Autocrítica

Nota preliminar: no solo los partidos perdedores deberían aplicarse a una autocrítica sincera, sosegada y lejana tanto de la mortificación como de la tentación de absolverse sin propósito de enmienda. También a los que han obtenido un buen resultado les sería de provecho pararse a reflexionar sobre por qué esta vez sí y las anteriores no o darle una vuelta a si el respaldo que han recibido puede durar o es flor de un día. En los cimientos de las futuras derrotas estrepitosas suele haber triunfos pasados mal digeridos y peor analizados. Creerse el rey del mambo se paga a la larga, que en realidad es pasado mañana.

Y si donde han pintado oros hay que andarse con calzado de buzo y no bajar la guardia, con más motivo allá donde las urnas han sido crueles y esquivas. Claro que primero hay que ser capaz de interpretar que ha sido así. Con la excepción de Mikel Arana —siempre dimiten los mejores y los que menos culpa tienen—, los dirigentes de las formaciones que se han hostiado van por ahí en plan chulopiscinas retándonos a que les comamos la pirulilla. En su versión, el único reproche hay que hacérselo al pueblo, esa manga de gilipollas que, como el negro del chiste, no saben ni abanicar. ¡Mira que no haber envuelto en trillones de papeletas a los que tanto y tan bien han hecho por ellos! Matiz arriba o abajo, es lo que han dicho en las últimas fechas Pastor, López y Pérez Rubalcaba.

En las otras siglas estrelladas, el examen de conciencia tampoco da ni para un Muy Deficiente. Basagoiti sigue empeñado en que todo es producto de una conjura masónica, no de los masones, entiéndase, sino de Mas, de nombre Artur. Después de haber pasado en Araba de primera a cuarta fuerza y en Gasteiz de primera a tercera por los pelos, el Diputado General Javier De Andrés se felicitó ayer mismo por haber reducido distancias [sic] con PNV y PSE. Que San Mariano le conserve la vista. O el rostro de cemento.

Abstención, divino tesoro

Cuando ya no es posible disputarse los votos porque han sido contados y convertidos en escaños, comienza la entretenida (pero inane) contienda para adjudicarse los no-votos. Lo bueno que tiene para los que entran en liza —que, como veremos, son casi todos— es que en este caso no hay manera humana de sacar la cuenta oficial del trocito o trozazo que le corresponde a cada quien. Se sabe, sí, el global, porque es una resta simple entre el total del censo y los que han peregrinado a echar la papeleta en la urna. Todo lo demás es territorio abonado para especular con humo.

El domingo, por ejemplo, hubo en las autonómicas vascas un 36, 27% de abstención. Traducido a personas con ojos y nariz, dato que generalmente suele racanearse, eso nos da un montante de 643.851, oséase, 240.000 más que el partido que resultó ganador de los comicios. ¿Cómo resistir la tentación de abalanzarse sobre todo esa montaña de merengue desaprovechado? Los primeros que van de cabeza a por su pellizco son, faltaría más, los partidos perdedores. Menos de 150.000 no se atribuyen nunca. Quien no se consuela es porque no quiere. Eso, sin contar con que al refugiarse en esa excusa, en realidad están confesando que algo muy malo habrán hecho para poner de morros a una tercera parte de la parroquia.

También las formaciones ganadoras, que siempre quieren más, más y mucho más, entran la puja y dejan caer que con los que se han quedado en casa, habrían apañado un par de parlamentarios más. Pero nadie llega a tanto —y siento escribir esto porque muchos son de mi propia cuerda o alrededores— como los que ven la apuesta y la suben hasta la totalidad. Sin despeinarse concluyen que las elecciones las ha ganado la abstención. Mezclan a los que no han ido porque voluntariamente así lo han decidido con los que no lo han hecho por otro millón y medio de causas. Por pura pereza, por ejemplo. Eso es hacerse trampas en el solitario.

Nada que ofrecer

¿Mayo de 2001 les decía hace una semana? Tachen, tachen. Me había equivocado por dos décadas o más. Hay que irse a los últimos setenta del pasado siglo, con el bajito de Ferrol todavía a medio pudrir bajo la losa de tonelada y media que le pusieron encima, para encontrar con qué comparar el campañón que se están cascando los progenitores -ahora temporalmente separados- del cambiazo. La diferencia es que entonces los periódicos traían tres asesinatos a la semana y trataban de ocultar con poco éxito, porque todo se sabía, las hazañas sin número de incontrolados uniformados o sin uniformar. En esos años, por algo bautizados como los del plomo, tenía su sentido echar gasolina a los discursos, aunque no fuera más que para estar a la altura del tremebundo contexto. Los brazos armados y los brazos hablados tenían que ir a juego. Para nuestra desgracia y nuestra vergüenza, alcanzaron un conjunción que rozó lo perfecto.

Hoy, sin embargo, mientras vamos desprendiéndonos de caspa y telarañas y aun sabiendo que nos queda un trecho largo para dejar de oler a pólvora y sangre, la farfulla incendiaria se sitúa entre el anacronismo y la soplapollez. ¿No han caído en la cuenta los comunicólogos pepepeseros de que hasta los mítines de los que más decibelios gastaban se han vuelto de comunión diaria? Un par de berridos para satisfacer a la parroquia nostálgica y soltar adrenalina, y poco más. El resto, chapa pura y dura, recitado ritual de las chopecientas doce propuestas maravillosas y el cortecito que hay que echarnos de comer a los plumillas.

¿A qué viene, entonces, que los del traje, la corbata y la micción de colonia se pongan como hidras de siete cabezas y vomiten lo más rancio del repertorio? ¿A estas alturas el asustaviejas de los apellidos vascos y castellanos o las caravanas de emigrantes extremeños saliendo por Pancorbo? ¿No tienen nada mejor que ofrecer? Lo triste, sospecho, es que no.

Frentismo todavía

A los gurús electorales del PP y el PSE se les ha vuelto a parar el calendario en mayo de 2001. Qué cansino, para los que nos gustaría empezar a mirar de una vez a mañana, encontrarse de nuevo bajo el aguacero de lemas bañados de rojigualdina rancia. Qué patético, para los que nos vierten encima toda esa cacharrería dialéctica de repertorio, que su esfuerzo vaya a ser en vano. O peor incluso: que en su obcecación estén llenando de votos la urna de enfrente. Si les interesara un poquito más cómo respiran los ciudadanos que se quieren camelar, ya habrían aprendido que en esta tierra usamos las papeletas a la contra casi mejor que a favor. Como se te vaya la mano movilizando a la parroquia propia, el día del recuento te puedes encontrar con que has activado a dos de los otros por cada uno de los tuyos. El “Si tú no vienes, ganan ellos” es reversible. Al tiempo, si alguno no se arrepiente de haber escupido al cielo. La historia de los comicios vascos está a reventar de tiros que salieron por la culata.

Por lo demás, no se dan cuenta —o no quieren hacerlo— de que al frentismo se le ha pasado el arroz. La martingala de los muros y los diques de contención no vende una escoba en un lugar donde, si algo tenemos claro, es que estamos hasta las narices de que nos quieran tapiar el horizonte. Pueden quedar cuatro o cinco incombustibles de la santa unidad de la nación española, pero esos ya vienen convencidos de fábrica y son de sufragio fijo. Es entre el resto donde hay que captar clientela. Veremos si me equivoco el día 21, pero juraría que en esos caladeros no funciona el recurso del dóberman sabiniano ni la amenaza de las cien mil plagas que nos sobrevendrán a la media hora de una victoria de los malvados soberanistas.

Se entiende que el PP, con su pánico a abandonar el confortable búnker, siga colocando esta mercancía pasada de fecha. Que lo haga también el PSE escapa a mi comprensión.

Salir a perder

Para que luego digan que no hay hecho diferencial. Si seremos peculiares los vascos de la demarcación autonómica, que hasta las campañas electorales se hacen contra el canon. Tampoco exagero. Las de los anteriores 30 años, cada una con sus rarezas y hasta con sus trampas —recordemos que no siempre se han podido presentar todas las formaciones—, han podido entrar dentro de la convención. Es en esta que estamos arrostrando con las poquitas fuerzas que nos quedan en la que se ha roto el principio básico según el cual los que porfían por gobernar dirigen su garrota al que ha estado en el poder. A la recíproca, el que quiere conservar la poltrona monta un alcázar desde donde, además de aventar una loa exagerada de sus grandes logros, vierte aceite hirviendo y exabruptos sobre los asaltantes. De catón, pero como digo, en esta ocasión, tal vez para que quede probado que somos el gran oasis de la I+D+I, los estrategas se han puesto creativos y la cosa funciona exactamente al revés.

Tan al revés, que cualquiera sin conocimiento previo que aterrizara hoy en esta Patxinia en liquidación por cese de negocio y viera qué se berrea en los mítines y en los anuncios daría por por hecho que el que ha estado mandando es quien ha pasado tres años y medio de fría y cabrona oposición. Bonito caramelo envenenado para Iñigo Urkullu —que llega a la carrera de aspirante y además, novato— haber sido investido por sus propios rivales como la rueda a seguir o, menos finamente, la espinilla a patear.

Los doctores de Sabin Etxea se las van a ver figurillas para bajar la posible fiebre victoriosa inducida. Me llena de curiosidad saber cómo se gestiona en boxes una lehendakaritza de humo. Pero aun me intriga más el porqué de la patética táctica perdedora de los dos partidos —sí, Basagoiti, el suyo también, no disimule ahora— que han sostenido la makila. Ni siquiera para el final reservan un gramo de dignidad.

No vuelva

Ni sé ni me quita el sueño el porqué de la espantada de la tal Esperanza Aguirre Gil de Biedma. Como tantos, un segundo después del lacrimógeno anuncio, tuve la tentación de dar rienda suelta a mi imaginación y apuntarme a las quinientas teorías de la conspiración sobre su marcha que torrenteaban en Twitter. El restito chiquitín de humanidad que resiste en mi interior me advirtió de lo mal que me sentiría si de aquí a tres meses se publicaba la necrológica de la dimisionaria. Por si acaso, mejor no precipitarse en la búsqueda de pies suplementarios al gato y quedarse en la posición del loto asistiendo al espectáculo. Y qué espectáculo, oigan. El rojerío, de fiesta mayor; los templados del PP, disimulando hurras; y lo mejor con diferencia, los huerfanitos extremodiestros llorando a moco tendido con banda sonora de Jeanette: Todas las promesas de mi amor se irán contigo, ¿por qué te vas? Laralalá…

Fue cuestión de minutos que los propios dolientes empezaran a ladrar por las esquinas la respuesta a su pregunta melódico-retórica. Según ellos, que beben la bilis de fuente directa, la interfecta no se va sino que la han ido. Rajoy, que gobernando estados es un manta de cuidado, es sin embargo insuperable manejando partidos y cortando cabezas levantiscas sin que nadie llegue a intuir la catana. La ahora ex-lideresa le estaba dando más guerra que los ya cadáveres políticos Cascos, Rato, Zaplana o San Gil —por citar solo unos pocos—, pero la paciencia pontevedresa terminó, como siempre, dando frutos. Confiesan los esperanzólogos en sus portadas de luto que la doña llevaba un año largo rumiando el portazo. No seré yo, sin datos, quien les enmiende la plana.

De hecho, como anotaba al principio, me importan medio higo las causas y los azares de la condesa en calcetines. Si no fuera por su capacidad para hacer daño, jamás la hubiera tomado en serio. Váyase, pues, por la sombra. Y no vuelva.

PP, gran show

Aunque nos vaya a dejar en el chasis a mordiscos, al PP no se le puede negar que se esfuerza por hacernos entretenida la agonía. Cada medida antisocial, cada incumplimiento de programa —todos hasta la fecha—, cada ocurrencia letal que despacha al BOE vía Decreto Ley viene en compañía de una guarnición cómico-patética que no es que las haga más tragables pero, por lo menos, anima fugazmente el patio. Hay quien sostiene, de hecho, que haber reclutado para el Gobierno a tanto sacamuelas de feria atiende a una estrategia milimétricamente estudiada para que el personal piense en otra cosa mientras le van vampirizando hasta la última gota de sangre. No creo que les dé el cacumen para tanto. Si se multiplican las cortinas de humo que salen de Moncloa y Génova es por pura torpeza en el uso de material inflamable, cuando no por la tendencia innata a la piromanía de varios de los barones y baronesas que sobrevuelan el nido de la gaviota.

De entre estos episodios autolesivos que por un rato tapan los titulares sobre recortes y rescates, confieso que me tiene enganchado el de la reyerta a cuenta del que los medios del entorno llaman con mala baba “Caso Bolinaga”. Después de que en el comité nacional del lunes volaran los cuchillos y algunos estuvieran a un tris de agarrase por las solapas, salió Basagoiti con la manguera —que le pega como a Cristo dos pistolas— a pedir a sus conmilitones que no dieran tres cuartos al pregonero. Le hicieron el mismo caso que un peine a Yul Brinner. Desde entonces, Mayor Oreja se ha hecho una docena de giras completas por los platós y los estudios de la carcundia patanegra para difundir la especie de que su partido es blando con la [sic] ETA. De regaliz, añade que gracias a eso, el PNV y EH Bildu se saldrán del mapa el 21-O y al día siguiente proclamarán la independencia. Y los templados, que alguno hay, comiéndose los higadillos y borrando tuits. Qué espectáculo.