Carguen, apunten, fuego. Qué mejor plan para una tarde idiota de verano que pellizcarse la indignación amodorrada, sentirse armado de razones, y emprenderla a zurriagazos dialécticos con el saco de las hostias que se ponga a mano. Ana Mato, por ejemplo. Tan ñoña, tan pija, tan remilgada, tan pan sin sal, tan mosquita muerta, tan facha de manual y caricatura, que no hay colleja que no le siente bien ni provoque el júbilo inmediato de la concurrencia. Con ella no importa lo zafio, lo atrabiliario o, si se tercia, lo machirulo de las cargas de profundidad. Los guardianes de la ortodoxia progre miran para otro lado, si es que no están en primera fila descojonándose porque el gañán de turno ha encontrado en el color de su pelo la prueba irrefutable de su cortedad mental. ¡Marchando una docena de retuits para la agudeza!
Como hay hemeroteca y gente con memoria, no puedo presumir de no haber participado en alguno de esos linchamientos virtuales a razón de 140 caracteres por esputo. Sin embargo, esta vez envainé la garrota y asistí desde la grada, con creciente incomodidad y sofoco, a la somanta ritual que se le propinaba a la ministra por haber excluido de los programas de reproducción asistida a mujeres solas o a aquellas cuya pareja no tuviera la pirula reglamentaria. Aún siendo presunto, pues nadie ha visto el texto que lo certifique, parecía un buen motivo para el despelleje, que se vio mejorado cuando la incauta Mato tuvo la ocurrencia de decir que la falta de varón no era un problema médico. Ahí sí que ardió Troya. Las redes todas fueron una petición de cese unánime acompañada de insultos irreproducibles.
La cuestión es que, al margen del enunciado roucovareliano, no parece que la frase vaya más allá de la perogrullada. Sigo esperando argumentación que demuestre lo contrario. Y también que al sacar a la palestra estas cuestiones seamos capaces de prescindir de la demagogia de saldo.