trataría de una impostura.

A ver, ¿cómo es eso? ¿El plusmarquista mundial de atizarle a López en las modalidades badana, cielo de la boca y mixta, apartando de sí un cáliz del sabroso vino extraído de las uvas de la ira? Se maliciarán que he perdido facultades, que me ha venido un motorista de Sabin Etxea a pedirme que afloje o, qué sé yo, que me ha dado un jamacuco místico y en lo sucesivo solo me dedicaré a propalar la paz y el amor por las esquinas. No va por ahí, aunque ya sé que a algunos les encantará especialmente la segunda opción. Es, sin más y sin menos, que el episodio no me parece tan grave. Por supuesto que no es lo más edificante, sobre todo, si se suman las dos circunstancias concurrentes —juego y materia del pleno—, pero sería una exageración injusta elevar la anécdota a categoría. Ni de lejos creo que la conclusión que se puede extraer de la imagen es que al anterior lehendakari le importa una higa la pacificación. ¿Y lo del tren el día del comunicado? No mezclemos. Aquello fue un error mayúsculo y saberlo supone en sí mismo la peor penitencia. Respecto a otras actuaciones discutibles, ahí están. Me temo que en el examen de la normalización nadie sacará un diez. Pero Patxi López, fíjense quién lo dice, no obtendrá las notas más bajas.

Ir o no ir

Caray con la ciclotimia vascongada. Un rato estamos de subidón, alucinando en colorines con la reconciliación, el relato compartido y demás tiroliros buenrollistas, pero al siguiente, volvemos a las patadas en la espinilla y al ten mucho cuidadito conmigo, que te conozco y sé dónde vives. Si Rajoy tuviera un minuto para dedicarle a los rescoldos de la guerra del norte, asunto que ahora mismo se la trae al pairo porque tiene otras urgencias y otros cuernos a punto de agarrarle el tafanario, estaría descogorciado de la risa contemplando el espectáculo. Don Mariano, que las lentejas se pegan. Déjalas, a ver si se matan entre ellas.

A lo que se intuye, no hemos llegado ni al prólogo del catón. Ante la convocatoria de una manifestación equis, es tan legítimo ir como dejar de ir. Pongamos la de mañana: acudir o apoyarla no te convierte en proetarra con balcones al calle —cosa así le están diciendo a Mikel Labaka—, pero quedarse en casa tampoco hace que quien opta por obrar así sea un fascista redomado ni un lacayo del Estado opresor. Hay muy buenos motivos para estar, como se verá en la más que segura masiva afluencia, pero también dignas razones para no estar. Es más, tanto las presencias como las ausencias pueden atender a planteamientos individuales muy diferentes entre sí. En este sentido, es muy revelador que en los últimos días haya habido varias personas que han sentido la necesidad de explicar por qué sí o por qué no se dejarán ver por las calles de Bilbao.

Haciendo la media de esas aclaraciones, todas muy respetables, resulta que hay un gran consenso en la cuestión de fondo —los derechos de las personas presas— y que las discrepancias están hacia la parte de la cáscara, si bien tocando carne en algunos casos. Positivo por una vez en mi vida, subrayo ese dato y llamo a quien corresponda a encerrar bajo siete llaves los fantasmas y los lenguajes del pasado. Que ya va siendo hora, joder.

Bateragune, el novelón

Han salido discípulos de Salomón los ilustres togados del Tribunal Supremo (Sala Penal, cuarto sótano a la derecha) que se han sacado de la puñeta la decisión final sobre el caso Bateragune. Ni pa’ ti ni pa’ mi. Ni hablar de absolución, pero para que no se diga, reducción de condena de diez a seis años. Leído el titular al primer bote, hasta parecía que había que soltar un irrintzi agradecido por la grandiosa magnanimidad de los despachadores de justicia a granel. Qué detallazo, marcarse una rebajita como las que hacen en los híper con los lácteos a punto de caducar. La diferencia es que este yogur lleva varios calendarios pasado de fecha. Cada minuto que han permanecido los encausados en la trena ha estado de más. Los mil y pico días de propina a contar desde hoy que les han encalomado son puro ensañamiento con premeditación, alevosía y vaya usted a saber si también nocturnidad.

¿Por qué, pudiendo haberse quitado de la vista un marronazo del quince a cambio de cuatro o cinco ladridos cavernarios, sus señorías han optado por la vieja receta? Probablemente, por el poder simbólico de los condenados —en especial, de Otegi— y por la imperiosa necesidad de demostrar que el Estado de Derecho funcionando a pleno pulmón es el copón de la baraja y no hay quien le tosa. Eso, de saque, pero rascando un milímetro en el fallo, aparece una razón más tosca si cabe: había que sostenella y no enmendalla al precio que fuera.

Desde la primera línea, este sumario es un novelón de cuarta. No hay cabeza en la que quepa que quienes le han hecho una envolvente a ETA para bajarla del monte estaban al servicio de los que querían perpetuarla en los matorrales. El comunicado del 20 de octubre y lo ocurrido hasta y desde entonces disipan cualquier asomo de duda. Salvo para la justicia española, que no puede reconocer que había metido la pata hasta el corvejón o, peor aun, que se lo había inventado todo.

Y ahora, un congreso

Con casi siete meses de retraso, aquel tren en el que Patxi López se hizo una foto que lo perseguirá de por vida llega a su destino. Triste y pobre destino, un apeadero de quinta con apariencia de congreso, esa cosa que lo mismo sirve para reunir a acólitos de Amway, expertos en lo que sea a tanto el minuto o estomatólogos legañosos subvencionados por una multinacional farmacéutica. Que tire la primera piedra el que esté libre del pecado de haber organizado (o participado en) uno o varios. Cuando se clausuran, pasa el día y pasa la romería. Se devuelve el pinganillo de la traducción simultánea, se guarda la bolsa y la carpeta serigrafiadas para regalar a un amigo o familiar, los periodistas recogen los focos, las cámaras, las grabadoras y las libretas llenas de garabatos, y ya nadie más se acuerda.

Curiosa paradoja, que ese olvido vaya a caer también sobre este happening que en su enunciado lleva la palabra “Memoria”, seguramente una de las más manoseadas de nuestro limitado vocabulario. No menos llamativo, que el otro apellido sea el igualmente sobado término “Convivencia”. Ya hemos visto, sin siquiera empezar el sarao, qué gran ejemplo de tolerancia y disposición al entendimiento nos han dado los queridos-odiados socios enganchándose en público por la invitación a alguien que el PP (lean ahí Basagoiti) considera un poco demasiado terrorista para su gusto. El episodio, no obstante, nos da la clave sobre lo que se sacará en limpio de todo esto: la enésima escenificación cuidadosamente guionizada del inminente divorcio de los que necesitan llegar con el certificado de soltería a las elecciones.

Lo demás, casi nada con sifón. Los sin duda interesantes testimonios de algunos de los ponentes darán para media docena de titulares resultones y hasta para algún reportaje emotivo… que desgraciadamente despertará una atención limitada porque —he ahí el quid— ahora estamos a otras cosas.

Ponencia imposible

Supongo que en el Basque Culinary Center ya estarán pensando en poner como asignatura obligatoria la elaboración de una de nuestras especialidades gastronómico-políticas por antonomasia: los panes hechos con unas hostias. El penúltimo salió del horno del Parlamento vasco el viernes pasado, cuando una ponencia creada por y para la concordia tuvo como primer efecto que estallara la discordia en el seno de Aralar. Es verdad que la cosa olía a rosario de la aurora y que cualquiera que conozca este país con tanta querencia por la partenogénesis sabía que tarde o temprano llegaría el momento de hacer el karaoke de María Dolores Pradera: devuélveme el rosario de mi madre —o sea, el escaño y tal vez el carné— y quédate con todo lo demás. Sin embargo, la gota que colmó el tonel de rencores macerados tuvo que ser justamente lo que pretendía ser un paso para que en el futuro nos miremos todos con menos desconfianza. Antes de la suma, la división; no parece el mejor comienzo.

Más triste es aun pensar que la inmolación prematura de Aintzane Ezenarro, Mikel Basabe y Oxel Erostarbe va a servir de bien poco. Me encantaría equivocarme, pero sospecho que su sacrificio tendrá, como mucho, la belleza de los gestos inútiles, y hasta eso se les negará en medio del cainismo imperante. Inspirada en las más loables intenciones y aprobada por una mayoría tan contundente a la vista como ficticia en la trastienda, esa ponencia está condenada a ser nada entre dos platos. Aunque llevemos un buen rato hablando del nuevo tiempo, todavía quedan muchos que no han cambiado la hora, por no mentar a los que usan el reloj como calculadora, que son la mayoría.

No se culpe a nadie. Como mucho, a este cha-cha-chá al que no acabamos de acostumbrarnos después de cincuenta años de heavy metal. Con suerte, un día dejaremos de pisarnos —por descuido o a mala leche— los unos a los otros. Mientras, hay que seguir intentándolo.