Como de costumbre, no vi el programa de Évole el domingo pasado. Aunque pronto me tocará volver a los potitos reales, carezco de estómago para los televisivos; me gusta masticar con mis propios piños neuronales. Así que lo fisgué a través de Twitter, que aporta al producto original la reacción instantánea, y a veces por sextuplicado, de quienes sí están pegados a la pantalla. Dado que, friki arriba o abajo, se trata de personas a las que uno decidió seguir un día porque encontró algún grado —ya fuera remoto— de afinidad, es posible hacerse una composición de lugar mental sobre cómo está cayendo la cosa en ese círculo de inquietudes más o menos comunes. Sin pasar por alto, claro, que la mayoría son fans irredentos del mago catódico y yo no.
La cuestión es que, incluso restando el entusiasmo derivado de lo que acabo de citar, la emisión de 3 días en Errenteria se saldó con un aplauso casi unánime. En esta parte del mapa gustó porque aireaba (algunos) hechos sobre los que aquí llevamos años degañitándonos sin que se nos haga pajolero caso. Allende Pancorbo (que diría Arzalluz), supuso una especie de revelación: mira tú esos vascos, que ni todos son tan buenos ni todos son tan malos.
Sin duda, el gran protagonista de la pieza —aparte de las ausencias clamorosas, digo— fue el concejal del PP, Chema Herzog, que soltó a pelo a cámara: “Si tienes una empresa de seguridad te interesa vender que en el País Vasco no hay seguridad”. No fue necesario citar a Mayor Oreja. Le caerá un rapapolvo en su partido. Al otro lado, mañana o pasado volverán a tildarlo de fascista. Pero esto Évole ya no lo contará.