3 días en Errenteria

Como de costumbre, no vi el programa de Évole el domingo pasado. Aunque pronto me tocará volver a los potitos reales, carezco de estómago para los televisivos; me gusta masticar con mis propios piños neuronales. Así que lo fisgué a través de Twitter, que aporta al producto original la reacción instantánea, y a veces por sextuplicado, de quienes sí están pegados a la pantalla. Dado que, friki arriba o abajo, se trata de personas a las que uno decidió seguir un día porque encontró algún grado —ya fuera remoto— de afinidad, es posible hacerse una composición de lugar mental sobre cómo está cayendo la cosa en ese círculo de inquietudes más o menos comunes. Sin pasar por alto, claro, que la mayoría son fans irredentos del mago catódico y yo no.

La cuestión es que, incluso restando el entusiasmo derivado de lo que acabo de citar, la emisión de 3 días en Errenteria se saldó con un aplauso casi unánime. En esta parte del mapa gustó porque aireaba (algunos) hechos sobre los que aquí llevamos años degañitándonos sin que se nos haga pajolero caso. Allende Pancorbo (que diría Arzalluz), supuso una especie de revelación: mira tú esos vascos, que ni todos son tan buenos ni todos son tan malos.

Sin duda, el gran protagonista de la pieza —aparte de las ausencias clamorosas, digo— fue el concejal del PP, Chema Herzog, que soltó a pelo a cámara: “Si tienes una empresa de seguridad te interesa vender que en el País Vasco no hay seguridad”. No fue necesario citar a Mayor Oreja. Le caerá un rapapolvo en su partido. Al otro lado, mañana o pasado volverán a tildarlo de fascista. Pero esto Évole ya no lo contará.

Ahí sigue el Borbón

Desde que escribo esta columna, que ya va para un rato, cada 26 de diciembre se la dedico a la borbonada de nochebuena. Como les conté la primera vez, intento no perdérmela. Bien sé que se estila hacer aspavientos ante la sola idea de gastar doce minutos escuchando mendrugadas que, como recordaba el añorado Javier Ortiz, ni siquiera ha escrito quien las farfulla. Comprendo y respeto ese desdén, aunque a veces sonrío viendo cómo los mismos que se han pasado las horas previas postureando comentan profusamente la jugada en Twitter en el momento de la emisión. No es fácil reprimir un chiste o un mecagüen con la esperanza de que se convierta en viral y se señale al autor como un republicanazo del carajo de la vela. Ahí tienen la función social de la monarquía actualmente: ser objeto de mofa y befa, coartada para el ingenio o motivo para el desfogue. No es moco de pavo, una corona diurética y purgante.

Por lo demás, si el mensaje en sí mismo es una chufa de cuarta hecha a partir de topicazos y retales de discursos anteriores —todos los puñeteros años la joía Transición—, alcanza su virtualidad y hasta diría que su sentido en las interpretaciones que vienen después. En las ya mentadas de las redes sociales, pero también y más específicamente en las oficiales. Esa sí que es otra tradición inveterada, la del canutazo de los politicos de guardia al día siguiente. Todavía estoy esperando al que diga que el único comunicado real que va a comentar es del anuncio de su disolución y la entrega de todas las prebendas. Pero no, hasta los más contrarios a la institución medieval tienen unas palabras que donar para su posterior entrecomillado o inserción en la cola de reacciones de rigor. No lo estoy criticando. Simplemente lo constato como parte de un ritual que mientras se siga repitiendo será síntoma de que el de la cadera descacharrada sigue ahí. Y si no es él, el que va detrás en el orden sucesorio.

Linchemos a Mato

Carguen, apunten, fuego. Qué mejor plan para una tarde idiota de verano que pellizcarse la indignación amodorrada, sentirse armado de razones, y emprenderla a zurriagazos dialécticos con el saco de las hostias que se ponga a mano. Ana Mato, por ejemplo. Tan ñoña, tan pija, tan remilgada, tan pan sin sal, tan mosquita muerta, tan facha de manual y caricatura, que no hay colleja que no le siente bien ni provoque el júbilo inmediato de la concurrencia. Con ella no importa lo zafio, lo atrabiliario o, si se tercia, lo machirulo de las cargas de profundidad. Los guardianes de la ortodoxia progre miran para otro lado, si es que no están en primera fila descojonándose porque el gañán de turno ha encontrado en el color de su pelo la prueba irrefutable de su cortedad mental. ¡Marchando una docena de retuits para la agudeza!

Como hay hemeroteca y gente con memoria, no puedo presumir de no haber participado en alguno de esos linchamientos virtuales a razón de 140 caracteres por esputo. Sin embargo, esta vez envainé la garrota y asistí desde la grada, con creciente incomodidad y sofoco, a la somanta ritual que se le propinaba a la ministra por haber excluido de los programas de reproducción asistida a mujeres solas o a aquellas cuya pareja no tuviera la pirula reglamentaria. Aún siendo presunto, pues nadie ha visto el texto que lo certifique, parecía un buen motivo para el despelleje, que se vio mejorado cuando la incauta Mato tuvo la ocurrencia de decir que la falta de varón no era un problema médico. Ahí sí que ardió Troya. Las redes todas fueron una petición de cese unánime acompañada de insultos irreproducibles.

La cuestión es que, al margen del enunciado roucovareliano, no parece que la frase vaya más allá de la perogrullada. Sigo esperando argumentación que demuestre lo contrario. Y también que al sacar a la palestra estas cuestiones seamos capaces de prescindir de la demagogia de saldo.

Cara de gilipollas

Tipos con moreno de velero y paladares acostumbrados a trasegar bebidas espirituosas de más de mil euros la botella te piden, con el mismo gesto displicente con que llaman al camarero para que les sirva otra, que arrimes el hombro. El instinto primario y el cabreo acumulado como el gas grisú en tu maltrecha y requeteausterizada persona te llevan de saque a acordarte de su puñetera calavera y a ciscarte con toda la razón del mundo en sus ancestros. Te entran unas irrefrenables ganas de echarte al monte o, si supieras cuál es la tuya, a las barricadas, a pagarlo a pedradas contra los escaparates de otros que sabes en tu fuero interno que son tan pringados como tú. Y da igual que te desfogues contra el indefenso mobiliario urbano: cuando repongan las farolas, los contenedores, los bancos o las papeleras, serás tú quien corra con los gastos. Como mucho, si eres keynesiano de manual, te quedará el consuelo de pensar que has contribuido al aumento de la demanda agregada. Una mierda, vamos.

Lo siguiente, siempre que estés en edad y en disposición mental de vértelas con las nuevas tecnologías, es Twitter, que te permite disparar al aire balas de santa indignación de no más de 140 caracteres de calibre. Algo es algo. Yo, que soy asiduo a esa terapia de grupo multitudinaria, sé que hay cientos y cientos de seres que van tirando gracias a la (falsa) sensación de que sus lamentos y sus convocatorias a tomar el palacio de invierno llegan a alguna retina. No falta quien, después de tres retuits, se siente la reencarnación virtual de Zapata, Agustina de Aragón o el cura Santa Cruz. Pero la mayoría se ve las zapatillas de estar en casa y el hechizo se desvanece.

Al final de la escapada está el espejo, a donde acudes a comprobar si tienes la cara de gilipollas que te ven los señoritos que te conminan a arrimar el hombro. Lo jodido es que aunque no la tengas, te la ves. De gilipollas integral.

Tele-Twitter

Una de las grandes aportaciones de Twitter —pido perdón a los muchísimos lectores que aún no tienen claro de qué va el invento— es que ha cambiado el modo de ver la tele. Ya no hace falta estar delante del trasto. Puede uno dejarlo de fondo, o incluso apagarlo, y seguir el programa que sea a través de los comentarios necesariamente sintéticos que entran a borbotones en la pantalla del ordenador, de la tableta o, si se goza de la vista necesaria (yo ya no), el móvil. El resultado es lo que los finos que se han leído un par de libros y han escrito tres llaman una experiencia vicaria, que no es otra cosa que utilizar los sentidos de los demás para percibir algo. Lo bueno es que como los demás son muchos y algunos de ellos, especialmente perspicaces, la idea que nos hacemos del espacio del que somos espectadores por poderes es mucho más completa que si tuviéramos los cinco sentidos pendientes del monitor.

Renuevo mi petición de disculpas a quienes deben de estar pensando que me he fumado algo raro, y trato de explicarles el porqué de esta filosofada que les ha caído encima sin comerlo ni beberlo. Ocurre que me estoy volviendo adicto a la tele tuiteada. Así seguí el viernes pasado primero la pitada de la final de Copa y luego, con menos entusiasmo, el baño que recibió mi equipo. Al día siguiente —créanselo— me tragué el festival de Eurovisión desde el acorde inicial a la última votación. Pero mi consagración definitiva como friki incurable fue el domingo, cuando, sin ver una sola imagen real, me aticé en vena en píldoras de 140 caracteres el “Salvados” de La Sexta sobre las bondades de invertir en ciencia y las maldades de hacerlo en ladrillos.

El fenómeno fue bien curioso. El 99 por ciento de los comentarios iban del hondo elogio a la entrega absoluta. Se diría que se acababa de asistir a la verdad revelada. Yo debería haber sentido lo mismo por delegación. Pero me decepcionó. Y mucho.

Eurodiputados de primera clase

Esta vez no podrán decir sus selectas señorías europeas que se trata de una campaña orquestada por los malvados hijos de la Gran Bretaña que no tienen ley a las sagradas instituciones comunes. Han sido ellos y ellas con sus deditos quienes han tirado una propuesta que pretendía congelarles el sueldo y -hasta ahí podíamos llegar- que viajasen en turista en lugar de en First Class. Confiaban, seguramente, en que como ocurre con 199 de cada doscientos asuntos, asuntazos y asuntillos sobre los que votan, nadie iba a llegar a enterarse. Pero alguien se fue con el cuento a Twitter, penúltimo reducto del derecho al pataleo que nos queda, y en lo que se tarda en teclear 140 caracteres, internet se convirtió en un clamor bajo la etiqueta #eurodiputadoscaraduras.

Ataque de histeria”, según UPyD

Como no estamos ni en Túnez ni en Egipto, lo habitual cuando estalla una torrentera de indignación así en las redes sociales es que el desfogue vaya perdiendo intensidad hasta extinguirse o ser relevado por la siguiente cuestión candente que caiga del cielo. A saber por qué -a lo mejor es que ya hemos pasado el castaño oscuro en materia de hartazgo-, en esta ocasión el personal se mantuvo durante horas poniendo a caldo a los parlamentarios europeos en particular y, por elevación, a toda la clase política en general. Ayudó bastante al encocoramiento general que el cofundador de UpyD, Carlos Martínez Gorriarán, saliera en apoyo del conmilitón que había votado en Estrasburgo por la preservación de los privilegios al grito de “Esto es un ataque de histeria progre colectiva”. Anoten la frase para cuando les venga Rosa Díez a pedir un euro por ir a verla a un mitin.

A partir de ahí, ardió Troya y tuvieron que salir a escena los bomberos de las ejecutivas de los partidos que habían quedado retratados como cofradías de marajás. Cómo sería el apuro que llevaban, que, contra costumbre, cortaron por lo sano desautorizando a sus representantes en Bruselas y Estrasburgo y ordenándoles que cambiaran su voto. Sí, por lo visto, eso se puede hacer; democracia reversible, se debe de llamar el invento. Eso sí, la marcha atrás anunciada parece que es sólo para la cosa de los billetes, que es la que ha causado gresca. Lo de congelar los sueldos queda exento.

Quedan para la antología de las tomaduras de pelo las justificaciones de los obligados a rectificar. Desde “no nos dimos cuenta de lo que se planteaba” hasta “creíamos que era una cosa no vinculante”, pasando por “fue un error de gestión de la directriz del voto”. Sí, seguro que fue eso.

Twitter y la legalización de Sortu

Muchas de las pataletas biliosas ante el nacimiento de lo que ya sabemos que se llamará -valga la redundancia, por cierto- Sortu invitan a la llantina desesperada o al berrinche estratosférico. No se veía tal saña al fondo a la derecha desde que en mayo de 2001 al dúo estático Jaime & Nicolás se les escachufló el cuento de la lechera cuando ya se habían mandado fabricar una silla para dos culos en Ajuria Enea. Está que muerde la caverna y sus tarascadas feroces podrían llegar a dañarnos… si nos las tomáramos en serio. Por fortuna, conocemos el antídoto: nada como una carcajada estentórea para dejarlos descolocados y con cara de pasmo. Es lo que, modestamente, intentó este servidor de ustedes con el viejo Cocidito y lo que anda practicando el personal con más de dos dedos frente y anchas encajaderas en Twitter, bendito invento que lo mismo sirve para poner en jaque a tiranuelos apoltronados que para convertir la mala leche en un buen momento Nescafé.

#BatasunaRequisitos

Bisbal, Pérez Reverte o Alejandro Sanz saben de qué va la vaina y ahora también los apóstoles de la ilegalización sí o sí. Bajo la etiqueta #BatasunaRequisitos, un ejército de tecleadores semianónimos pertrechados de ironía de varios calibres se ha lanzado a hacer el inventario de las condiciones que una buena ley de partidos debería poner a la izquierda abertzale para que esta probara que su propósito de enmienda no es de mentirijillas. Cierto es que algunas de las propuestas destilan un tufillo a Brunete y tienen un claro ánimo tocapelotas, pero en la mayoría prima un sano ingenio.

Sin más preámbulos, prescindo de las voluntariamente ofensivas y les pongo en fila india una selección de las que combaten con humor el esperpento legislativo español. Esto es lo que debería hacer Sortu si quiere recibir todas las bendiciones jurídicas: Que admitan que son los vascos los que quieren ser navarros, y no al revés. Que exijan que ETA entregue sus armas al gobierno español para que este las pueda vender a Israel y Marruecos. Condenar (que no rechazar) el uso de ropa de montaña cuando no vas a la montaña. Que cambien de chivo expiatorio: las cosas que eran culpa de Madrid pasarán a ser culpa de la crisis o los mercados. Que digan claramente que Cristiano es mejor que Messi. Que se enseñe en las ikastolas que el sexo no es una imposición imperialista española y que también forma parte de la cultura vasca. Que todos los pueblos que terminen en ETA acaben en ‘Del Rey’ a excepción de Anoeta, por razones obvias. Larga vida a Twitter.